Por José Antonio Luna

Es un enigma hasta qué grado de intimidad llegó el intercambio epistolar-intenso- entre la poetisa uruguaya, Delmira Agustini (Montevideo,1886-Montevideo 1914) y el poeta nicaragüense Rubén Darío (Metapa 1867, León 1916), padre del Modernismo, a quien la poetisa admiraba profundamente.
El intercambio epistolar entre Agustini y Darío ocurrió en un corto tiempo-no más de año y medio-pero selló para la historia esa relación devocional por parte de Agustini y paternal quizás por parte del bardo nicaragüense.
Es tan impactante el contenido de las misivas de Agustini hacia Darío que, en un ensayo dedicado a la correspondencia entre los poetas, Guillermo Aguirre Martínez de la Universidad Complutense sostiene que: “El carácter trágico, anticipatorio e intensamente poético del epistolario entre Darío y Agustini se erige en testimonio relevante en el conjunto de la obra de ambos poetas”.
¿Cuantas cartas escribió Agustini a Rubén Darío? No se sabe. Algunos sobrevivieron, otras no. Tampoco se sabe exactamente cuántas respondió Darío a la poetisa.
Cabe explicar que la poesía de Delmira Agustini es innovadora. La proyección de su poesía es erótica, con imágenes de honda belleza y originalidad.
“El mundo de sus poemas es sombrío y atormentado, con versos de una musicalidad excepcional. Su lirismo llega a profundidades metafísicas que contrastan con su juventud”.
¿Como se conocieron? hay diversas fechas y circunstancias; lo seguro es que fue en julio de 1912, meses antes que Agustini contrajera nupcias con su novio y que Rubén partiera definitivamente de Buenos Aires hacia Norteamérica. Darío estaba ya en esos días bastante enfermo.
Estas son las dos versiones de cómo Delmira y Rubén se conocieron:
La primera versión dice: “El 28 de junio de 1912, Rubén Darío llegó a Montevideo, donde estuvo casi un mes. El sábado 13 de julio siguiente, a las cinco de la mañana, fue a visitar a Delmira.
Hubo que levantarse, olvidar el frío, vestirse y atenderlo: ¡era Rubén Darío!
Ese fue un día de fiesta para Delmira: “si Darío es para el mundo el rey de los poetas, para mí es Dios en el Arte”.
Esta es la otra versión: En julio de 1912, el poeta nicaragüense Rubén Darío realizó su primera visita a Montevideo con motivo de la celebración de un homenaje a Julio Herrera Reissig, fallecido dos años atrás.

Una conmovedora carta de Agustini:
“Perdón si le molesto una vez más. Hoy he logrado un momento de calma en mi eterna exaltación dolorosa. Y éstas son mis horas más tristes. En ellas llego a la conciencia de mi inconciencia. Y no sé si su neurastenia ha alcanzado nunca el grado de la mía. Yo no sé si usted ha mirado alguna vez la locura cara a cara y ha luchado con ella en la soledad angustiosa de un espíritu hermético. No hay, no puede haber sensación más horrible. Y el ansia, el ansia inmensa de pedir socorro contra todo – a otro espíritu mártir del mismo martirio. Acaso su voluntad, más fuerte necesariamente que la mía, no le dejará comprender jamás el sufrimiento de mi debilidad en lucha con tanto horror. Y en tal caso, si viviera usted cien años, la vida debía resultarle corta para reír de mí – si es que Darío puede reír de nadie -. Pero si por alguna afinidad mórbida llega usted a percibir mi espíritu, mi verdadero espíritu, en el torbellino de mi locura, me tendrá usted la más profunda, la más afectuosa compasión que pueda sentir jamás. Piense usted que ni aun me queda la esperanza que la muerte, porque la imagino llena de horribles vidas. Y el derecho del sueño se me ha negado casi desde el nacimiento. Y la primera vez que desborda mi locura es ante usted. ¿Por qué? Nadie debió resultar más imponente a mi timidez.
¿Cómo hacerle creer en ella a usted, que solo conoce la valentía de mi inconsciencia? Tal vez porque le reconocí más esencia divina que a todos los humanos tratados hasta ahora.
Y por lo tanto, más indulgencia. A veces me asusta mi osadía: y a veces, ¿a qué negarlo?, me reprocho el desastre de mi orgullo. Me parece una bella estatua despedazada a sus pies. Sé que tal homenaje nada vale para usted, pero yo no puedo hacerlo más grande. A mediados de octubre, pienso internar mi neurosis en un sanatorio, de donde, bien o mal, saldré en noviembre o diciembre para casarme. He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara! ¿Quiere usted dejar caer en un alma que acaso se aleja para siempre, una sola palabra paternal?
¿Quiere usted escribirme una vez más, aunque sea la última, para decirme solamente que no me desprecia? D.”
Una carta y un pórtico de Rubén Darío
para el poemario “Los Cálices Vacíos”
“Buenos Aires, 9 de agosto. Tranquilidad.
Tranquilidad. Recordad el principio de Marco Aurelio: ‘Ante todo ninguna perturbación en ti’. Creer sobre todo en una cosa: el Destino.
La voluntad misma no está sino sujeta al Destino. Vivir, vivir, sobre todo. Y tener la obligación de la alegría del gozo bueno. Si el genio es una montaña de dolor sobre el hombre, el don genial tiene que ser en la mujer una túnica ardiente. Pero hay una gracia que salva y ella viene a los señalados. Los Cantos de la mañana son muy bellos. Pero si es posible aún, más sinceridad, más malgré totu. “El Confesor”.
“De todas las mujeres que hoy escriben en verso, ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor. A veces rosa por lo sonrosado, a veces lirio por lo blanco. Y es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación divina. Si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española. Sinceridad, encanto, fantasía, de ahí las cualidades de esta deliciosa musa. Cambiando la frase de Shakespeare, podría decirse that is a woman, pues por ser muy mujer dice cosas exquisitas que nunca se han dicho. Sean con ella la gloria, el amor y la felicidad”.

El lunes 6 de julio de 1914, Delmira Agustini fue muerta por dos balazos en la cabeza por su exesposo, Enrique Job Reyes, quien se suicidó enseguida, en la pieza que él alquilaba en la calle Andes 1206, en casa de la familia González Mariño. Las crónicas de los diarios catalogaron al crimen como pasional, sin romanticismo, ni misterio.
Delmira tenía veintisiete años y Reyes veintinueve.
Rubén Darío, murió año y medio después, el 6 de febrero de 1916, en León, Nicaragua.

Tampa, Florida, Junio 2015.