GABO: “como Macomber yo cacé el león, pero temblando”

Por José Antonio Luna

En enero de 2013, quince meses y 17 días antes que su amigo íntimo falleciera, Plinio Apuleyo Mendoza, reveló al mundo los detalles más íntimos del hijo del telegrafista de Aracataca, su compadre Gabriel García Márquez fallecido el 17 de abril de 2014 en la ciudad de México. Fue el ultimo libro de una trilogía sobre su amigo GGM.
Con el título: GABO: Cartas y recuerdos fue publicado el emotivo relato de Apuleyo Mendoza donde cuenta con lujo de detalles pasajes nunca conocidos de la intensa vida del escritor más relevante del boom latinoamericano, premio nobel de literatura 1982.

“Yo no sabía, te lo juro, hasta donde podía empujar el carro. Simplemente me levantaba cada mañana, sin saber que iba a ser de mí, y lo empujaba. Un poco más. Siempre un poco más. Sin saber si llegaba o no llegaba. Sin saber nada…Te acuerdas de Mancomber? …¿El cuento de Hemingway?
Si, el mejor cuento que se haya escrito. Un cuento cojonudo. Acuérdate, Macomber sale a matar al león. O el búfalo, Sale temblando y se lo encuentra. Temblando alza el fusil y apunta. Temblando, lo mata. ¿Pues bien, sabes una cosa? Yo soy Macomber. Mejor dicho todos somos Macomber. Todos tenemos que cazar un león. Algunos hemos llegado a hacerlo. Pero temblando”.

Gabo: cartas y recuerdos– es una obra muy parecida a – Aquellos tiempos con Gabo publicado en 2000-, relata al mundo lo que es la verdadera amistad, y las maneras de ser amigo fiel para siempre pese a diferencias ideológicas y las distancias geográficas y los rumbos que finalmente fue tomando la vida literaria y familiar de él y Gabo. Se me ocurren estos relatos del maestro y el discípulo porque en algunos momentos Plinio Apuleyo se refiere a Gabo como su guía en los momentos difíciles: conflictos familiares y tribulaciones económicas. Y García Márquez de Apuleyo Mendoza como su mentor y protector.
Esta versión mejorada de Aquellos tiempos con Gabo tiene la novedad de incluir once cartas inéditas que García Márquez, le dirigió a Plinio. Documentos de extraordinario valor, donde el nobel le expresa a su amigo y compadre detalles de sus trabajos, sus incertidumbres, sus dudas, sus anhelos en los momentos cruciales como: durante la redacción de Cien Años de soledad y El Otoño del Patriarca, y sus carencias económicas que empezaron a terminar después de ganar el nobel de literatura en 1982.
Con Gabo Cartas y recuerdos Plinio Apuleyo finaliza una trilogía sobre él y su amigo, cuando todavía García Márquez no ganaba el Nobel, aunque ya era famoso.
Trilogía que comenzó en 1982 con El olor de la guayaba, le siguió Aquellos tiempos con Gabo y finalmente Gabo cartas y recuerdos. Estas tres obras, muy íntimas, muy sentimentales son tributos y afectivos reconocimientos que Plinio Apuleyo Mendoza le brinda a un entrañable amigo, compadre y colega que nunca lo abandonó y que él tampoco abandonó. “Gabo me enseñaba siempre sus manuscritos”, dice.
Gabo cartas y recuerdos es una obra anecdótica, resumida, arbitraria y una esquemática crónica de varios fracasos, el desencanto de Plinio ante el totalitarismo de la Unión Soviética y su influencia en Cuba, y como los “revolucionarios” cayeron en la burocratización y el pseudosocialismo que empantanó a la llamada Revolución cubana.
“En este sentido, el libro de Plinio también es un testimonio y una declaración de principios sobre el antagonismo ideológico y la filiación que, sobre Cuba y Fidel Castro, priva entre él y Gabriel García Márquez”.
En su obra Apuleyo Mendoza profundiza en algunos temas ya expuestos por García Márquez, como fue la etapa en Prensa Latina en Cuba, pero con los cabos sueltos que se le pudieron escaparan a su amigo o que no quiso mencionar. Las peripecias que pasaron en Caracas editando la revista MOMENTO, donde dejaron plasmados sus crónicas sobre la caída del dictador venezolano Marcos Rojas Pinilla en enero de 1958.
Plinio en su obra le da poco crédito a la revolución cubana, que se hacia llamar, y lo sigue haciendo. comunista. Dice Plinio en la página 122 de su libro recordando la etapa cubana de Prensa Latina, que: “En América Latina, vale la pena recordarlo hoy, ninguna revolución ha sido realizada por el partido comunista. Fuerza reducida en casi todas partes, nunca el comunismo ha sido una alternativa confiable para las masas”. Agrega Plinio: “Las masas han favorecido movimientos caudillistas, populistas, liberales, socialdemócratas, democratacristianos, han sido gaitanistas, lopistas, rojistas, belisaristas, en Colombia; apristas en el Perú; peronistas en Argentina; adecas o copeyanas en Venezuela; socialistas o democristianos en Chile; pero no comunista”.
Las cartas de Gabo dieron pie para que Plinio Apuleyo haga un recorrido en la vida de García Márquez en su viaje de Nueva York cruzando todo el país de norte a sur hasta llegar a la ciudad de México, tiempo en que los dos grandes amigos están separados por la distancia, pero unidos por la adversidad y la lucha por establecerse en algún lugar para seguir creando.
Plinio cuenta como con unos dólares ayudó a Gabo a llegar a México para allí conseguir el apoyo de otro amigo Álvaro Mutis artífice de vincularlo con Carlos Fuentes quien desde esa fecha se volvió un asiduo del invitado colombiano, que escribiría en México su obra maestra entre 1066 y 67: LOS CIEN AÑOS DE SOLEDAD.
“Gabo, de nuevo sin empleo y casi sin dinero, viajó por tierra (con Mercedes y su hijo el pequeño Rodrigo) desde Nueva York a la Ciudad de México (llegaron “el domingo 2 de julio de 1961”, día que suicidó Ernest Hemingway, reza la leyenda, y los recibió y acomodó Álvaro Mutis); y la época en París (entre 1971 y 1972) en que Plinio, con el español Juan Goytisolo, urdía la edición de la revista Libre (subsidiada por Albina du Boisrouvray, la Patiño), la cual, intestinalmente, se vería marcada y lastrada por las polémicas, las divisiones, las deserciones y los escándalos mediáticos y políticos que provocó el legendario “caso Padilla”, desencadenado, en La Habana, el 20 de marzo de 1971”.
Para Gabo, la lectura de sus obras inéditas por sus amigos era un asunto muy importante. Las once cartas de Gabo a Plinio revelan el gran valor de el novelista de Aracataca daba a las recomendaciones. Reproduzco aquí la que considero da mucha luz sobre los apuros del escritor para conseguir su obra maestra, y todas sus otras obras.

22 de julio de 1967
Me ha dado una alegría lo que me dices del capítulo de Cien Años de Soledad. Por eso lo publiqué. Cuando regresé de Colombia y leí lo que llevaba escrito, tuve de pronto la desmoralizante impresión de estar metido en una aventura que lo mismo podría ser afortunada que catastrófica. Para saber cómo lo veían otros ojos, le mandé entonces el capitulo a Guillermo Cano, y convoqué aquí a la gente más exigente, experta y franca, y les leí otro. El resultado fue formidable, sobre todo porque el capítulo leído era el más peligroso: la subida al cielo en cuerpo y alma de Remedios Buendía.
Ya con estos indicios de que no andaba descarrilado, seguí adelante. Ya les puse punto final a los originales, pero me queda por delante un mes de trabajo duro con la mecanógrafa, que está perdida en un fárrago de notas marginales, anexos en el revés de la cuartilla, remiendos con cinta pegante, diálogos en esparadrapo, y llamadas de atención en todos los colores para que no se enrede en cuatro abigarradas generaciones de José Arcadio y Aurelianos.
Mi principal problema no era solo mantener el nivel del primer capítulo, sino subirlo todavía más en el final, cosa que creo haber conseguido, pues la propia novela me fue enseñando a escribirla en el camino. Otro problema era el tono: había que contar las barbaridades de las abuelas, con sus arcaísmos, localismos, circunloquios e idiotismos, pero también con su lirismo natural y espontáneo y su patética seriedad de documento histórico. Mi antiguo y frustrado deseo de escribir un larguísimo poema de la vida cotidiana, “la novela donde ocurriera todo”, de que tanto te hablé, está a punto de cumplirse. Ojalá no me haya equivocado.
Estoy tratando con estos párrafos, y sin ninguna modestia, a tu pregunta de cómo armo mis mamotretos. En realidad, Cien años de soledad fue la primera novela que traté de escribir, a los 17 años, y con el título de La casa, y que abandoné al poco tiempo porque me quedaba demasiado grande. Desde entonces no dejé de pensar en ella, de tratar de verla mentalmente, de buscar la forma más eficaz de contarla, y puedo decirte que el primer párrafo no tiene una comas más ni una coma menos que el primer párrafo escrito hace veinte años. Saco de todo esto la conclusión que cuando uno tiene un asunto que lo persigue, se le va armando solo en la cabeza durante mucho tiempo, y el día que revienta hay que sentarse a la máquina , o se corre el riesgo de ahorcar a la esposa.
Lo más difícil es el primer párrafo. Pero antes de internarlo, hay que conocer la historia tan bien como si fuera una novela que ya uno hubiera leído, y que es capaz de sinterizar en una cuartilla. No se me haría raro que se durara un año en el primer párrafo, y tres meses en el resto, porque el arranque te da a ti mismo la totalidad del tono, del estilo, y hasta de la posibilidad de calcular la longitud exacta del libro. Para el resto del trabajo no tengo que decirte nada, porque ya Hemingway lo dijo en los consejos más útiles que he recibido en mi vida: corta siempre hoy cuando sepas cómo vas a seguir mañana, no solo porque esto te permite seguir pensando toda la noche en el principio del día siguiente, sino porque los atracones matinales son desmoralizadores, tóxicos, y exasperantes, y parecen inventados por el diablo para que uno se arrepienta de lo que está haciendo. En cambio, los numerosos atracones que uno se encuentra a lo largo del camino, y que dan deseos de suicidarse, son algo así como ganarte la lotería sin comprar billete, porque obligan a profundizar en lo que se está haciendo, a buscar nuevos caminos, a examinar otra vez todo el conjunto, y casi siempre salen de ellos las mejores cosas del libro.
Lo que me decís de “mi disciplina de hierro” es un cumplido inmerecido. La verdad es que la disciplina te la da el propio tema. Si lo que estás haciendo te importa de veras, si crees en él, si estás convencido de que es una buena historia, no hay nada que te interese más en el mundo y te sientas a escribir porque es lo único que quieres hacer, aunque te esté esperando Sofia Loren. Para mí, esta es la clave definitiva para saber qué es lo que estoy haciendo: si me da flojera sentarme a escribir, es mejor olvidarse de eso y esperar a que aparezca una historia mejor. Así he tirado a la basura muchas cosas empezadas, inclusiva casi 300 páginas de la novela del dictador, que ahora voy a empezar a escribir por otro lado, completa, y que estoy seguro de sacarla bien.
Yo creo que tu debes escribir la historia de las tías de Toca y todas las demás verdades que conoces. Por una parte, pensando en política, el deber revolucionario de un escritor es escribir bien. Por otra, la única posibilidad que se tiene de escribir bien es escribir las cosas que se han visto. Tengo muchos años de verte atorado con tus historias ajenas, pero entonces no sabía qué era lo que te pasaba, entre otras cosas porque yo andaba un poco en las mismas. Yo tenía atragantada
esta historia donde las esteras vuelan, los muertos resucitan, los curas levitan tomando tazas de chocolate, las bobas suben la cielo en cuerpo y alma, los maricas se bañan el albercas de champaña, las muchachas aseguran a sus novios amarrándolos con un dogal de seda como si fueran perritos, y mil barbaridades más de esas que constituyen el verdadero mundo donde tú y yo nos criamos, y que es el único que conocemos, pero no podía contarlas, simplemente porque la literatura positiva, el arte comprometido, la novela como fusil para tumbar gobiernos, es una especie de aplanadora de tractor que no levanta una pluma a un centímetro del suelo. Y para colmo las vainas, ¡que vaina!, tampoco tumba ningún gobierno. Lo único que permite subir una señora en cuerpo y alma es la buena poesía, que es precisamente el recurso del que disponían tus tías de Toca para hacerte creer, con una seriedad así de grande, que a tus hermanitas las traían las cigüeñas de Paris.
Yo creo por todo esto que mi primera tentativa acertada fue La hojarasca y mi primera novela Cien años de soledad. Entre las dos, el tiempo se me fue en encontrar un idioma, que no era el nuestro, un idioma prestado, para tratar de conmover con la suerte de los desvalidos, o llamar la atención sobre la chambonearía de los curas, y otras cosas que son verdaderas, pero que sinceramente no me interesan para mi literatura. No es completamente casual que cinco o seis escritores de distintos países latinoamericanos nos encontremos de pronto, ahora, escribiendo en cierto modo tomos separados de una misma novela, liberados de cinturones de castidad, de corsés doctrinarios, y atrapando el vuelo las verdades que nos andaban rondando, y a las cuales les teníamos miedo; por una parte, porque los Gallegos, los Rivera, los Icaza, las habían manoseado mal y las habían malgastado y prostituido. Esas verdades, a las cuales vamos a entrar ahora de frente, y tú también, son el sentimentalismo, la truculencia, el melodramatismo, las supersticiones, la mojigatería, la retórica delirante, pero también la buena poesía y el sentido del humor que constituyen nuestra vida de todos los días.
Un gran abrazo
GABO