Por GÜNTHER SCHMIGALLE
Investigador Dariano y ex catedrático de la UCA.

Rubén Darío nació y se crio en un mundo en el cual la mezcla de razas era una realidad cotidiana, tangible y banal. Él mismo habló con cierto orgullo de la sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano, que posiblemente corría en sus venas. En el transcurso de su vida se trasladaba a países donde el mestizaje era mucho menos marcado que en su tierra natal. Chile y Argentina se consideraban como los países más europeizados de la América latina. Sus pueblos autóctonos habían sido casi aniquilados; el genocidio que llevó a este resultado no fue tema de la poesía o prosa darianas. Al fin llegó a radicar en España y en Francia, donde la mezcla de razas fue todavía mínima en aquella época. La raza africana es tema de varios poemas y varias crónicas suyas, donde lamenta sus debilidades y exalta sus triunfos y progresos. En un poema exalta la “Negra Dominga” y en una crónica celebra la Reina de Madagascar, ambas con referencias bíblicas. En un episodio simpático de su biografía lo vemos celebrado como “negro honorario” en una taberna de un barrio de La Habana.
La primera amiga íntima de Darío (más adelante convertida en su segunda esposa) fue mestiza morena; su primera esposa, mestiza casi blanca o quizás criolla; la compañera de su vida era de Castilla y por ende “blanca”, a pesar del sol que quema las tierras de España. Tres grandes figuras de su parnaso personal tenían amigas africanas: Baudelaire inició su relación con Jeanne Duval, su musa de piel negra, a la edad de diecinueve años. Víctor Hugo, a la edad de setenta, en la cúspide de su gloria, agregó una dama de Barbados a la lista de sus conquistas amorosas. Rimbaud, a la edad de treinta, convivía en Arabia con una muchacha africana, única relación femenina estable de su vida. Darío tuvo en París una relación efímera de este tipo, pero, más discreto que sus colegas franceses, logró ocultarla casi completamente.

[1] schmigalle2000@yahoo.de. Publicado en Sala Dariana (Managua), n° 2, agosto de 2020, pp. 27-37.

Baudelaire conoció a Jeanne en 1842, en el Barrio Latino de antaño, antes de la construcción de los bulevares Saint-Michel y Saint-Germain. En la iglesia de los Cordeliers convertida en el “teatro del Panteón”, actuaba en Un bonheur n’arrive jamais seul, ou le Système de mon oncle, comedia-vaudeville de Puy, donde representaba una doméstica. Su papel se limitaba a la frase: “La cena está servida, Madame” (Mitchell 156), pero su físico causó revuelo entre los espectadores. “Esa mucama muy alta”, dice Nadar, “es una negra, una negra verdadera, o por lo menos, indudablemente, una mulata … por lo demás es bella, de una belleza especial que no se preocupa por Fidias, que es más bien de un gusto especial para los refinados. Bajo la abundancia frenética de las ondulaciones de su melena negra tinta, sus ojos grandes como soperas parecen más negros todavía; la nariz pequeña, delicada, con las alas y fosas nasales incisas con fineza exquisita; la boca como egipcia, aunque de las Antillas – boca de la Isis de Pompeya – admirablemente amoblada entre fuertes labios bellamente dibujados. Todo eso serio, orgulloso, hasta un poco desdeñoso” (Nadar 10). Nadar nota una figura “ondulante como culebra y especialmente notable por el exuberante, inverosímil desarrollo de los pechos, y esa exorbitancia da, no sin gracia, al conjunto el aspecto inclinado de una rama demasiado cargada de frutas. Nada de torpe, nada de esas denunciaciones simiescas que traicionan y persiguen la sangre de Cham hasta el agotamiento de las generaciones. En fin, la voz es simpática, de buen timbre, pero de nota grave, inhabitual en el papel de Dorine” (Nadar 11).
A continuación, Jeanne fue instalada por los dos amigos en un apartamento modesto en el n° 15 o 17 de la rue Saint-Georges, cerca de Notre-Dame-de-Lorette; según los recuerdos de Nadar, él mismo hacía el papel de amante y Baudelaire él de protector platónico, lo cual no impedía que el poeta hiciera al futuro fotógrafo una descripción de la melena de la “bella salvaje”, tan intensa que solo la influencia del hachís puede quizás explicarla. Fue retomada en su poema “La chevelure”, uno de la serie de poemas inspirados, directa o indirectamente, por Jeanne .
Durante dos décadas Jeanne fue la amante, amiga y compañera de Baudelaire; numerosas cartas del poeta a su madre documentan la tempestuosa relación de ambos, sus separaciones y reconciliaciones. Se separaron definitivamente en 1861; Baudelaire murió en 1867, a la edad de 46 años; parece que Jeanne vivía todavía en 1886, la fecha de su muerte no se conoce. El intento de Baudelaire para chocar a los burgueses con sus amores exóticos tuvo un éxito extraordinario: Robin Mitchell enumera los críticos y especialistas que han tratado de eliminar a Jeanne de la vida del poeta y de descalificarla de mil maneras. A su lista impresionante podemos agregar un artículo aparecido

cuarenta años después de la muerte de Baudelaire, en la época de Darío, donde leemos: “Hay que ser un sádico comprobado para encontrar algún placer en recurrir a una negra. … Jamás se comprenderá a Baudelaire quien, según se dice, supo amar a una muchacha de Malabar” (Diable Rose )[3].

Para contar la historia de la amiga africana de Víctor Hugo, habría que hablar primero de su hija Adèle. Se sabe que después del g#_ftn1olpe de estado de Luis Napoleón, Hugo, uno de los líderes de la oposición, se exilió con su familia en las Islas anglonormandas. En Jersey y Guernesey, cada miembro del “clan Hugo” tenía su papel bien asignado. Víctor Hugo se levantaba a las 5 de la mañana para escribir, frente al Océano, sus obras maestras y para redactar su amplia correspondencia que le permitía figurar, ante el público mundial, como opositor irreductible a la dictadura y como uno de los grandes exiliados de la literatura universal. Adèle Foucher cumplía con su papel de esposa y madre abnegada, y Juliette Drouet con el de amante. De los dos hijos, el uno traducía las obras de Shakespeare, y el otro se hizo fotógrafo y documentaba la vida del gran literato exiliado. De las dos hijas, la mayor y preferida del poeta había muerto ahogada con su marido poco tiempo después de casarse. Quedaba solo la menor, Adèle Hugo, quien se dedicaba a tocar el piano y anotar las conversaciones de mesa de su famoso padre. Adèle era orgullosa, rechazó a todos sus pretendientes brillantes, y se enamoró de un simple soldado británico, Albert Pinson, con el cual tuvo un romance platónico en 1854. Éste, sin embargo, no quiso casarse con ella; tal vez no tenía deseos de pasar el resto de su vida en el último peldaño del clan Hugo. Cuando su regimiento fue trasladado a Canadá, Adèle, no solamente enamorada, sino obsesionada con él, huyó de la casa familiar y viajó clandestinamente a América para buscarlo. En julio de 1863, llegó a Halifax, Nueva Escocia, donde Pinson estaba acantonado. Cuando su regimiento fue trasladado a las Antillas, Adèle, para seguirlo, hizo el viaje de Halifax a Barbados, pasando por Southampton (Inglaterra). En total pasó seis o siete años tratando de acercarse a su amado, pero no logró convencerlo; aprovechó también para llevar su vida propia y sustraerse de la férrea dictadura familiar, aunque nunca logró independizarse económicamente, sino que quedaba dependiendo de los giros que le llegaban de su padre. En 1870, Pinson salió del ejército con el grado de capitán y se casó en Inglaterra. Adèle, siempre en Barbados, afectada mentalmente por el fracaso de su proyecto y al borde de la miseria, fue rescatada por una “negra joven y bella”, Céline Álvarez Bâa (Gourdin 288, nota 23). Esta, después de escribir a Víctor Hugo y recibir un giro suficiente, llevó a Adèle de regreso a

[2] Los números 22 a 39 de las Flores del mal.

[3] A pesar del poema “À une malabaraise», Jeanne no era de Malabar; como decíamos, era, del lado materno, haitiana o africana. Nació probablemente en 1820 en Nantes, donde su madre ejercía la prostitución (Mitchell 155 y nota 701).

Francia y el 11 de febrero de 1872, en París, la entregó a Hugo, quien, después de la caída del Segundo Imperio y la instalación de la República, se encontraba en la cúspide de la gloria. Después de una entrevista breve y perentoria, el poeta mandó a internar a su hija en una clínica. Multiplicó sus visitas a Madame Bâa, y el 23 de febrero anotó en su diario clandestino (en español): “la primera negra de mi vida”. Parece que el poeta quedó muy satisfecho con la experiencia, porque en marzo, antes del regreso de Bâa a las Antillas, le regaló un broche de oro y otras joyas con una fuerte suma de dinero (Gourdin 292; Guillemin 113, nota 1). Madame Bâa también, aparentemente, quedó contenta, ya que en 1881 volvió a París y visitó a Adèle. Esta vez su nombre no apareció en el diario de Víctor Hugo, quien murió el 22 de mayo de 1885. Adèle vivió todavía hasta 1915. De Céline Bâa no existe ni fotografía, ni documento escrito, y no se conoce ni su fecha de nacimiento ni de muerte.

En una crónica sobre Arthur Rimbaud, Rubén Darío habla de su “quijotismo que, como el de Alonso Quijano el Bueno, acaba con renegar de sus hazañas literarias, más realizando al mismo tiempo el más estupendo poema de vida que poeta alguno haya podido realizar” (Darío 1913). Efectivamente, el “poema de vida” de Rimbaud presenta rasgos muy particulares que parecieran predestinarlo a figurar entre Los Raros darianos. Se dedicó a la poesía durante cinco o seis años de su juventud y, según algunos críticos, llegó al límite extremo de lo que puede lograr la poesía en la explicación de la realidad. No obstante, en 1873, a la edad de 19 años, rompió radicalmente con el mundo literario, y en la segunda mitad de su vida se desempeñó en Arabia y África, como empleado de empresas de importación y exportación, traficante que vendía fusiles y municiones al rey Menelik, y explorador de territorios desconocidos en el cuerno de África. Los nuevos centros del mundo de Rimbaud fueron Aden, colonia británica en la punta sur de la península árabe, y Harar, antaño ciudad santa islámica, después colonia egipcia y británica, finalmente integrada al imperio abisinio de Menelik. El clima de Adén era infernal, el de Harar un poco más sano y fresco. En la vida íntima de Rimbaud también se dio una ruptura: mientras en su juventud asustaba a los literatos parisienses con sus borracheras y sus amores homosexuales con Paul Verlaine, en la segunda etapa de su vida llevaba una vida austera y volvía a la heterosexualidad. Vivir como un hombre “normal” no era fácil en la Etiopía de aquel tiempo, donde la sífilis hacía estragos y todas las mujeres disponibles sufrían de las consecuencias de la mutilación sexual, con sus tres etapas: la escisión e infibulación practicadas en las niñas a la edad de 6-8 años, la apertura que solía practicar el marido con un puñal en el momento de casamiento para posibilitar las relaciones sexuales, y las siguientes aperturas necesarias para permitir los partos (Villeneuve 16-22). Rimbaud se adaptó a las circunstancias: pocas semanas después de llegar a Harar, ya se contagió de una enfermedad venérea (Lefrère 816-817). Poco después, cuando una muchacha infibulada llegó a su casa, Rimbaud, tal vez incapaz para reconocer intuitivamente las señales no verbales emitidas por ella, intentó abrirla según la costumbre del país, y le infligió una cruel herida con su navaja, provocando gritos, lágrimas, y un escándalo en el barrio (Lefrère 900). Y sin embargo, en 1884, en Adén Camp, durante 2 meses según una fuente, o durante 2 años según otra, hizo vida marital con una muchacha hararí; todos los testigos concuerdan que fue una convivencia armoniosa. Parece que Rimbaud prestó la muchacha a la empleada de un colega para que aprendiera a cocinar, y pensaba darle un poco de instrucción antes de casarse con ella; sin embargo, en sus cartas a su madre explica que nunca logró reunir suficiente dinero como para pensar seriamente en el matrimonio. Según un testimonio, la muchacha fue “muy dulce, pero hablaba muy poco francés … alta y muy delgada … la cara bastante bonita, rasgos regulares, no demasiado negra … un tiempo la acompañaba su hermana” (Lefrère 897-898). Las fuentes no explican si la muchacha fue infibulada, tampoco dicen si era somalí o galla (oromo), pero afirman que fue católica y se llamaba Mariam. El autor italiano Ottorino Rosa, en uno de sus libros, reproduce su retrato. Rimbaud parece haberla recordado siempre: su hermana Isabelle relata que todavía en sus últimos meses, antes de morir de un osteosarcoma a la edad de 37 años, soñaba con casarse “con una mujer católica de raza noble abisinia” (Lefrère 1146).

En 1902 o 1903, o sea 60 años después de que Baudelaire conociera a Jeanne Duval, 30 años después de la aventura de Víctor Hugo con Madame Bâa, y 21 años después de la convivencia de Rimbaud con Mariam, Rubén Darío tuvo también una relación amorosa con una muchacha de origen africano. El poeta, que tenía 35 o 36 años, vivía en la Rue Legendre, esperando que Francisca Sánchez llegara de España para unirse con él. La relación fue efímera y ha dejado pocas huellas; el único vestigio que hemos encontrado de ella es una carta neumática que se encuentra hoy en los archivos del AECID. Un sello postal permite descifrar una parte de la fecha: diciembre de 1902. La carta está rasgada en su parte superior, de manera que falta el inicio. La parte conservada está escrita en español y reza:

Monsieur Rubén Darío
166 rue Legendre
PARIS

No puedo rehusar à M. Schürer de quedarme à causer [sic] con él. Se trata de cosa que puede tener su influencia. No sé à qué hora podré volver, así que le ruego de todas maneras de dejar la puerta de modo que yo pueda abrirla con la llave que Vd. me dio y que aún está en mi bolsillo. El cura ha sido pagado 31,50. A V. le pagarán desde los 10 à los 12 francos por página en el cuerpo (caracteres grandes) de la Revista. Todo bien, así que le estímulo a ponerse de buen [h]umor – no demasiado sin embargo. Question [sic] de cantidad. Adios, hasta luego – Muchos augurios.

M. Bathily

[4] AECID 3RC-721-2/206  http://bibliotecadigital.aecid.es/bibliodig/es/consulta/resultados_ocr.cmd.

La autora de la carta todavía no se ha logrado identificar plenamente, pero el texto muestra que estaba vinculada con la revista francesa La Renaissance latine, en la cual Darío colaboraba en esta época. La carta está escrita en un tono de “badinage”, o sea de coqueteo entre enamorados. El poeta parece haber reprochado a la autora de la misiva que dedicaba demasiado tiempo a conversar con un señor Schürer, que podría ser idéntico con Édouard Schuré, el autor de Los grandes iniciados (1889).

“No sé à qué hora podré volver, así que le ruego de todas maneras de dejar la puerta de modo que yo pueda abrirla con la llave que Vd. me dio y que aún está en mi bolsillo”: Darío está impaciente para volver a recibir a la belleza desconocida, pero ésta, mujer emancipada, tiene que cumplir con otras obligaciones; sin embargo, se nota que se siente emocionada por el préstamo de la llave, prueba de confianza.

“El cura ha sido pagado 31,50. A V. le pagarán desde los 10 à los 12 francos por página en el cuerpo (caracteres grandes) de la Revista”: el “cura” es Charles Marie Claude, un exsacerdote francés que fue amigo de Darío en Buenos Aires y cuya dramática vida describe en un capítulo de su autobiografía. En 1902 fue traductor oficial de Darío en su trato con las revistas francesas. Si se le pagaron 31,50 francos por la traducción del artículo “Le Mouvement latin. Amérique Latine” que ocupará 18 páginas en La Renaissance latine (Darío 1903) significa que recibió 1,75 francos por página, suficiente para una comida completa en algún “bouillon” del Barrio Latino. Este detalle y la frase siguiente, “A V. le pagarán desde los 10 à los 12 francos por página en el cuerpo (caracteres grandes) de la Revista” indican que la autora manejaba perfectamente los aspectos técnicos y financieros de La Renaissance latine.

“Todo bien, así que le estimuló a ponerse de buen [h]humor – no demasiado sin embargo. Question [sic] de cantidad. Adiós, hasta luego – Muchos augurios”: “todo bien”, porque los precios que paga la revista son relativamente altos. El “badinage” sigue con la invitación a “ponerse de buen humor, pero no demasiado”. ¿Referencia a la inestabilidad amorosa del poeta? ¿O a sus predilecciones y trastornos alcohólicos, que compartía con el “cura”? Finalmente, “muchos augurios” se puede traducir por “muchos deseos de felicidad para el Año Nuevo”, lo cual indica que estamos en los últimos días de diciembre de 1902.

La firma muestra un nombre abreviado con una M. y el apellido Bathily, que se encuentra con frecuencia en el Senegal, Malí, Mauritania y Sudán. Llama la atención que la autora de la carta escribe el español con bastante facilidad y con muy pocos galicismos. ¿Fue asistente del secretario de redacción de La Renaissance latine? ¿Qué tan probable es que los redactores, Louis Odéro, Binet-Valmer o Albert Erlande, con todo y su cosmopolitismo, aceptaran trabajar con una familiar de Ranavalo? Hay todavía muchas incógnitas en esa historia. Sin embargo, es interesante que Darío, en diciembre de 1902, tuvo una aventura amorosa con una dama de antecedentes africanos y con un nivel cultural bastante elevado; una dama a la cual le gustaba escribir y que tenía “esprit”, o sea una manera original, ingeniosa, irónica, de enfocar las cosas de la vida.

Bibliografía
Darío, Rubén : “Le Mouvement latin. Amérique Latine”, La Renaissance latine (París), 15 de marzo de 1903, pp. 690-708.
Darío, Rubén: “Un nuevo libro sobre Arthur Rimbaud”, La Nación (Buenos Aires), 15 y 17 de abril de 1913.
Diable Rose : “Échos”, Le Fin de Siècle (París), 4 de enero de 1906, p. 1.
Gourdin, Henri : Adèle, l’autre fille de Victor Hugo. París : Ramsay, 2003.
Guillemin, Henri : Hugo et la sexualité. París : Gallimard, 1954.
Lefrère, Jean-Jacques : Arthur Rimbaud. Paris : Fayard, 2001.
Mitchell, Robin : Les ombres noires de Saint Domingue. The Impact of Black Women on Gender and Racial Boundaries in Eighteenth- and Nineteenth Century France. Berkeley, CA: Ph. D. in History, University of California, 2010.
Nadar, Félix: Charles Baudelaire intime. Le poète vierge. Paris 1990 (primera edición: 1911).
Schmigalle, Günther: “Un artículo desconocido de Rubén Darío sobre el movimiento latino en América”, Istmo 35 (2017), pp. 92-131 http://istmo.denison.edu/n35/articulos/08_schmigalle_gunther.pdf.
Villeneuve, Annie de : “Étude sur une coutume Somalie : les femmes cousues”, Journal de la Société des Africanistes, 1937, tome 7, fascicule 1, pp. 15-32.