La Universidad Nacional de Tres de Febrero de Buenos Aires, Argentina presenta unas nuevas Obras completas de Rubén Darío en edición crítica. Al poner a disposición del público los textos de una de las más relevantes figuras literarias latinoamericanas en versiones fidedignas y anotadas, la Universidad aspira a enriquecer el campo de los debates culturales contemporáneos. Tras décadas de esporádica atención a su legado, la obra de Darío reaparece en una edición que rescata y recompone sus textos con máximo rigor filológico. En diez tomos cronológicos con volúmenes coordinados por reconocidos especialistas en modernismo hispanoamericano, el proyecto se propone compilar toda la producción dariana conocida junto a nuevos materiales surgidos de la investigación y ofrecer versiones fidedignas de sus escritos,
acompañadas de una introducción, aparato crítico con cotejo de variantes, notas explicativas y apéndices documentales
.

La caravana pasa de Rubén Darío: epítome del periodismo modernista

Por Günther Schmigalle

La caravana pasa es uno de los más bellos y a la vez uno de los menos conocidos entre los libros de crónicas publicados por Rubén Darío. En sus 31 capítulos, publi­cados originalmente en La Nación de Buenos Aires, desde la primavera de 1901 hasta el verano de 1902, encontramos a Darío en plena posesión de sus do­nes de cronista. Escritos en su mayor parte en París, reflejan tanto su fascina­ción como su desilu­sión con la “capital de la cultura”, y representan hoy una mina va­lio­sísi­ma de informaciones e impresiones sobre la Bella Época pari­siense. Sin em­bargo, el mismo Darío contribuyó a la poca accesibilidad del libro. Le puso un ti­tulo ba­sado en un proverbio árabe que no indica nada de los temas que se tratan en él; quitó los títulos de las crónicas individuales tales como aparecieron en La Na­ción y los reemplazó por números; eliminó sus fechas de composición y mo­di­ficó su cronología para regruparlos en orden temático, en cinco libros, que a su vez no llevan título alguno para indicar de qué temas se trata, de manera que La caravana pasa, como dijimos en otra ocasión, “se parece a una de esas casas en los paí­ses árabes que presentan al via­jero un muro blanco y opaco, sin ventanas, que no deja adi­vi­nar nada de las bellezas que puede abrigar en su interior”.

Es cierto que los amigos de Darío no se dejaron desanimar por el aspecto poco aco­ge­dor del libro. Aquileo Echeverría, el poeta costarricense, le escribió que, no pudiendo conseguir “más que los dos publicados por la Casa Garnier – España contemporánea y La caravana pasa – me los he leído de un tirón y con deleite”[1]. Rufino Blanco Fom­bona, el escritor venezolano, le contó en una carta que en­contró, en el bulevar de París, al cantante Jehan Rictus, y que le habló “del artículo de U. sobre él y no lo conocía. Yo no recordaba en cuál de los libros suyos está. Hoy le anuncio que es en La caravana pasa[2]. Juan Ramón Jiménez, después de agradecerle el regalo de Prosas profanas, le invitó: “No deje de en­viarme La caravana pasa para escribir alguna bibliografía”[3]. El filólogo gallego Primitivo Rodríguez Sanjurjo, por su parte, comentó que “recientemente ha publicado un libro La caravana pasa que ha despertado gran emoción y en el que se nota una intensidad emotiva nada co­mún, siendo algo así como un crisol en donde se fun­den los más puros elementos de la moderna esté­tica literaria”[4].

A pesar de estas primeras lecturas favorables, la recepción crítica de La caravana pasa ha sido muy pobre, por no decir nula. Para el gran público como para los mismos hispanistas, La caravana pasa quedó un libro sellado con siete sellos[5]. En nuestra edición crítica[6] hemos hecho un esfuerzo para abrir estos sellos para el lector del siglo XXI.

Localizamos las 31 crónicas origi­nales para poner a cada una su fecha de composición y de publicación inicial; re­consti­tuimos sus títulos ori­gi­nales; con la ayuda de Rodrigo Caresani y de José Luis Gamarra anotamos las variantes entre los textos de La Nación y el texto de la editio prin­ceps; aclaramos, en numerosas notas en pie de página, una gran parte de las alu­siones y referencias del texto dariano y elabora­mos un índice onomástico. En esta labor aprovechamos los acervos de varios archivos: el Semi­nario Archivo Rubén Darío de Madrid, la Sala Dariana en la Biblioteca Nacional de Managua y el Museo Archivo Rubén Darío en León (Nicaragua), la Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico de Buenos Aires, y la Biblioteca Na­cional de París. Pensamos que hoy, ciento veinte y dos años después de su pri­mera publi­cación, La caravana pasa es un libro que vale la pena redescubrir bajo varios aspectos: como fuente biográ­fica, como fuente de un proceso histórico y cultural, y sobre todo como obra lite­raria sui generis, es decir, como epítome del periodis­mo modernista.

Pasando a los problemas de la investigación que se presentan en una edición crítica de ese tipo, el problema fundamental es que, en el caso de La caravana pa­sa como de otros libros de crónicas (Peregrinaciones, Opiniones, Parisiana, Todo al vuelo, pero también, en otro plano, Los raros), Darío se nutre y se ali­menta de la cultura francesa finisecular, de tal manera que no se puede com­prender a fondo ni un párrafo de sus textos sin conocer aquella. Para localizar sus fuentes, para identificar sus referencias, para darse cuenta de los ingredientes y de la re­ceta, no solamente hay que conocer a los grandes y pequeños autores fran­ceses de la época, sino que hay que familiarizarse con la inmensa producción pe­rio­dís­tica francesa del fin de siglo, desde el altanero Le Temps hasta el popular Le Matin, desde el burgués Le Figaro hasta el humilde Le Petit Parisien, desde el arrogante Journal des Débats y el intimidante L’Intransigeant hasta el poético Le Journal y el mundano Gil Blas, sin olvidar las hojas de intereses especiales, como Auto-Vélo, Paris-Sport, Femina, Paris qui chante, Le Théâtre, y aquellas que se acercaron a la pornografía, como Le Fin de Siècle.

Darío era un lector omnívoro, dotado de una memoria prodigiosa heredada de su madre[7], y uno de sus secretos profesionales fue este de impre­sionar al público lector de La Nación con alusiones y referencias a textos franceses recién publi­cados que nunca llegarían al Río de la Plata y que hoy es difícil loca­lizar en París mismo. Las crónicas en La caravana pasa tienen por lo general dos fuentes principales: una es una noticia, un artículo o un libro de actualidad; la otra suele ser una experiencia o un en­cuentro personal; ambos se narran y se enriquecen con reminiscencias diversas – a veces con citas de otras lecturas más clásicas – hasta desembocar en alguna conclusión poético-filosófica: “La época actual ha bastar­deado las cosas del espíritu y del enten­di­miento y co­razón. El utilitarismo y la poca fe han mermado el soñar y el sentir.” “La verdad es que el derecho al pan es indiscutible … Y también este otro; que cada cual tenga en la vida su parte de rosas.” “No hay que jugar con la muerte.” “La mejor conquista del hombre tiene que ser, Dios lo quiera, el hombre mismo.” “Yo sé de un filósofo a quien admiro. Guarda ovejas en la pampa.”

La identificación del texto leído por Darío que constituyó el primer motivo para la redacción de la cró­nica es fundamental; a partir del momento en que se logra identificar, todo el tejido del texto escrito por el cronista se deshilvana. “Esas damas…”, por ejemplo, comienza con la frase siguiente: “Un distinguido asesino inglés o al menos apellidado Smith, ha intentado con mal éxito, degollar a una vieja cortesana retirada, ya sin cotización en plaza, pero que tiene automóvil.” La noticia de este crimen, que se clasificó finalmente como un intento de robo y no de asesinato, salió en todos los grandes diarios franceses. Darío la resume y, sos­pechando que el criminal Edward Smith y la ex actriz Louise Kolb se conocían bien, desarrolla todo un análisis acerca de las corte­sanas de fin de siglo y de sus relaciones con los rastacueros que las rodean, las protegen, las cor­tejan y a veces las roban y las asesinan. Al inicio de “El desquite de la muer­te” se hace referencia a “una autopsia ruidosa que tuvo por anfiteatro el del hos­pital Saint-Antoine, y en la cual unos estudiantes de buen humor relle­naron de periódicos el cráneo de un ex-gendarme – simbólica ocurren­cia –, multiplicaron su hígado y desparramaron sus demás miembros”. Este policía se llamaba Émile Driont, sus huellas se en­cuentran tanto en el Journal como en Le Charivari, y, partiendo de la noticia, nuestro cronista acumula múl­tiples ejemplos de cómo los pari­sienses se burlan de la muerte, provocando una posible venganza: “Se puede des­pertar la Muerte; y ponerse a bailar, como en la Edad Media… Ese sería el desquite de la Muerte…” Ya se sabe que ese desquite se hizo realidad cuando estalló la guerra en 1914… En “Antes de la gloria”, “La fuerza yanqui” y “La cuestión de los ca­nales”, Darío resume los libros res­pec­tivos de Henri d’Alméras, W. T. Stead y Crisanto Me­dina. En “Los Estados Uni­dos y la América Latina” refiere un artículo de Achille Viallate, publicado en La Revue de Paris. En otras crónicas, la impresión o experiencia personal ocupan el primer lugar: en “Los modernos Íca­ros” el cronista es testigo ocular de la caída de un globo aero­stático y de la muerte de sus tripulantes; las crónicas del Libro se­gundo son relatos de viaje con impre­siones de Londres, Bruselas, Dunkerque, Dieppe; las del Libro quinto, impre­siones de arte, recogidas en exposiciones y museos. En algunos casos, las crónicas tienen una fuente difícil de localizar. En el caso de “La canción en la calle”, Darío se apoya en un autor a quien menciona de ma­nera poética y vaga: “Charles Arza­no nos renueva la historia de la canción ca­llejera desde su aparición en ese Pont Neuf y sus alrededores, … rendez-vous des charlatans, / Des chanteurs de chan­sons nouvelles”. Nos costó más de veinte años de pacientes búsquedas para identificar el texto al cual se refiere Darío: Charles Arzano, “Les Chanteurs des rues, du XVIIe siècle à nos jours”, Revue Universelle, 1° de diciembre de 1901, pp. 1179-1183.

 

Después del asunto de las fuentes, está el problema de las referencias, de las alu­siones y de las citas. Las referencias literarias son lo de menos. Todo el mundo co­noce a Victor Hugo, a Paul Verlaine, a Alexandre Dumas, y a Joris-Karl Huys­mans. En cuanto a Edmond Rostand, Jules Claretie, Jean Lorrain, Maurice Rollinat, si no los conocemos bien, podemos localizarlos en cualquier diccionario de la lite­ratura fran­cesa. Pero ya se complica el asunto: ¿por qué Darío habla de ellos de tal ma­nera y no de otra? ¿Cuál era la reputación de éste y de aquél en un determinado momento histó­rico? Y si nos salimos del canon histórico-literario de grandes y pequeños autores, las cosas se complican aún más. ¿Qué fue el coronelato de Namuncurá? ¿Quiénes fueron Leca, Manda y Casco de Oro, Madame Humbert, Prado y Pranzini? ¿Cuál es el aparato de M. Deibler? Ni la En­ciclopedia Espasa ni el Grand Larousse co­nocen estos nombres. Manuel Namuncurá fue el último cacique de la pampa, sus tribus fueron derrotadas y masacradas en 1878, en la misma época en que los indios americanos, bajo sus líderes Sitting Bull, Crazy Horse, Geronimo y Chief Joseph libraron sus últimas batallas contra el ejército de Estados Unidos. Como limosna, después de entregarse al gobierno argentino, Namuncurá recibió el grado de coronel. Casco de Oro fue la reina de los Apaches de París; Leca y Manda fueron rivales, se dieron cuchilladas por el amor de ella, y terminaron sus días en la colonia penitenciaria de Cayenne. En 1952 una película francesa cuenta esta historia. Madame Hum­bert, “la grande Thé­rèse”, fue una estafadora genial, que supo explotar a la alta sociedad francesa. Hace poco, una escritora norteamerica­na, Hilary Spurling, publicó un libro sobre ella. Prado y Pranzini fueron ase­sinos de mujeres galantes; Goron, el ex jefe de la seguridad de estado, en sus memorias, dedica un capí­tulo a cada uno de ellos. El aparato de M. Deibler es la guillo­tina, que funcionó en Francia desde 1791 hasta 1977. Anatole Deibler, de origen bá­va­ro, era el verdugo jefe.

La alusión es más difícil que la referencia, porque, por definición, es una “re­fe­rencia a algo que se da por conocido, pero que no se mienta o describe expre­sa­mente” (R. J. Cuervo); es una referencia velada. Así cuando, en “Esas da­mas…”, Darío escribe: “Han parado mientes en que, en Babilonia y en el mundo où l’on s’amuse, bajo una buena levita se oculta un buen estrangulador”, sólo la letra cursiva nos indica que hay algo detrás de este “mundo”: es una alusión a la co­media de Édouard Pailleron, Le monde où l’on s’amuse, famosa en su mo­mento. El mismo título “Esas damas…” alude a Ces dames, libro de Auguste-Jean-Marie Vermorel sobre algunas cortesanas del Segundo Imperio, que fue un pe­queño best-seller, llegando a seis ediciones durante el año 1860. Y cuando en “Ludus”, hablando del automovilismo, Darío declara: “No niego que hay su belle­za en el automóvil, y que una vez puesto uno en la silla, se va ensanchando Cas­tilla de­lante del armatoste formidable”, sus contemporáneos, sin duda, se dieron por ente­rados; mientras que para nosotros, que ya no tenemos tan presentes las obras de Manuel Fernández y González, es más difícil reconocer la alusión a los versos del Cid Rodrigo de Vivar: “Por necesidad batallo / y una vez puesto en la silla, / se va ensanchando Castilla / delante de mi caballo”.

En cuanto a las citas, hay, como en el caso de las referencias, una diferencia fun­damental entre las literarias y las no literarias. Las citas literarias, por lo general, no presentan mayores problemas al investigador. La balada “Los granaderos” que Darío traduce integralmente en “La estatua de Heine”, los sarcasmos de Schopen­hauer y de Nietzsche acerca de su patria alemana, el verso de Heredia citado en “En la Academia”, los aforismos de Chaucer y de Emerson acerca de la fatalidad en “Los modernos Ícaros”, y el medio verso de Shakespeare, “death and destruction dog”, citado en “El zar y el presidente”, son fáciles de identificar. “Voilà le mort d’amour avec sa lavandière”, un verso de Maupassant citado en “Antes de la gloria”, es un poco más difícil, ya que la poesía de ese gran narrador ha caído en el olvido y apenas hoy se está volviendo a descubrir. Pero el juego de la identificación literaria, que tiene toda una tradición en países como Inglaterra, tiene también sus límites. Siempre sobre el tema de la fatalidad, en “Los modernos Ícaros”, Darío cita la estrofa siguiente:

 

Et les bûchers flambaient, multipliés, dans l’air

                                    Fétide, consumant la pensée et la chair

                                    De ceux qui, de l’antique Isis levant les voiles

                                    Emportaient l’âme humaine au delà des étoiles.

“Así dice el poeta, y así se cumple”, comenta nuestro cronista, y nos quedamos con la pregunta: ¿cuál poeta? Por fin, Google Books, el “mayor catálogo de libros completos del mundo”, alcanzó un nivel que nos permitió identificar el verso, en el poema “La Bête écarlate” de Lecon­te de Lisle[8].

En la prensa periódica, las citas eran mucho más difíciles de encontrar. Hoy, por fin, gracias al proyecto Gallica de la Biblioteca Nacional de Francia, la búsqueda en el texto se ha hecho posible. Mu­chas cosas se pueden encontrar y enigmas encuentran su solución. Vea­mos, por ejemplo, en “Fiesta en Trianón”, el párrafo donde la vieja aris­to­cracia se burla de los advenedizos que quieren resucitar, durante un día festivo en Ver­salles, la época de María Antonieta:

«En el ha­meau de la reina, observa al­guien, antes las grandes damas hacían papel de fermières, hoy las fer­mières in­ten­tan hacer de grandes damas.» Otro dice: «He soñado mucho con las be­llas figuras que animaron tan admirables escenarios para arriesgarme a ir a padecer con la desi­lusión de personas actuales desprovistas de toda poesía.» Pasada la reunión, un cronista anota, junto a una Clermont-Tonnerre, «noblezas de Ural y de las Cor­di­lleras». El poeta Montesquiou Fezen­sac se asusta encontrando allí «cabezas que rehu­saría se­guramente la guillotina»; y el Jean Lorrain desventrado cien veces por Laurent Tailhade, agrega en verso: La pique en les voyant recule épouvantée [9] .

Las cinco citas, tan graciosas como difíciles y gracias a los progresos de la digitalización, la mayor parte se puede hoy localizar, en el artículo de Jean Lorrain, “Joies de Paris”, Le Journal, 2 de julio de 1901, p. 1. Sea dicho de paso que Darío suele hablar muy mal de Jean Lorrain, principalmente por sus manierismos de homosexual; pero nunca tuvo reparos para citar sus más bellos párrafos.

 

[1] París, 14 de noviembre de 1908, documento 953, Seminario Archivo Rubén Darío.

[2] París, sábado 25 [sin mes ni año], documento 1663, Seminario Archivo Rubén Darío. Blanco Fombona se equivovó: la crónica sobre Jehan Rictus, publicada en el suplemento semanal de La Nación el 16 de julio de 1903, no fue recogida por Darío en ninguno de sus libros, y quedó inédita durante más de cien años, hasta que la rescatamos en nuestra edición de Crónicas desconocidas de Rubén Darío (Managua: Academia Nicara­güense de la Lengua / Berlín: Edition Tranvía, 2006).

[3] Madrid [sin fecha], documento 1862, Seminario Archivo Rubén Darío.

[4] Madrid, 19 de febrero de 1913, documento 2001, Seminario Archivo Rubén Darío.

[5] El primer biógrafo de Darío, hablando de La caravana pasa, se lamenta: “Su infeliz idea de reemplazar los títulos por simples números romanos hace, por lo demás, la lectura del libro monótona y la consulta en sus páginas imposible” (Francisco Contreras, Rubén Darío: su vida y su obra, Barcelona: Agencia Mundial de Librería, 1930, p. 273).

[6] Rubén Darío: La caravana pasa (1902). (Obras Completas. Tomo 6 (1902-1904). Volumen I.) Edición crítica al cuidado de Günther Schmigalle. Sáenz Peña: EDUNTREF – Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2019. 458 pp.

[7] Rosa Sarmiento “era lindísima y un prodigio de talento y de memoria” (Lola de Turcios, “La familia Darío”, en: Emilio Rodríguez Demorizi, Papeles de Rubén Darío, Santo Domingo, R. D.: Editora del Caribe, 1969, p. 17).

[8] De Poèmes tragiques (1884).

[9] Rubén Darío: La caravana pasa, op. cit. (nota 6), p. 125.