Por Franklin Caldera
La vida de Guillermo Menocal, GM, (Granada, Nicaragua, 1946) no tiene sentido fuera de la literatura. Todo lo que pasa ante sus ojos o por su mente se vuelve poema, cuento o prosema. Su producción es copiosa y ahora la prolonga con la colección de “Relacortos” (Salinas, CA, 2002).
El libro (ilustrado por Omar de León) rescata para la posteridad una serie de personajes que vivieron en los alrededores de la Calles Palmira, el Corral, Santa Lucía- en la ciudad de Granada-, en los mil novecientos cincuenta y tantos. Con el desenfado que lo caracteriza, GM, hace que transiten por nuestra imaginación: Don Bruno Mejía, jugador, Don Enrique Poessy, cantinero, y su hija Chilo (que “caminaba de una manera desordenada”); Chamorrito, bailarín de boleros; Chepito Reyes, aficionado a las radionovelas (“Kadir, el árabe”, “Los tres Villalobos”), La señorita Tjerino (“demasiada mujer” para un esposo…), etc.
El autor nos regala sus acostumbradas series de adjetivos (… extraordinaria, amable, incansable, trabajadora) que primero sorprenden (… arenosas, polvosas, pedregosas), espantan (… arreglado, entalcado, oloroso, limpio y bien planchado), de pronto nos hacen falta (… burlesco, irónico, suspicaz) y cuando se juntan con los sustantivos (… póker, desmoche, tripar, casino, dados, dominó) … ¡ya nada los detiene! (Para Huidobro, el adjetivo cuando no da vida, mata; para Menocal siempre eterniza).
Es curioso que, perteneciendo a la generación de poetas de los sesenta, adictos a hablar sin parar, el autor (el único de alma pura) haya logrado momentos sublimes en el ámbito del cuento minimalista, del que fuera maestro el guatemalteco Augusto
Monterroso. Si se afirma que el cuento más célebre de éste es realmente una novela, por los amplios horizontes que sugiere (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”); bien podemos decir que los microcuentos de Menocal son mezclas de novelas rusa y tratado filosófico kierkegaardiano. El mejor es suicidio: “Estoy perdido, dijo. La detonación espantó a los animales en el patio de la casa”.
A pesar de su brevedad, los relatos citados tienen la característica esencial del cuento (como lo cultivaron Perrault, Poe, Chejov, Hemingway, Borges, Cortázar, y entre los nuestros, Cajina Vega, Aburto, Silva, Alemán Ocampo…): el desarrollo de una acción.
Noto que en Nicaragua se tiende a conceptuar como cuentos, textos que no lo son. En la antología de cuentos de La Prensa Literaria, (5-10-2002) se incluye la hermosa “Estampa esteliana” de Danilo Torres, que podría ser una descripción dentro de un relato, pero no un cuento en sí; o “Paslama”, ensayo introspectivo de Patricia Belli, concebido como prosa, pero por su estilo similar al de la escritura automática (con abundancia de figuras retóricas), propio de la poesía, se acerca al prosema. (El famoso poema de Octavio Robleto “Mariyitaaaá”, no es poema, sino obra de teatro).
Marta Leonor González dio en el clavo en su presentación de la citada antología al conceptuar como “cuentos en versos” algunos poemas de Darío como “La cabeza de Rabí, “Los motivos del lobo” y “El negro Alí”.
Estas consideraciones, ajenas a la calidad de una obra, son importantes para el estudio de nuestra literatura, pues la calificación es uno de los instrumentos básicos del conocimiento científico y ayuda al momento de asignar premios.
Tomado de La Prensa Literaria,
Sábado, 7 de junio de 2003.
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