LOS HOMBRES SON COMO ÁRBOLES QUE ANDAN

Poeta Horacio Peña frente al busto de Rubén Darío en el Yambo de Miami Florida

Por Horacio Peña

Jesús tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera del pueblo.
Le mojó los ojos con saliva, puso sus manos sobre
él y le preguntó si podía ver algo.
El ciego comenzó a ver, y dijo: “Veo a los hombres.
Me parecen como árboles que andan”. San Marcos 8:24

I
Las ramas de los árboles
son como los brazos del hombre.
En las carreteras, veo cómo las ramas
se abrazan con las ramas de otros árboles,
formando una ronda de besos y abrazos.
Como cuando los hombres se besan y se abrazan
al encontrarse en un bar, en una iglesia.
En una calle cualquiera de una ciudad cualquiera.

II
Y los árboles mueven y mecen sus ramas
para decirnos: “Buenos días”, “Hasta pronto”.
Como el hombre levanta sus brazos
para decir: “Adiós”,
“Nos vemos luego”.

III
El árbol entre el cielo y la tierra, el aire y el mar.
El hombre entre su esperanza y su desesperanza,
entre la realidad, el sueño y el ensueño de cada día,
de todos sus días.

IV
La savia del árbol y la sangre del hombre
son olas que van hacia el mar
-que es el morir-.
El agua que calma por momentos la sed del hombre.
“Quien beba esta agua, no tendrá nunca sed”.

V
Silencio del árbol.
El viento pasa entre sus ramas
y no mueve ninguna de sus hojas.
Así el silencio del hombre,
que parece que perdió su palabra
y no mueve ni siquiera los labios.

VI
Llevaban al enfermo junto al árbol
y se curaba, sanaba.
La enfermedad pasaba al árbol.
Cristo no cometió pecado alguno,
pero Él tomó nuestras debilidades y maldades,
cargó con nuestras enfermedades.
Dios lo hizo pecado,
para hacernos a nosotros,
justicia de Dios en Cristo.

VII
La fila de los hombres muertos cambia a
la forma de los árboles que caminan,
andan en la eternidad.
La fila de los árboles mustios y secos
cambia a la forma del hombre,
que goza ya de la vida que nunca muere.

VIII
La cruz,
hecha de la madera del árbol de la vida
que estaba en el centro del Paraíso
-es el axis mundo, el eje del mundo-.
El niño,
desde la copa de ese árbol,
anuncia la nueva creación,
que es nuestra redención.
Todas las multitudes van hacia el hombre Dios,
crucificado sobre el árbol de la vida.
– “Y cuando sea levantado en alto
todos vendrán hacia mí-”

IX
El hombre abre su corazón a su Dios:
– “Señor protege al árbol.
Los árboles son mis hijos y son los hijos de mis hijos.
Protégelos, Señor,
de las tempestades que los zarandean en el viento,
de la sequía que lo calcina hasta lo más
hondo de sus raíces- “
El árbol se arrodilla y entra en oración:
“-Señor, protege al hombre,
a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Protégelo de las tormentas donde naufraga su corazón,
De la sequía que es la muerte del alma.
Protégelo, Señor”.

X
Vida, pasión y muerte del árbol.
La semilla se cubre toda de la tierra, y nace el árbol,
donde se anidan todas las aves del cielo.
Vida, pasión y muerte del hombre,
que se entierra con llantos y lamentos.
Para verlo después, resucitar glorioso.

Horacio Peña
Febrero 2024