RUBÉN DARÍO EN FRINÉ

Por Gustavo Adolfo Montalván Ramírez

BAILARINA DE LA BELLE ÉPOQUE
Las “Páginas de Arte” escritas y divulgadas por Rubén Darío son muy ilustrativas. A veces estas se confunde con los llamados “Poemas en Prosa”, y esto se debe a la cercanía o vecindad, entre ambos géneros literarios, que puso de moda por largo tiempo el padre del modernismo.
Sobre este punto tan discutido o confundido, vamos a referirnos a las Ediciones de Obras Completas de Rubén Darío. Hacia los años 1920-1924, don Alberto Ghiraldo, y su amigo Andrés González Blanco, presentaron estás ediciones con sendos prólogos.
En ellas, se destacan dos volúmenes especiales, que corresponden: en primer lugar, al Vol. IV, con el título de “Paginas de Arte”; y al Vol. XI con “Poemas en Prosa”. Desde esta óptica, no existe confusión alguna, y no se vislumbra en cada una de ellas, la zona fronteriza entre ambas. Sin embargo, las condiciones vinieron después con los años siguientes, cuando se reimprimieron con otras Casas Editoras.
En el caso presente, “Friné o Cléo de Mérode”, se trata de una página de arte. Es un corto ensayo sobre la danzarina moderna francesa Cléo de Mérode.

Por Rubén Darío
Cléo de Mérode danza, danza rítmica y mágicamente, de manera tal que su hechizo conquista a la sala entusiasmada.
Después en el Areópago, entre la gran muchedumbre pintoresca, al son de las trompetas, entre las sacerdotisas minervinas, sacerdotes, guerreros y jueves, comparece acusada de sacrilegio contra Venus la deleitable Friné.
Ella va apoyada en el brazo del escultor y danza, danza de nuevo, danza suave, rítmica y mágicamente, de manera tal que su hechizo conquista a la sala entusiasmada. El tribunal de heliastros vacila, y entonces con un bello gesto, Praxiteles arranca el velo que cubre la perfecta forma femenina; Venus aparece en lo alto; la luz inunda el recinto doblemente, haciendo resaltar la incomparable euritmia de esa carne insigne, y la cortesana va libre, en la apoteosis, entre las danzas y músicas, liras, sistros, crótalos, tamboriles, al resplandor de los cascos, de los puñales, de las corazas. Rosa de las rosas, belleza de las bellezas.
Cleo de Merode es alta, fina, armoniosa; hay un perpetuo ritmo en su grácil figura tanagreana. Nadie como ella posee la seducción de la actitud y el arte del ademán. Sus gestos son siempre llenos de gracia, y parece que siempre hubiese una flauta invisible que guiase sus movimientos, la magia de sus brazos y de su cuello, la cadencia alada de sus pasos…
Sabe expresarse como nadie con el doble y soberano lenguaje de las miradas y de las sonrisas. Finge en insuperables mímicas los más variados sentimientos, y su boca y sus ojos iluminan y acentúan la música de los actos…
Esta pagana tiene un rostro de Madona primitivo. Esta sacerdotisa del placer es semejante a una virgen de fra Angélico …, y siendo el más ilustre instrumento del católico demonio, aparece, por la manera de inocencia, por la dulzura del dibujo labial y la casi infantil mirada, como una adorable Nuestra Señora de la Sonrisa.

¿QUIÉN FUE CLÉO DE MÉRODE?,
Nace un 27 de septiembre de 1875, y su muerte un 27 de octubre de 1966, en París. Su nombre de nacimiento fue Cleopatra Diana de Mérode. A los once años aprende las canciones en La Ópera de París, pero años después a los 21 (1896) representa a la figura clásica griega de Friné, que destacó en su tiempo, como la mujer más bella de Grecia.
En 1897, el rey de Bélgica, Leopoldo II, quiso enamorarla en su camerino con un ramo de rosas, pero Cleo de Mérode lo rechazó de manera diplomática. Lo mismo ocurrió con el Marajá de Kapurthala, quien quiso conquistarla con un anillo de diamantes en 1900, según el periódico www.lavanguardia.com
La reacción de los medios de París no se hizo esperar, y ella fue seleccionada como “La mujer más bella del mundo” por la revista L’Illustration de París (1900), entre 131 celebridades, incluyendo la actriz de teatro, Sarah Bernhardt. El fotógrafo de entre siglos, Giovanni Boldini, presenta en sus personalidades sociales a Cléo de Mérode, en una pose elegante, (1900), representando la nueva burguesía francesa, según la revista Vogue, en www.vogue.es
Aquí es importante destacar que la obra pictórica de lo que se creyó en el mundo antiguo de Grecia, Frine, fue “la mujer más bella” de ese tiempo.
En París se vivió una especie de renacimiento del Neoclasicismo, y, por lo tanto, el medio ambiente artístico fijó su atención a la antigüedad de los griegos. Friné en las fiestas de Poseidón en Eleusis, 1889, en cuadro del pintor polaco Henrik Siemiradzki. Según nos dice la Historia del Arte.

¿QUIÉN FUE FRINÉ?
Friné, fue una famosa hetaira, modelo de mujer bella, que le sirvió a su amante, el escultor griego Praxiteles, para esculpirla en varias obras estatuarias.
De origen humilde, Friné nace en Tespias, Beocia, en el siglo IV, a. C. Su nombre obedece al apodo de una hetaira griega, célebre por su proverbial belleza.
Una de las estatuas de mármol fue cuando Friné se dispone a bañarse en la playa de Eleusis, que está de fiesta. Dicha obra, del tamaño un poco más de lo normal de un cuerpo humano, ella aparece desnuda, acompañada de una asistente le recibe su ropa.
Hubo un escándalo en París (1896), cuando el escultor Alexandre Falgiere exhibió su escultura de La Danseuse, que era un desnudo femenino en una estatua de mármol blanco, con la leyenda supuesta de la modelo Cléo de Mérode.

RUBÉN DARÍO ENCANTADO POR CLEO
Rubén Darío escribió entre sus crónicas, una que describe a Cléo de Mérode, la bailarina de la Belle Epoque de París, mientras ella se ganaba los aplausos del público, en la Exposición Universal de 1900.
Las revistas y periódicos de París la clasificaron hacia el año 1900, como “La mujer más bella del mundo”, aunque no faltaron las publicaciones amarillistas, en señalarla como una cortesana o cocotte… a lo que Cléo de Mérode contestaba en las entrevistas con mucha educación discreta, negando lo que las publicaciones en esos medios se imaginaban.
La crítica literaria dariana registra en la actualidad, dos tiempos en que Rubén Darío escribió primero, el texto de una crónica teatral sobre la bailarina norteamericana, Isadora Duncan, durante la Exposición Universal de París, año 1900.
En su obra Opiniones, (1906), Rubén Darío incluye su ensayo de “Isidora Duncan”. Mientras que el ensayo sobre “Cleo de Mérode: La reina de la sonrisa y de la danza” (1904), se incluye en su obra póstuma Páginas de Arte (1924).
En la edición de Fidel Coloma González, (1990), veremos que el nombre de Cléo de Mérode, se menciona una sola vez, en uno de los ensayos, que corresponde al titulado: “Miss Isadora Duncan” (PP. 257-269), lo cual quiere decir que ya era mencionada la de Mérode, por parte de Rubén Darío.
EL MITO Y LA REALIDAD DE CLÉO DE MÉRODE
Su verdadero nombre era Cleopatra Diana de Mérode, y pertenecía a una familia aristocrática austriaca de rancio abolengo. Nació en París en 1875, y fue una ciudad que lo significó todo para ella. Allí vivió casi toda su vida dedicada a lo que más le gustaba, que era la danza. Igualmente es la ciudad donde terminó sus días, casi un siglo después.
Cuando aún era muy niña sus padres se separaron, y Cléo fue a vivir con su madre a París. Aquí estudió al mismo tiempo que se preparaba para la danza, llegando a ser una mujer muy culta y refinada.
Su primera actuación fue en una ópera, de figurante, cuando solamente contaba ocho años de edad. Posteriormente, cuando ya desarrollaba su trabajo como bailarina, trabajó en locales menos refinados, lo que contribuyó a que fueran creídas las mentiras vertidas contra ella.
Toda su vida estuvo perseguida por los rumores y las maledicencias, ya que se movía en un ambiente donde lo normal es que las mujeres fueran cariñosas y receptivas a los gestos de sus acompañantes, aunque ella no fue así.
Siempre se la ha considerado dentro del ámbito de las cortesanas de lujo, más ella no accedía a los intentos de devaneo de los personajes importantes que pulularon a su alrededor.
El personaje que más se asocia a Cleo es Leopoldo II, rey de Bélgica. Desde luego él estaba enormemente interesado en ella, pero según las memorias de la bailarina, ella no aceptó sus requerimientos. Igualmente cuenta que se interesó por ella el Marajah de Kapurtala.
Este interés que despertaba en los hombres es comprensible, pues era terriblemente atractiva: rostro delicado y bellísimo, grandes ojos profundos y penetrantes, cintura de avispa, cuello de cisne y una hermosa y larga cabellera de color negro que llevaba siempre peinada de la misma forma, en bandós (con raya en medio y recogida en un moño bajo, tapando con la onda del cabello ambas orejas).
Dentro de la leyenda negra que la acompañó, se decía que llevaba ese peinado para ocultar que tenía cortadas las orejas, por una supuesta infidelidad al rey Leopoldo (cuando realmente no llegó a estar relacionada con él). Por supuesto que no tenía las orejas cortadas, simplemente le gustaba peinarse de aquella manera y resultaba bastante favorecida.
Otro escándalo se desató al aparecer una supuesta escultura suya, totalmente desnuda. Ella siempre afirmó que solamente posó para el rostro, y que el escultor le añadió su retrato al cuerpo desnudo de otra modelo.
Cleo cuenta en sus memorias que solamente tuvo dos amores: el primero un conde que murió joven; y el segundo un embajador español en París, que no supo serle fiel y al que, por ese motivo, ella abandonó.
Con el paso del tiempo se fueron haciendo más serios los espectáculos en los que actuaba. Cuando llegó su vejez dejó de aparecer en público, queriendo envejecer en completo anonimato. Tuvo una vida muy longeva, muriendo con 91 años, en 1966.
GAMR