GRANADA DE NICARAGUA A CINCO SIGLOS DE FUNDADA

Por José Antonio Luna

En su monografía sobre la historia de la ciudad de Granada, el escritor Pio Bolaños, la llama “ciudad trágica”, seguro, porque su fundación fue sucedida por luchas intestinas entre los colonizadores españoles y la muerte horrible del fundador de la ciudad, Francisco Hernández de Córdoba.
La ciudad de Granada de Nicaragua, “La gran Sultana”, cumplió cinco siglos. Y todo este año los nicaragüenses, especialmente los granadinos, ha celebrado por lo grande ese acontecimiento histórico que ha marcado profundamente la historia política y social de Nicaragua. Granada fundada por Hernández de Córdoba a la orilla-sur oriental- del lago Cocibolca, uno de los lagos más grandes del mundo, enorme extensión de agua que Gil González Dávila llamó “la mar dulce”, es ahora reliquia histórica de hermosas mansiones moriscas e iglesias barrocas. “La mar dulce” es morada del tiburón Toro de agua dulce, uno de los casos raros del mundo.
Granada no solo ha sido testigo de guerras intestinas por el poder a lo largo de su historia, sino que sufrió ataques de los piratas ingleses y filibusteros de Estados Unidos. En 1856 la ciudad fue incendiada por un bandido de las huestes de William Walker que escribió “Here was Granada”. Fueron consumidas por el fuego los templos de San Juan y San Sebastián, otras iglesias fueron quemadas parcialmente, pero contrario a la trágica frase, “La Gran Sultana” sigue incólume como testigo fiel de la historia turbulenta y romántica de Nicaragua.
Hace cincuenta años, en 1974, la Revista ENCUENTRO de la UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA de Managua dirigida entonces por el poeta Horacio Peña, conmemoró el 450 aniversario de la fundación de la ciudad de Granada, con una edición especial. De ENCUENTRO publicamos estos poemas de eminentes granadinos y leoneses.

En GRANADA

Por Salomón de la Selva

En Granada, Granada la ciudad de mi tierra,
la que tiene un Gran Lago revuelto como el mar
y poblaciones de indios y un volcán y una sierra,
allí, cuando era niño, yo comencé a cantar.

Allí, cuando era niño, vi mis primeras viñas,
Palpé racimos, tuve mi primer gran dolor,
y ahora no recuerdo si eran uvas o niñas
o una niña sola que despertó mi amor.

Lecturas escondidas de versos de Darío,
lecturas prohibidas del Sagrado Cantar,
y cartitas escritas en la cama, Dios mío,
insomne, insomne, insomne con ganas de llorar.

Entonces fui poeta. Los libros y la vida,
la palabra y los hechos, junté en mi corazón,
y la novia-la novia real o presentida-
era una viña niña y Granada Sión.

DE GRANADA A GRANADA

Por Pablo Antonio Cuadra, PAC

Carta en coplas a Luis Rosales

1
En el fuerte de Granada
hay un cañón roído
por el sarro.
Mutilado, apunta
con su silencio de hierro
y guarda
memorable el respeto.

2
Cuando Granada
era apenas
Granada, cuando
su nombre, tenue
pedía ser borrado
por piratas y corsarios
tuvo el cañón su oficio
español y osado.

3
¡Cuánto empeño
de varones y hierros
para extender la lengua
hasta la orilla del lago!
De tu Granada a la mía
con todo el mar de por medio
la Rima
la Copla
¡Qué manera
de acercar las cosas!

NOCTURNO EN GRANADA

Por Francisco Pérez Estrada

Nuestra casa duerme
en la calle de Morazán
del barrio de Cuiscoma

Es la casa modesta
de una antigua familia,
sin pretensiones, pero sin rebajamientos.

Duerme el padre, romántico luchador proletario;
-mi madre se convirtió en violeta
para la virgen de Dolores
porque era muy sencilla-
duerme la vieja tía que enciende las mañanas;
las hermanas que bordan las horas
en hilo de colores.

Mi contemporáneo compañero, el jazminero,
sostiene una blanca competencia con los luceros;
un gallo canta claridades lunares.

Bienestar, alegrías, tristezas,
todo lo hemos vivido,
sin pretensiones, ni rebajamientos.

Está segura esta casa en su silencio;
toda la familia duerme su convicción burguesa,
solo yo vigilo una inquietante estrella roja.

¡OH MOMBACHO!

Por Mirtha Cuadra Argüello

Misterioso volcán
preñado de cuentos
y leyendas
Impones de lejos
tu presencia
con la cercanía
de tus islas
o isletas
que hiciste brotar
y pareces estar dormido

II
Hasta cuando
seguirás de esa manera
Será tu despertar
tan catastrófico
y será verdad que todos
uno a uno despertarán
provocando el caos
y la angustia
que en siglos pasados
se vivió.
Marzo, 1977.
(Poemario Tu pensamiento y el Mio
de Mirtha y Alberto Cuadra)

GRANADA: CIUDAD TRÁGICA (1)
POR PIO BOLAÑOS

LA FUNDACIÓN
GRANADA fue fundada por Francisco Hernández de Córdoba, natural de Granada en Andalucía, el año de 1524. Construyó una fortaleza y levantó un templo, dedicado a San Francisco, edificio este último que actualmente existe en el primitivo lugar señalado por el conquistador español. Por lo tanto, debe tenerse a Granada como la segunda ciudad de las existentes fundadas en el continente americano por los españoles, ya que, como se sabe, la de Veracruz en México, fue fundada en 1519, cinco años antes que Granada.
Las dos fechas del año 1519 para la fundación de Veracruz y la de 1524 paro la de Granada, están debidamente comprobadas por los historiadores españoles y americanos que han narrado los acontecimientos relacionados con el descubrimiento de América por Cristóbal Colón.
Antonio de Herrera y Tordecillas, en su Década 111, lib. V; cap. XII dice: “Francisco Hernández de Córdoba fundó o el año 1524 la nueva ciudad de Granada y un templo muy suntuoso…llevó algunos religiosos”. Esta relación la pone Herrera bajo la columna del año 1524, de la Década. 111, iniciada el año 1521. El Bachiller don Domingo Juorros, historiador guatemalteco, en su compendio de la historia de la ciudad de Guatemala, (3a, edición Guatemala 1937) dice en el tomo 1, pág. 40: “Granada ciudad alegre y hermosa, plantada o la orilla del Gran Lago de Nicaragua, que por esto llaman comúnmente, la Laguna de Granada es poco más antigua que la de León, la fundó el mismo Hernández de Córdoba año de 1523”.
El historiador don Francisco de Paula García Peláez, guatemalteco, afirma en sus Memorias para la Historia del Antiguo Reino de Guatemala, en la pág. 119, del tomo lI, que “Granada fue fundada en el año de 1524”. Siguiendo a García Peláez, igual fecha señala don Manuel María Peralta en su obra Costa Rica, Nicaragua, y Panamá, (apéndice de esta, pág. 723), este historiador asegura también que la ciudad de Granada fue fundada en 1524.
Don Enrique Guzmán, escritor nicaragüense nacido en Granada, abordó el hecho de la fecha de lo fundación de Granada y en 1909, ¿escribió el artículo titulado “La edad de la Sultana 1523 o 1524?” llegando a inclinarse a esta última fecha 1524, así como lo de 1519 para Veracruz, y al final del mismo, dice este autor “Es la mayor de la familia hispano en la América Central, y después de Veracruz, la segundo de tierra firme en el mundo descubierto por Colón”. No obstante, la afirmación del señor Guzmán, otro escritor granadino, el doctor Carlos Cuadra Pasos, puso al pie del artículo de aquel, una nota que dice “que Granada es la más vieja ciudad del continente porque Veracruz, con la que, según don Enrique competía en antigüedad, no tuvo lo que se llama insistencia geográfica, pues cambió de lugar mientras que Granada, desde su fundación ha permanecido en el mismo lugar que hoy ocupa”. El artículo del señor Guzmán y la nota del señor Cuadra, aparecieron en la Revista de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua, No 2, tomo VI. Don José Milla, de Guatemala, el doctor don Tomás Ayón, de Nicaragua y don León Fernández, de Costa Rica, historiadores que han escrito mucho sobre el descubrimiento y la colonización de América, afirman que Granada fue fundada en 1523. Asimismo, la enciclopedia Británica, repite esta última fecha como fundación de lo ciudad nicaragüense, aunque algunas de las autoridades antes citadas dieron la fecha de 1523, debe tenerse el año de: 1524, como definitivo para lo fundación de Granada, ya que Antonio de Herrera, antes citado, estuvo más cerca de los acontecimientos que narra en sus Décadas.
El otro historiador español que escribió sobre el descubrimiento de Nicaragua, el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, no da la fecha de la fundación de la ciudad, se limita a decir que fue Hernández de Córdoba su fundador, no obstante que, en su Historia General y Natural de las Indias, asegura haber llegado o Granada con Fray Francisco de Bobadilla, provincial de la Orden de la Merced, el año de 1528. Acompañaron a Hernández de Córdoba o Fernández de Córdoba, en la fundación de Granada, Gabriel de Roxos, Andrés de Garabito, Sebastián de Benalcázar, Juan Téllez, Francisco Compañón, el clérigo Diego de Agüero y el capitán Hernando de Soto, que después descubrió el Mississippi en la América del Norte. De los primeros religiosos que llegaron a Granada y estuvieron presentes cuando ésta fue fundada, o excepción del clérigo Diego de Agüero antes citado, no tenemos noticias de otros nombres. Herrera que es de donde tomamos los datos de los compañeros de Hernández de Córdoba, no da ningún nombre de religioso de los que iban en la expedición. Se limita a decir “llevó algunos religiosos”, pero es de presumirse que estos fueran de la orden de San Francisco por los datos que dan otros historiadores afirmando iban con aquel, hermanos de San Francisco.
PEDRARIAS DÁVILA ORDENA
DEGOLLAR A HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA.
El desarrollo de la ciudad fue como es natural, desde su fundación, muy lento. Se debió esto a las luchas surgidas entre Pedro Arias de Ávila- Pedrarias Dávila-, Gil González y Hernández de Córdoba, a raíz del descubrimiento de Nicaragua, finalizando aquellas hasta que el primero logró apresar a Hernández de Córdoba, traicionado éste por Martín Estete, y lo degolló en León en 1525, dos años después de haber fundado Granada primero, y después, León.
Gil González, el otro enemigo del feroz Pedrarías Dávila, logró escapar, más no Hernando de Soto que cayó también prisionero y permaneció preso por algún tiempo en la fortaleza de San Francisco, edificio que después se destinó a Convento de Franciscanos.
Establecidos los españoles “en la bella y feraz Salteva”, como llamaron a Granada los primeros conquistadores, “y a la orilla del Gran Lago Cocibolca”. Hernández de Córdoba mandó fabricar un bergantín y mandó en él al capitán Ruy Díaz que bojeó el lago y descubrió el Desaguadero el año de 1525, “sin pasar más allá del primer raudal”, según afirma don Manuel María de Peralta en su libro Costa Rica, Nicaragua y Panamá en el siglo XVI. El descubrimiento del Desaguadero a mejor dicho el Río de San Juan que desemboca en el Atlántico, dio a la ciudad de Granada las posibilidades que tuvo en el siglo siguiente para enriquecerse y llegar a ser una de las más opulentas ciudades de la América Central. Esto ocurrió cuando en 1536 las capitanes Alonso Calero y Diego de Machuca de Zuazo, comisionados por el Gobernador de Nicaragua Rodrigo de Contreras, salieron al Atlántico. Mientras se llevaban a cabo las primeras exploraciones del gran Lago y del río San Juan, ocurrieron las luchas entre los conquistadores ya dichos, y murió en León el año de 1531 a los ochenta años de edad, Pedrarias Dávila .Su cuerpo fue enterrado en una primitiva ciudad de León, donde antes también fue sepultada su víctima, Francisco Hernández de Córdoba, fundador de Granada, el cual como asegura el historiador Peralta, “con notable sentimiento de sus soldados fue degollado en la plaza de León a mediados de 1526”.
El año de 1532, según refiere Antonio de Herrera, los pobladores de la Provincia de Nicaragua se quejaban de la “poca memoria que el rey tenía de ella, que era una provincia tan buena, tan abundante y sana, fértil de pan y carnes” La ciudad de Granada, por la fecundidad de sus tierras y su posición geográfica, era más a propósito para el desarrollo de sus naturales fuentes de riqueza que León, como lo demostró desde los primeros años de su fundación. Otra de las causas que temporalmente demoraron el desarrollo de la ciudad fue la dificultad surgida entre el Gobernador de la Provincia de Nicaragua Rodrigo de Contreras y el padre dominico, Bartolomé de las Casas, al predicar éste en la iglesia de San Francisco el año de 1536, contra las medidas dictadas por el primero para obligar a los indios por la fuerza a trabajar como esclavos.
El mestizaje
Sabemos también que los primeros conquistadores españoles no llevaron a Nicaragua mujeres. Estas llegaron a finales del siglo XVI, por manera que la primitiva formación social de Granada se realizó con los hijos que los colonos tuvieron de las indias. Así que se formaba este núcleo social la ciudad fue poblándose y sus habitantes se dedicaron a construir viviendas cómodas de acuerdo con el clima. Las casas se construyeron con techo pajizo y paredes de adobes. Todavía el año de 1578 informa a S M el rey, el Obispo de Nicaragua y Costa Rica, Fray Antonio de Zayas, el 12 de enero de dicho año “que la iglesia de Granada se ha quemado dos veces por ser de techo pajizo, con limosnas se hizo de tejas”. Y antes en 1545, el obispo Fray Antonio de Valdivieso informa al Consejo de Indias en España lo siguiente “Del sitio de Granada suplico a Vuestra Alteza haga limosna a la iglesia para que allí se edifique que es para esto bueno”. Como se desprende del mismo informe del Obispo de Valdivieso, aún no existía ese año 1545 un templo regular en Granada, y el que había entonces era de techo pajizo o sea el de San Francisco levantado por Hernández de Córdoba al fundar la ciudad en 1524.
El primer teniente de Granada fue el capitán Gabriel de Rojas, visitador de los indios, el capitán Andrés de Garabito y alcalde de la fortaleza, Diego de Farina, nombrados por Pedrarias Dávila en Julio de 1528. Son éstas las primeras autoridades coloniales de Granada al fundarse la ciudad. Después de los nombramientos de esas autoridades, no tenemos otros datos sino hasta la llegada del segundo gobernador, Rodrigo de Contreras, en 1535. La población debió irse agrandando hasta llegar al año de 1600, pero las noticias que, de ese último período, del 1545 al 1600, son ignoradas por nosotros.
Ninguno de los primeros historiadores hace referencia al desenvolvimiento de Granada durante aquel período. Es, hasta principios del siglo XVIII, que logramos conocer algo más de la historia de la ciudad y lo ocurrido en ella durante los siglos XVII y XVIII. Los moradores en esta última época poseían ya mejores casas de habitación, eran dueños de buenas fincas de agricultura y ganadería, habían logrado establecer un comercio de importación, aprovechando para esto, como ya se dijo, la vía fluvial del Lago y del río San Juan. Fray Antonio de Valdivieso Obispo de Nicaragua informa a los señores presidentes e Oidores del Consejo de Indias de S M con fecha 7 de agosto de 1545 que los vecinos de Granada tienen “gruesas haciendas y navíos en la laguna”.
Escribió Juan López de Velasco en el año de 1574 “La ciudad de Granada, en noventa grados de longitud, once y media de altura, diez y seis leguas de la ciudad de León, casi al sudeste de ella y treinta y nueve de Nicoya, y veinte del puerto del Realejo, es pueblo de doscientos vecinos, que la mitad deben ser encomenderos, y en su comarca hay como cien repartimientos o pueblos de indios, en que debe haber, como seis mil quinientos o siete mil tributarios, es de la gobernación y obispado de Nicaragua, no hay monasterio, porque uno que había se despobló.
Pobló esta ciudad Francisco Hernández, en nombre de Pedrarias de Ávila, Gobernador de Panamá, año de 23 o 24, está en tierra sana y más caliente que fría, y fértil y abundosa de maíz, algodón, cacao, miel, cera y otros mantenimientos y comidas. Tiene su asiento en un llano, riberas de una gran laguna de agua que tiene más de cien leguas, y más de treinta o treinta y cinco de travesía, hay mucho pescado en ella, y un género de závalos muy grande, desagua esta laguna en el mar del norte de la cual está a treinta leguas, y por ella y por su desaguadero se provee toda la provincia de Nicaragua de las cosas que se llevan de España al Nombre de Dios, a donde van y vienen con fragatas, que se hacen muchas en esta laguna, aunque la navegación de ella hasta el mar del norte no se tiene por muy segura”.
El Obispo Morel de Santa Cruz escribe en 1752 “Hallase situada a una cuadra de la laguna en un llano arenoso; su clima es seco y bastante cálido el viento norte que viene por sobre las aguas de la laguna, sopla con pocas horas de interrupción, y comunica algún refrigerio, en suspendiéndose se hace sensible el calor, especialmente si llueve, entonces con los vapores tan gruesos que arroja la arena, se aumenta. Es, sin embargo, saludable y el cielo muy lúcido y alegre. Más lo sería si un montecillo que cae hacia la laguna dejase franca su vista y si también las casas estuviesen empañetadas por fuera, las de los principales lo están, pero el resto de ellas carecen de esta circunstancia e impiden el lucimiento.
El número de todas se reduce a más de seiscientas, las cuatrocientas de tejas y el resto de paja forman cuatro calles de oriente a poniente y otras tantas de norte a sur. Son anchas y algunas niveladas, la principal que llaman de Jalteva es la más capaz y se extiende hasta ocho cuadras, que terminan en la playa de la laguna El agua en fin de ésta es la usada y tenida por saludable, aunque gruesa.
Adórnanla siete iglesias, es a saber· La Parroquia, San Francisco, la Merced, San Juan de Dios, San Sebastián, Guadalupe y Jalteva, casas de ayuntamiento y sala de armas “.
(1)
www.sajurin.enriquebolanos.org

La Granada de 1855 que vio Squier
Ephraim G. Squier, (1821-1888) el periodista, viajero, explorador y diplomático estadounidense que visitó dos veces Nicaragua- (1849-1855)- dejó valiosos testimonios de sus estadías en Granada; en esos tiempos una de las rutas para cruzar del océano Pacifico al Atlántico, obligatoriamente era la que pasaba por Granada. Los viajeros que venían del este tenían que remontar el Rio San Juan desde su desembocadura en el mar caribe, navegar el lago Cocibolca y desembarcar en la ciudad de Granada. Después de descansar y estar unos días en Granada el viajero emprendía otra travesía a pie, en caballo o en carreta hasta al istmo de Rivas hasta llegar a las costas del océano Pacifico. Para tomar otro barco ya en el pacífico para enrumbar hacia su destino en el oeste del continente. Sobre su llegada a la ciudad de Granada navegando en el gran lago y su visita al volcán Monbacho, escribió Squier:

(fragmentos de la narración) …

Súbitamente, al doblar el islote de Cuba, el más remoto de Los Corrales, la playa de Granada se abrió a nosotros. Allí, como antaño, se erguía el viejo fuerte, y la playa, igual que la había visto por la ultima vez, pululaba con sus variados grupos de lancheros, lavanderas y vagos. Allí, seguían, posadas en la costa, las mismas gráciles canoas y los mismos envejecidos bogos que han transportado el comercio de Granada desde tiempos de la Conquista. Pero en raro contraste con los demás, el único elemento nuevo y novedoso en este panorama era uno de los vapores de la Compañía del Tránsito, con su penacho de vapor al aire, y sus banderas de estrellas ondeando al viento portentoso pionero en esa carrera de empresas que pronto habrían de dar una nueva vida, un nuevo espíritu y una nueva gente a estas gloriosas tierras de sol.
Fondeamos nuestro bote al resguardo del viejo fuerte y saltamos a tierra, habiendo realizado el viaje desde San Carlos —una distancia de más de cien millas— en el breve lapso de dieciocho horas de navegación, algo sin precedente. Apenas había tocado tierra cuando fui casi alzado en vilo por el hercúleo abrazo de Antonio Paladán, mi antiguo patrón, quien se valió de este gesto elefantino para manifestar su agrado por verme de nuevo. Me había acompañado él en mi visita a Zapatera y luego me había llevado a San Juan en su bongo preferido, “La Granadina…
Granada ocupa el sitio del poblado indio de Xalteba o Jalteva. La ubicación fue sabiamente elegida, en una pequeña bahía o playa que traza en el terreno su elegante media luna, de modo que brinda cierto resguardo de los vientos nordestinos. La playa es amplia y arenosa, bordeada por árboles bajos, aunque umbrosos, bajo los cuales parte hacia la ciudad una multitud de veredas y anchos caminos carreteros, ocultos por completo de la vista por su intrincado verdor. Toda el agua para el uso de la ciudad se acarrea del lago, y allá van mañana y tarde las mujeres en tropel, con sus rojas tinajas en equilibrio sobre la cabeza, formando largas y pintorescas procesiones en alegre parloteo, siempre con una atrevida sonrisa y un agudo comentario para el forastero audaz. Aquí las lavanderas —dulce vocablo español que contrasta con nuestro áspero inglés washerwomen— laboran mañana y tarde en su imprescindible oficio, y aquí también acuden los bañistas para sus diarias abluciones —un proceso que se conduce en feliz desafío a nuestro convencionalismo, que es más severo. Así, con los morenos grupos de lancheros medio desnudos y con caballos alegremente engalanados que son el orgullo de sus amos cuando, espoleados sobre las suaves arenas, el declinante sol los impulsa a buscar la sombra de los árboles, la playa de Granada presenta una escena de alegría y vitalidad que en su exultante abandono y pintoresco efecto no se podría igualar en ninguna parte del mundo.
Al dejar la costa, el viajero asciende en suave pendiente por una serie de terraplenes hasta alcanzar el nivel de la ciudad. Primero se encuentra con chozas dispersas, algunas construidas de caña y cubiertas de paja; otras revestidas de barro, encaladas y techadas con tejas. Un macizo de árboles, usualmente jocotes, es decir, ciruelos silvestres, le da sombra a cada una, y puertas adentro puede mirarse a las mujeres hilando algodón en una pequeña rueca de pedal, o atareadas moliendo maíz para las tortillas. En casi todas las casas hay una o dos loras intercambiando chillidos, o alguna torpe lapa que se bambolea sobre el tejado, mientras alrededor los cerdos, perros, gallinas y niños desnudos discurren en términos de perfecta igualdad.
Más allá de las chozas comienza la ciudad propiamente dicha. Las construcciones son por lo general de ladrillos de barro secados al sol, o adobes, montadas sobre bases de piedra cantera y coronadas por techos y aleros de teja. Las ventanas en su mayor parte son de balcón, protegidas por fuera con ornamentadas rejas de hierro y por dentro por persianas de colores vivos. Todas son bajas, rara vez excede su altura más de un piso, y están edificadas en plantas cuadrangulares, se entra a ellas a través de sólidos y ornamentados zaguanes, o arcadas, desde los cuales se vislumbran naranjos y jardineras de flores con los que el gusto femenino decora los patios. Los andenes se elevan a uno o dos pies sobre el nivel de la calle y apenas tienen el ancho suficiente para permitir el paso de una persona a la vez. Las calles que llevan al centro de la ciudad, o plaza, son empedradas, como en nuestras propias ciudades, con la diferencia de que, en vez de ser convexas, éstas presentan una superficie cóncava, y forman el desagüe en el centro de la calle.
Granada —al igual que todas las demás ciudades españolas—, luce una apariencia pobre para quien está acostumbrado a la arquitectura europea. Pero pronto se llega a comprender el perfecto acoplamiento de las edificaciones con las condiciones del país, donde la seguridad ante los terremotos y la protección contra los calores y las lluvias son los principales criterios que se consultan en su erección. Las ventanas nunca se recubren con vidrio, y los aposentos raras veces cuentan con cielo raso, son por consiguiente bien ventilados, mientras que los gruesos muros de adobe resisten con ventura los calurosos rayos del sol.
Granada fue fundada por Hernández de Córdoba en 1524 y es, por tanto, una de las ciudades más antiguas del continente. La región que la rodea, según palabras del pío de Las Casas “era una de las más pobladas en toda la América” y era rica en productos agrícolas, entre los cuales el cacao, o nuez de chocolate, era el de más alto valor, y pronto llegó a constituir un importante rubro de exportación. A la postre, las ventajas que poseía para la comunicación con ambos océanos, el Atlántico y el Pacífico, hicieron de ella centro de gran comercio. Se negociaba directamente con Guatemala, Honduras y San Salvador, así también con Perú, Panamá, Cartagena y España.
Gage, el viejo fraile inglés nos cuenta que durante su visita en el año de 1636 “entraron a la ciudad en un sólo día no menos de mil ochocientas mulas procedentes de San Salvador y Honduras, cargadas de añil, cochinilla y cueros. Y en los dos días subsiguientes, —agrega— arribaron novecientas mulas más, una tercera parte de las cuales venían cargadas de plata, que era el tributo del rey.”
Los filibusteros abundaban en esos tiempos tanto como ahora —menos escandalosos, pero más osados; y era frecuente, según observa el viejo y pintoresco cronista, que “a los comerciantes hacían temblar y sudar con un sudor frío”. No se contentaron con merodear por la boca de “El Desaguadero” o río San Juan, y capturar las embarcaciones fletadas desde Granada, sino que, en 1686, tuvieron la audacia de desembarcar y tomarse la ciudad. Aquel viejo y raro bandido De Lussan, quien era uno de la banda, nos ha dejado un jactancioso relato de la aventura: “De Lussan describe la ciudad de aquel entonces como grande y espaciosa, con iglesias señoriales y casas bastante bien construidas, además de varios establecimientos religiosos, para hombres y mujeres”.
Aunque el comercio de Granada ha menguado debido a la apertura de otros puertos en los demás países centroamericanos, sigue siendo sin embargo la principal ciudad comercial de Nicaragua. Hasta el momento de nuestra visita había sufrido mucho menos violencia que su rival León, la capital política de la provincia bajo la Corona y del Estado durante la República. Y, mientras que esta última ciudad en varias ocasiones ha sido casi devastada por prolongados sitios, durante uno de los cuales no menos de mil ochocientas casas fueron incendiadas en una sola noche, Granada había escapado sin mayores daños a su prosperidad. Pero en hora aciaga algunos de sus principales ciudadanos, ambiciosos de poder político y militar y deseosos de figuración, lograron colocar a uno de ellos en el puesto de director del Estado, Don Fruto Chamorro, hombre de escaso intelecto, pertinaz en su propósito y obstinado de carácter. Los métodos que para ello se emplearon fueron bastante dudosos, y probablemente no soportarían un minucioso escrutinio. Esto ocasionó gran descontento entre la gente, mismo que fue atizado por las políticas reaccionarias del nuevo director. Una de sus primeras acciones fue derogar la Constitución del Estado y sustituirla por otra que confería al Ejecutivo poderes poco menos que dictatoriales. Por oponerse a ello en la Asamblea Constituyente, y bajo el pretexto de que conspiraban para derrocarlo, Chamorro desterró de súbito a la mayor parte de los líderes del partido Liberal, y arbitrariamente encarceló al resto.
Estos hechos precipitaron, si es que de hecho no causaron justo los resultados que se pretendía evitar. En la primavera de 1854, pocos meses después de su expulsión, los perseguidos liberales regresaron de pronto al Estado y fueron recibidos con júbilo por la población, que de inmediato se levantó en armas contra el nuevo Dictador. Éste fue derrotado en todos los frentes, y fue finalmente obligado a refugiarse en Granada, donde, apoyado por los comerciantes y los marineros del lago, resistió un sitio que duró desde mayo de 1854 hasta el mes de marzo del presente año [1855], cuando las tropas sitiadoras se retiraron. Pero antes que pudiera valerse de esta mejor situación, cayó enfermo y murió; y aunque sus partisanos si están aún alzados en armas, es de Suponer que no podrán prevalecer en el Estado contra la inequívoca opinión pública. Sea como sea, lo cierto es que el sitio ha dejado en ruinas una gran parte de Granada y ha infligido un golpe contra su prosperidad de la que no podrá recuperarse en muchos años.
La población de Granada se calcula entre 12,000 y 15,000 almas, incluyendo el suburbio y municipio separado de Jalteva. Cuenta con siete iglesias, un hospital y una universidad nominal. Antiguamente tenía dos o tres conventos, pero fueron todos suprimidos durante la revolución de 1823 y desde entonces no se ha hecho intento alguno por reactivarlos. Los edificios que ocupaban están en ruinas o han sido destinados a otros propósitos.
He dicho ya que la posición de Granada se eligió bien. Hacia el sur, a distancia de pocas millas, se yergue el volcán Mombacho con su escarpado cráter, mientras hacia el oeste, ondulantes colinas y bajas crestas se interponen entre la ciudad y el océano Pacífico. Hacia el norte hay sólo extensas llanuras aluviales densamente arboladas, que poseen un suelo rico y muy a propósito para cultivar arroz, azúcar, algodón y cacao. Pero en ningún sitio de los alrededores puede el viajero obtener un panorama satisfactorio de la ciudad. Sus bajas casas están cubiertas por los árboles que crecen en los patios y que rodean la ciudad por todos sus costados, de modo que poco puede apreciarse, excepto largas hileras de monótonos tejados rojos y la torre de las iglesias. El grabado adjunto, dibujado desde el lado oeste, da una buena idea de la apariencia de los suburbios, donde las casas están esparcidas y son comparativamente pobres. Se eligió principalmente para mostrar un profundo cauce, que al parecer es una hondonada abierta originalmente por un terremoto que luego fue socavada por la acción del agua. Se extiende en torno a la ciudad por tres de sus lados y constituye una defensa natural de no poca importancia. Tiene entre sesenta y cien pies de profundidad, sus paredes son abruptos precipicios, y sólo puede cruzarse en dos o tres sitios donde se han cortado terraplenes, de arriba hacia abajo por un lado y de abajo hacia arriba por el otro. Esta singular característica posiblemente tuvo algo que con la ubicación del antiguo poblado indígena.

Extractos del libro:
Nicaragua: explorándola de Océano a Océano.
Ephraim G. Squier.
COSUDE
Managua, Nicaragua, 2012.