Carta inédita de Elena
Garro a Octavio Paz¹
WWW.MILENIO.COM
Anoche soñé con Rubén, tu amigo.
Octavio:
Te escribo antes de levantarme. Deben ser las seis y cuarto o cosa así. Quiero explicarte las cosas y convencerte, como yo lo estoy, que lo que sucede es lo mejor. Hemos fracasado; más bien lo estamos desde antes de conocernos y ser novios. Quizá así estaba escrito. Anoche, cuando me acosté, lloré poco pero abundante y amargo no por el amor ni por la ruptura, para mí irremisiblemente definitiva, lloré por la Elena de hace un año, por todas las jóvenes que fracasan todos los días; por todas las que aspiramos un día al amor entendido como yo lo entendía y lo deseaba: enorme, dichoso, pleno, en armonía con lo infinito. Pensaba que un día estaría yo así con algún ser, inmensamente amados los dos, elevados tan alto que tocaríamos el cielo con las manos.
En la fidelidad yo no pensaba como tú, yo la practicaba, aceptando únicamente en su ínfimo grado las aventuras que se me presentaban y rechazando siempre. Tú lo sabes. Recuerda cómo fui contigo, y te juro por lo más grande, que fuiste el único a quien yo di “puerta”. Quizá presentí algo, pues de aceptar tus galanteos estaba siempre arrepentida, aunque casi nunca me daba cuenta de ellos, ponía poca atención adrede. El mismo Carlos² que me gustaba tanto, ya te he dicho cómo lo traté, sin darle jamás ninguna esperanza. Quería ser fiel, estar intacta, guardarme toda para Él y le hice versos, muchos versos y en la noche me dormía tranquila a los dos minutos de poner la cabeza en la almohada.
Te aseguro que nunca pensé en el fracaso, pero Dios castiga la soberbia; no era yo ninguna excepción para merecer tanta dicha. La naturaleza, el amor, el éxtasis de estarnos los dos silenciosos, amándonos sin palabras, que todo lo manchan, sin ideas, sin sentido de la vida ni del tiempo, sin carne y sus inmundicias que yo no sospechaba; los dos extáticos oyendo la música del mundo. ¡Qué tonterías! ¡Cómo íbamos a oír esto ni a estar así, si no tuvimos tiempo más que para palabrear simplezas que nunca cumplimos, ni jamás podremos cumplirlas! ¡Cómo íbamos a ser los elegidos si nunca lo merecimos! ¡Pobre hombre que goza de la inteligencia para enlodarse y alejarse de Dios y de la vida! Pobre idiota de mí que creyó santificar algún día a la carne y no logró más que enlodarse en ella porque yo de este enorme periodo de insultos no saqué más que rencores rabiosos, enconados, inacabables que me envenenaban y me hacían perder kilos y dicha porque día a día descubría en nosotros miseria, empezando por un día en la Alameda en que tú me aclaraste que no seguías táctica conmigo. ¡Qué ridiculez! Ni de eso nos salvamos, porque tú me hablaste durante un año largo de fidelidad y yo te oía, y sin embargo bastaba con que unos pantalones o unas enaguas se pusieran delante de nosotros para que adquirieran mayor importancia que tú y que yo, porque fracasamos en todos los aspectos. No te hago reproches ni me los hago, simplemente relato los hechos. Últimamente la situación era insostenible. No lo niegues, Octavio, no niegues que tú me herías con un secreto júbilo muy oscuro e inconfesado. Examínate, atrévete a verte a plena luz. Yo lo confieso y confieso que lo sabía y que lo más que hice fue callarme. Esos silencios que tanto nos atormentaron y que no los pude vencer, surgían dentro de mí, de repente, por una frase o un recuerdo, o simplemente conciencia de nuestro tambaleante cariño sin cimientos, o con ellos estropeados, puesto que cuando me hice tu novia ya sabía demasiado. Después, ese noviazgo enlodado en el que tú me dabas el papel de criada y yo el del lechero o el panadero, vulgares, rebosantes de sensualidad, de manoseo, buscando rincones y esquinas oscuras, rebajándonos, espiando a la gente; horrible lapso de tiempo cobarde y bajo, durante el cual ni te quise ni te dejé de querer, me dejé hacer un minucioso reconocimiento topográfico.
Fuimos un par de canallas, ¿lo sabes? Y eso es lo que no quiero seguir siendo, eso es lo que hay que evitar, el mancillarnos las bocas y los cuerpos con “caricias” macilentas. De esta vez sí no podemos volver, entiendes por qué. ¿Ves cómo yo tenía razón? No es el pleito en el que los dos sufrimos pensando en que el otro sufre y en el que la reconciliación es inevitable, puesto que ni el amor propio ni nada puede impedir que nos unamos nuevamente, gozosos por el momento, aunque después nos demos cuenta que todas las pequeñas heridas y desilusiones nos van secando el alma y convirtiéndola en un desierto de sal, de donde podrán surgir nuevas ternuras amargas para nuevos seres, no ya la dulzura primera que paulatina y rápidamente se nos amarga dejándonos fríos, malos, frenéticos de flirteo, crueles, gozando con los corajes del otro. No podemos ni debemos volver. Anoche cuando llegué a mi casa y me dijeron que habías venido, me sentí egoísta, muy egoísta. Pensé: “Yo soy únicamente la que he roto todo por este excesivo deseo de dicha, por no conformarme con mi dicha torpe y humilde”. Entonces mi mamá me dijo que te hablara y fui con voz amiga y de pronto tu voz me sonó hueca, irónica. No quise hacer caso y yo seguí amable, y tú burlón en el tono y cortés en las maneras. Repentinamente volví a pensar como momentos antes y me dio rabia que hubieras venido.
Desde el sábado que fuimos a casa de Marga, tú adoptaste ese tono y yo me dije: “Esto es lo que yo quería de una vez, el enfriamiento o la táctica”, como me dijo el otro día un amigo tuyo hablándome de ti. Y el domingo te hablé y seguiste en ese tono Rafaelesco y me diste risa. Es lo último que un amante puede inspirar y dije: “No lo veo”, y por eso no te hablé. Tú, como buen amigo del cursi de Rafael [López Malo], tratas de imitarlo. ¿Por qué no me buscaste? ¿No tuviste ni un ápice de ganas de verme? Entonces hiciste bien. ¿Tuviste algún deseo y lo ahogaste antes de que tomara cuerpo? Fuiste prudente. ¿Pero tuviste deseos e hiciste un mayor esfuerzo para no venir? Entonces te falsificaste. Aunque esto último no lo creo mucho. Yo sinceramente no tuve ganas de verte. Pensé: “Dándonos una tregua, a ver si nos endulza un poco la ausencia”. No fue así. Tú anoche me dijiste que habías venido a la casa por cierto cariño y un resto de fidelidad, aunque después lo cambiaste. Yo no obro nunca por restos. Yo te hablé sintiéndome egoísta y te colgué sintiéndome tranquila, y hoy no te escribo por ningunas ruinas, te escribo para explicarte el porqué de ellas. Lo que nos queda es, a mí por lo menos, no ya el paraíso abierto sino simplemente unas calles pletóricas de hombres, un vasto horizonte masculino en rubio y en oscuro, rostros ajados, lujuriosos. No podría pedir más, puesto que es lo que yo ofrezco. Ahora soy humilde, no pido más que eso. Ahora flirteo con cuanto tipo me encuentro, pero no pienso abrirle a ninguno de ellos mi parte buena, aunque quizá, pobrecito el que venga, no merezca esto. El lunes en la escuela un tipo que sabe que ando con ustedes, los Barandales, puesto que me dijo que ahora era yo la que hacía furor entre ellos³, me habló mal de ustedes y yo me reí. Deva se enojó, pero para qué iba a discutir por un pasado, ¿no te parece? El martes y el miércoles estuve toda la tarde con otro horroroso de Leyes que tú conoces, y Deva discutió agriamente con él porque le cae mal, a mí me pasa igual, pero le hice arrumacos, así se progresa, no porque un vestido se me desgarra, no voy a desear otro, y con más razón, puesto que yo no tengo lujo. El domingo que fui a la Argentina, me fui coqueteando descaradamente con dos tipos que iban allí. Ya ves, soy sincera, te digo todo esto para que no pienses en mí con amabilidad. Di lo que quieras, pero yo no te cuento esto para hacerte enojar, sino para que te des cuenta que estoy dejada de la mano de Dios. Anoche soñé con Rubén, tu amigo.
Yo te llevaré tus libros con Rafael para que él te los entregue. Tus cartas creo que no las quieres, ¿verdad? Quizá no las rompa porque están bien escritas. Tus retratos te los mandaré por correo para que tú me devuelvas todo lo mío por la misma vía, incluyendo ésta por supuesto, quiero que te llegue ahora para que de una vez estés al tanto de todo, aunque supongo que tácitamente lo estás. No me guardes rencor. Haz lo que yo, mira, lloré anoche por mí, ahorita lloré por ti, y ya estoy lavadita, sin rencores. De toda esta baraúnda de pasiones ha surgido Tavucho, amigo bueno, a quien puedo recurrir en un momento malo, lo mismo que él a mí, por supuesto. Sé noble y trata de alejar a la Helena mala y buscar a la que alguna vez te haya proporcionado dulzura. Yo eso hago. Borraré todas tus imágenes malas para quedarme solamente con las buenas, trataré de enmendarme y pensaré en ti. Haz tú lo mismo, quiere mejor a la que venga, pero no reniegues de mí. Te juro que ése es mi plan. No te tengo rencor, amigo mío. No me busques, sería empezar la misma cadena, tú lo comprendes mejor que yo, poeta mío.
Adiós, Elena
Me acordé de aquel verso de Heine: “Tantas cuartillas para darme el pasaporte”. Ríete lindo.
El libro “Elena Garro sin censura”,
editado por Patricia Rosas Lopátegui
y publicado por Gedisa, incluye diarios,
memorias, guiones cinematográficos,
traducciones y epístolas como ésta, en
la que aborda su conflictiva relación con
el joven poeta.
1-Garro, Elena. “Carta a Octavio Paz. Sin fecha”. Al decir “lloré por la Elena de hace un año”, se deduce que la escribió hacia mediados de 1936, pues aceptó ser su novia el 22 de junio de 1935. Archivo de Helena Paz Garro, proporcionado a Patricia Rosas Lopátegui, abril de 2006.
2- Carlos Aguilar (véase Paz Garro, Helena. Memorias, pp. 359-360).