cuento

José Antonio Luna

El árbol de Laurel de la India estaba en el lado izquierdo del “cuadro” de beisbol, si poníamos el homeplate orientada hacia la montaña o el sur. El cuadro era una manzana de tierra que servía como campo de juego a los muchachos del barrio. También el cuadro servía para instalar el circo cuando llegaba alguno casi siempre en los meses de agosto y septiembre los menos lluviosos. El barrio Larreynaga estaba en los suburbios de Managua, una zona de grandes casas de adobe y predios vacíos y plantíos de maíz y sorgo, con calles de tierra y sin transporte público. El cuadro tenía al frente del lado sur un viejo y largo edificio de madera con maquinaria y cerco de alarme de púas, donde hubo un aserradero y por los otros lados había unas pocas casas de adobe y talquezal. El lugar era famoso porque tenía dos árboles uno grande, diría inmenso de Laurel y otro de Tamarindo frondoso, con que daba una sombra oscura, misteriosa. Los dos grandes arboles estaban en esquinas opuestas, como guardianes del famoso predio donde se jugaba de todo.
Nunca se supo quién era el dueño del cuadro, pero algunos decían que era de Sofonías Salvatierra otros que de un señor de apellido Blandón.
Consecuentemente el cuadro era de todos…, de todos los niños del barrio y los adultos que llegaban a los partidos de beisbol. Era nuestro campo de recreo.
Y como muestra de la riqueza forestal del área el gran árbol de la India sobresalía como un enorme testigo de siglos.
El Laurel de la India era majestuoso. Era un árbol con un tronco ancho como de unos 4 metros de diámetro y que con sus frondosas y grandes ramas cubría una gran parte del área sur del cuadro. Para subirse al Laurel había que ser todo un escalador porque desde sus raíces largas que sobresalían en la tierra hasta donde se bifurcaban las ramas había una altura de 3 metros que había que subir como un gato, a puro pulso y con las manos y pies.
Los orígenes del Laurel de la India eran desconocidos. Algunos habitantes del barrio decían que ya para 1920 cuando la ocupación gringa en Nicaragua ya existía. Otros decían que el árbol era parte de uno grupo de Laureles que existieron en la finca de Sofonías Salvatierra. Don Chanito uno de los más viejos habitantes del barrio afirmaba que el Laurel tenía más de 100 años y que era sagrado. Que nadie lo cortaba porque bajo sus ramas se había cobijado Sandino, días antes de que fuera asesinado. Otros contaban que era la única señal de que en esa manzana de tierra-en algún lugar-había un tesoro enterrado por los gringos que vivieron en los alrededores del viejo aeropuerto Xolotlán.
Yo le tenía respeto al árbol. Era como un testigo de siglos que con su silencio hablaba de un pasado misterioso.
Bajo la sobra del árbol los muchachos del barrio jugábamos trompo, chibolas (canicas), la taba y monedas, “handbol” con bolas de tenis y a las escondidas por la noche.
Lo que más jugábamos en realidad eran monedas. El juego consiste en un círculo en la tierra donde se ponían monedas de a 5,10 o 25 centavos, que después de competir tirando a una raya en la tierra a unos 5 metros del círculo para escoger quien tiraba primero, se dedicaba uno a golpearlas con una canica para sacarla del círculo. También otra forma de ganar era acertar de un certero tiro con el pulgar a la bola de un contrario.
Después del terremoto de 1972 a alguien se le ocurrió cortar el laurel de la India. Lo asesinaron sin que nadie protestara. Yo ya no vivía en Larreynaga. Al árbol de tamarindo lo habían cortado mucho antes. Lo corto un vecino de enfrente del cuadro para poner allí un expendio de sodas para los jugadores de beisbol.
El otro día soné con el árbol de Laurel de la India que me cobijó en mis años de adolescencia. No soñé con el tamarindo. Pero si, en el sueño, sentí la brisa del lago Xolotlán, soplando entre las enormes ramas del Laurel.