Paul Valéry, poeta brillante, ensayista y dramaturgo francés, nació en Cette departamento de Herauld, el 30 de octubre de 1871. Muy joven, – vivía todavía en su ciudad natal- llamó con sus textos la atención de algunos de los grandes poetas franceses y europeos que se reunían en Paris.
Cuando llega a la ciudad luz, ya sus primeros trabajos le habían labrado una reputación literaria. En Paris colabora con algunos de esos famosos escritores en la fundación de una revista que se llamó “Centauro”. Valéry influenciado por Mallarmé, Allan Poe, Goethe fue elaborando su teoría poética que llegaría a ser la llamada “poesía pura”.
No obstante, a los veintiún años, tras una profunda crisis espiritual, decide romper momentáneamente con la poesía y dedicarse al estudio de las Matemáticas y de la Filosofía.
En París, escribe ensayos como Introduction à la méthode de Leonardo da Vinci y, sobre todo, La soirée avec Mr. Edmond Teste (1906), obra que le consagró entre los pensadores de su época.
Su retorno a la poesía en 1917, tras servir unos años—de silencio—en el Ministerio de la Guerra, es triunfal pues publica el largo poema La jeune mort (La joven Parca) , que pasa a ser una de las obras cumbres de la poesía francesa. En 1920, publica Le cimetière marin (El cementerio marino) al año siguiente, la no menos mítica Eupalinos.
Luis Rutiaga, en su prólogo al Cementerio marino, afirma que Valéry:
“introdujo un nuevo héroe literario: el filósofo solitario, el matemático de los versos. Otros poetas tenían como héroes al aventurero, al amante, al revolucionario. Valéry quiso al pensador abstracto. No podía imaginar que el gran pensador del siglo no sería tan aburrido, misántropo y desganado como su Monsieur Teste”.
En 1929, abandona definitivamente la poesía. Desde 1938 hasta su muerte en 1945 dio un curso de poesía en el Collège de France. Está enterrado en el «cementerio marino» de Sète que le inspiró su obra maestra.
“La joven Parca” y “El cementerio marino” son para T. S. Eliot los dos triunfos de Paul Valéry.

La joven parca es un extenso poema de 400 versos. He aquí un fragmento de ese enigmático y genial obra de Valéry.
LA JOVEN PARCA
1917

a André Gide

¿Quién llora allá, si no el simple viento, en esta hora
sola con diamantes extremos?… ¿Pero quién llora,
tan próximo a mí en el momento de llorar?

Esta mano sobre mis trazos que ella sueña rozar,
distraídamente dócil, tiene algún fin profundo,
aguarda de mi debilidad una lágrima que derrite,
y que de mis destinos, lentamente dividida,
en el más puro silencio limpie un corazón roto.
La ondulación me murmura una sombra de reproche,
o, aquí abajo, oculta en sus gargantas de roca,
como decepcionada y bebida amargamente
un rumor de llanto y de constricción…
¿Qué haces, erizada, y esta mano glacial,
y qué gemido de una hoja borrada
persiste entre vosotras, islas de mi seno desnudo?…
Cintilo, aliada a ese cielo desconocido…
El inmenso racimo brilla para mi sed de desastres.

Todopoderosos extranjeros, inevitables astros
que se dignan alumbrar al temporal lejano,
yo no sé qué de puro y de sobrenatural;
quienes entre los mortales os sumergís hasta las lágrimas,
esos soberanos estallidos, esas invencibles armas,
y los lances de vuestra eternidad,
estoy sola con ustedes, temblorosa, tras dejar
mi lecho; y por encima del escollo mordido por la maravilla,
interrogo a mi corazón a quien despierta el dolor
¿Qué crimen por mí o sobre mí consumado?…
… O si me persigue el mal de un sueño cautivo,
¿cuándo (el terciopelo de un soplo voló el oro de las lámparas)
con mis fuertes brazos apreté mis sienes
y, largamente, de mi alma contemplé los destellos?
¿Toda? Pero toda mía, amante de mi carne,
endurecida por un escalofrío su extraña extensión,
y en mis dulces lazos, con mi sangre detenida,
me veo verme, sinuosa, y doré
de miradas en miradas, mis profundas florestas.

Perseguía una serpiente que acababa de morderme.
¡Qué repleto de deseos, su arrastre!… ¡Qué desorden
de tesoros se desenterraron para mi avidez,
y qué sombría sed de pureza!
¡Vaya trampa!… Al resplandor del dolor restante
me sentí conocida, aún más que lacerada…
En lo más traidor del alma, una punta me nació;
el veneno, mi veneno, me aclara y se conoce:
da color a una virgen enlazada a sí misma,
celosa… Pero, ¿de qué, celosa y amenazada?
¿Y qué silencio habla a mí solo poseedor?
¡Dios! En mi dura herida una secreta hermana
arde, quien se prefiere a la extrema atención.

«Mira, no tengo más necesidad de tu raza ingenua,
querida Serpiente… ¡Me enlazo, ser vertiginoso!
Deja de prestarme esa confusión de nudos,
con tu fidelidad que me huye y adivina…
¡Mi alma puede sufrir, adorno de la ruina!
Ella sabe, sobre mi sombra alejando sus tormentos
de mi seno, en las noches, morder las rocas seductoras;
Ella sorbe largamente la leche de las ensoñaciones…
deja entonces desfallecer ese brazo de pedrerías
que amenaza de amor mi destino espiritual…
Nada puedes sobre mí que no sea menos cruel,
menos deseable… Apacigua, entonces, calma esas ondas,
llama a esos torbellinos, a esas promesas inmundas…
Mi sorpresa disminuye y están abiertos mis ojos.
No esperaba menos de mis ricos desiertos
que tales aniñamientos de furia y trenza:
sus fondos apasionados brillan de resequedad,
tan lejos, que me adelanto y me altero por ver
de mis infiernos pensativos los confines sin esperanza…
Lo sé… Mi lasitud es ocasionalmente un teatro.
El espíritu no es tan puro que jamás idolatre
su fuga solitaria que alienta la antorcha
sin ahuyentar los muros de su abatida tumba.
Todo puede nacer aquí en lo bajo de una espera infinita.
La sombra misma se somete a cierta agonía,
el alma avara se entreabre, y del monstruo se conmueve
quien se tuerce al paso de una puerta de fuego…

Mas, por listo y caprichoso que parezcas,
reptil, oh, vivas contorsiones, todo solícito de caricias,
tan próximo a la impaciencia y de tan pesada languidez,
¿quién eres, vecina de mi noche de eterna duración?
Tú contemplaste dormir mi bella negligencia…
Si peligrosa, inteligente soy también,
más versátil, oh, Tirse, y más pérfida que ellos.
¡Huye de mí! ¡Del negro retorno, retoma el hilo viscoso!
Ve en busca de ojos cerrados para tus danzas masivas.
Desliza hacia otros lechos tus vestidos sucesivos,
cubran otros corazones los gérmenes de su mal,
y que en los anillos de tu sueño animal
aliente hasta la mañana la inocencia ansiosa!…
Yo, vigilo, salgo, pálida y prodigiosa,
húmeda toda de llantos que no he vertido,
de una ausencia de los contornos de mortales abrazos
para ella misma. Y despedazando una tumba, serena,
me acodo inquieta y soberana, por ende;
muchas de mis visiones entre la noche y el ojo,
los menores movimientos consultan a mi orgullo.»

¡Pero temblaba por perder un dolor divino!
Besé esa mordedura fina sobre mi mano,
y no supe más de mi antiguo cuerpo
insensible, que un fuego que ardía sobre mis bordes:
Adiós, pensé, YO, mortal hermana mentira…
(Fragmento)

EL CEMENTERIO MARINO
1920

Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal,
pero agota toda la extensión de lo posible.
Píndaro, Píticas III.

El poeta, a mi ver, se conoce por sus ídolos
Y por sus libertades, que no son los de la mayoría.
Paul Valéry

Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!
¡Qué obra pura consume de relámpagos
vario diamante de invisible espuma,
y cuánta paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.
Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud masiva y visible reserva;
agua parpadeante, Ojo que en ti guardas
tanto sueño bajo un velo de llamas,
¡silencio mío!… ¡Edificio en el alma,
mas lleno de mil tejas de oro. Techo!
Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y me acostumbro
de mi mirar marino todo envuelto;
tal a los dioses mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
soberano desdén sobre la altura.
Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.
¡Bello cielo real, mírame que cambio!
Después de tanto orgullo, y de tanto
extraño ocio, mas pleno de poderes,
a ese brillante espacio me abandono,
sobre casas de muertos va mi sombra
que a su frágil moverse me acostumbra.
A teas del solsticio expuesta el alma,
sosteniéndote estoy, ¡oh admirable
justicia de la luz de crudas armas!
Pura te tomo a tu lugar primero:
¡mírate!… Devolver la luz supone
taciturna mitad sumida en sombra.
Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
un corazón, en fuentes del poema,
entre el vacío y el suceso puro,
de mi íntima grandeza el eco aguardo,
cisterna amarga, oscura y resonante,
¡hueco en el alma, son siempre futuro!
Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de enjutas rejas,
en mis cerrados ojos, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo hálame a su término
y qué frente lo gana a esta tierra ósea?
Una chispa allí pienso en mis ausentes.
Sacro, pleno de un fuego sin materia;
ofrecido a la luz terrestre trozo,
me place este lugar alto de teas,
hecho de oro, piedra, árboles oscuros,
mármol temblando sobre tantas sombras;
¡allí la mar leal duerme en mis tumbas!
¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando con sonrisa de pastor, solo,
apaciento carneros misteriosos,
rebaño blanco de mis quietas tumbas,
¡las discretas palomas de allí aléjalas,
los vanos sueños y ángeles curiosos!
Llegado aquí pereza es el futuro,
rasca la sequedad nítido insecto;
todo ardido, deshecho, recibido
en quién sabe qué esencia rigurosa…
La vida es vasta estando ebrio de ausencia,
y dulce el amargor, claro el espíritu.
Los muertos se hallan bien en esta tierra
cuyo misterio seca y los abriga.
Encima el Mediodía reposando
se piensa y a sí mismo se concilia…
Testa cabal, diadema irreprochable,
yo soy en tu interior secreto cambio.
¡A tus temores, sólo yo domino!
Mis arrepentimientos y mis dudas,
son el efecto de tu gran diamante…
Pero en su noche grávida de mármoles,
en la raíz del árbol, vago pueblo
ha asumido tu causa lentamente.
En una densa ausencia se han disuelto,
roja arcilla absorbió la blanca especie,
¡la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Dónde del muerto frases familiares,
el arte personal, el alma propia?
En la fuente del llanto larvas hilan.
Agudo gritos de exaltadas jóvenes,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
el hechicero seno que se arriesga,
la sangre viva en labios que se rinden,
los dedos que defienden dones últimos,
¡va todo bajo tierra y entra al juego!
Y tú, gran alma, ¿un sueño acaso esperas
libre ya de colores del engaño
que al ojo camal fingen onda y oro?
¿Cuando seas vapor tendrás el canto?
¡Ve! ¡Todo huye! Mi presencia es porosa,
¡la sagrada impaciencia también muere!
¡Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora de horroroso lauro
que maternal seno haces de la muerte,
el bello engaño y la piadosa argucia!
¡Quién no conoce, quién no los rechaza,
al hueco cráneo y a la risa eterna!
deshabitadas testas, hondos padres,
que bajo el peso de tantas paladas,
sois la tierra y mezcláis nuestras pisadas,
el roedor gusano irrebatible
para vosotros no es que bajo tablas
dormís, ¡de vida vive y no me deja!
¿Amor quizás u odio de mí mismo?
¡Tan cerca tengo su secreto diente
que cualquier nombre puede convenirle!
¡Qué importa! ¡Mira, quiere, piensa, toca!
¡Agrádale mi carne, aun en mi lecho,
de este viviente vivo de ser suyo!
¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has traspasado con tu flecha alada
que vibra, vuela y no obstante no vuela!
¡Su son me engendra y mátame la flecha!
¡Ah! el sol… ¡Y qué sombra de tortuga
para el alma, veloz y quieto Aquiles!
¡No! ¡No!… ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Cuerpo mío, esta forma absorta quiebra!
¡Pecho mío, el naciente viento bebe!
Una frescura que la mar exhala,
ríndeme el alma… ¡Oh vigor salado!
¡Ganemos la onda en rebotar viviente!
¡Sí! Inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera, clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares,
hidra absoluta, ebria de carne azul,
que te muerdes la cola destellante
en un tumulto símil al silencio.
¡Se alza el viento!… ¡Tratemos de vivir!
Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!