POR HORACIO PEÑA
Después de la guerra por la independencia los Estados Unidos habían logrado separarse de Inglaterra y comenzaban ahora la búsqueda de una identidad cultural. El proceso de ir hacia el futuro encontraría entre otros obstáculos, la barrera del pasado. Era necesario despojarse, irse desnudando de las costumbres, actitudes y modos de pensar ingleses y como un nuevo Adán, temprano en la mañana, descubrir lo americano. El sedimento inglés era demasiado profundo y si bien era verdad que el antiguo coloniaje político había terminado, la dependencia cultural continuaba vigente. En octubre de 1838, Orestes A. Brownson (1803-1876), quejándose, escribía lo siguiente:
We are now the literary vassals of England, and continue to do homage to the mother country. Our literature is tame and servile, wanting in freshness, freedom and originality. We write as Englishmen, not as Americans.
Era evidente que se había producido el nacimiento de una nación, pero era necesario que el hombre que la habitaba, que nacía y moría, entre sus ríos y montañas mirara el amanecer y el anochecer, el acontecimiento de cada día, con otros ojos, con otro palpitar de angustia y esperanza.
Este homenaje y dependencia cultural hacia la madre patria se manifestaba, entre otras cosas, por el deseo de ser publicado y alabado en Inglaterra. Se busca el reconocimiento de los escritores y críticos ingleses, y más que escribir para un público norteamericano, se tiene la preocupación de complacer el gusto de los lectores del Spectator o de la Edinburgh Review.
No existe el espíritu de búsqueda por lo nuevo, sino un espíritu de imitación. Se persigue escribir como Scott y como Byron, y la musicalidad de la poesía de Pope es un modelo obligado al que todos debían aspirar.
Existe un abismo entre el lenguaje hablado por el pueblo norteamericano y el usado por los escritores. La palabra traída por los ingleses sufre un cambio al encontrarse en un nuevo escenario, y adquiere otro ritmo y tonalidad. Pero los escritores norteamericanos continuaban utilizando un metro, un ritmo, que si bien era adecuado para escribir y nombrar lo inglés, resultaba viejo gastado para nombrar lo norteamericano.
Victor Francis Calverton en The Liberation of American Literature (New York, 1932), nos habla del complejo colonial, código y escala que regía entre el público y los críticos norteamericanos, para apreciar y medir los valores nacionales. Así, a Emerson se lo consideraba como el Carlyle norteamericano; Bryant era el Wordsworth norteamericano y Poe era el vástago de Coleridge (p.23). Y esta identificación con lo inglés no se manifestaba tan sólo en lo literario, sino que dominaba casi todos los aspectos de la vida cotidiana. Los vapores se llamaban Lady of the lake o Corsair (p.24).
Había sin embargo, una semilla de descontento. Al mismo tiempo que en Hispanoamérica Bello abogada por la formación de un alma hispanoamericana con raíces propias, y pedía el sacudimiento de la pleitesía cultural, también en los Estados Unidos se producía un despertar del conflicto armado con Inglaterra (1775-1783). Un despertar en lo referente al ser y al arte nacional. No bastaba lo heredado, era necesario renovarse. Más todavía: la herencia se convertía en un peso muerto que impedía caminar hacia el futuro.
Tomar conciencia de esa situación era el primer paso, denunciar la servidumbre y anunciar la segunda libertad formaba parte de ese plan para la formación de una conciencia nacional. El sueño de la media noche tenía que realizarse a la luz del día.
El mes de mayo de 1815 es importantísimo en el inicio de la libertad cultural de Estados Unidos. En esa fecha, bajo la dirección de William Tudor, se publica el primer número de la North American Review que tendrá un papel preponderante en la formación de una conciencia cultural norteamericana. Desde sus páginas se publican artículos, ensayos y poemas que contribuyen a la formación de un perfil propio y al fomento de una sensibilidad para todo lo nacional. La necesidad de una literatura norteamericana empieza a crearse ya desde la North American Review.
En 1830 William Ellery Channing (1780-1842) en sus “Remarks on National Literature”, traza las diferencias entre lo norteamericano y lo inglés, entre las antiguas colonias y la metrópoli y lanza un reto al afirmar que no se podía admitir que los Estados Unidos fuera una simple copia del Viejo Mundo.
Siete años más tarde, en 1837, Ralph Waldo Emerson (1803-1882) en su alocución Phi Beta Kappa en Harvard, “The American Scholar”, lanza otro desafío y rompimiento, un grito que denunciaba el cansancio de haber escuchado demasiado tiempo, los dictados de las musas europeas: “We have listened too long to the courtly muses of Europe”. Denuncia que nos recuerda el ardoroso grito de Bello “tiempo es que dejes ya la culta Europa”.
Hay descontento, un espíritu de insatisfacción entre los intelectuales norteamericanos, como entre los hispanoamericanos, un estado de inquietud que intenta plasmarse, que busca una forma sin poder encontrarla. Un estremecimiento pasa por las vértebras enormes de los Andes y muere. Un viento recorre la pradera y levanta de su cansancio al hombre, pero el viento se pierde a lo lejos y el hombre vuelve a su reposo.
No faltan los intentos por dar con esa expresión Norteamérica. Los escritores se describirán como si fuera una puesta de sol inglesa o el despertar de un pueblo inglés. Sus campesinos son ingleses todavía. Hay un bucolismo que no iba con la gran vastedad del país norteamericano, con el nuevo paisaje que interrogaba y pedía otras respuestas. Demasiada influencia del pasado, sería necesario el “barbaric yawp” de Whitman para crear la palabra salvadora.
A la nueva situación política y social, planteada por la independencia, contestan George Washington, Thomas Jefferson, Thomas Paine, John Adams. Después, cuando el peligro de secesión aparece, ahí está Abraham Lincoln, el leñador.
Al desafío cultural que formulan Channing y Emerson responderán muchas voces y muchos brazos, pero será solamente Walt Whitman el que logra romper con la tradición, incorporándola. Todos intentan descubrir esos caminos que llevan al encuentro de ese “yo” norteamericano, pero se enfrentan con una cultura inglesa que les impide el reconocerse. Así lo reconoce Oscar Williams cuando escribe:
Colonial and early poets of the republic wrote from English models and kept London still their intellectual capital. They were provincial, unable to see that they had a whole new world, rather than a province, for their settling. The restless expansion of immigrant peoples across an untouched continent which was as dramatic geographically as the crowded history of the settlers themselves demanded a unique poetry for its expression.
Y añade Williams: “It had to wait for Whitman”.
De la misma manera que Darío es considerado por Octavio Paz “fundador”, “el origen” de la literatura hispanoamericana moderna, Whitman puede ser llamado el fundador de la moderna literatura norteamericana, el descubridor de una nueva manera de nombrar las cosas.
Rubén Darío es un sinfín de culturas. Constantemente se descubren en él toda clase de relaciones. Su poesía es un universo de libros. Escribe Arturo Marasso:
Amante de ensueños y formas, le tocó descubrir, casi simultáneamente, desde América, el romanticismo, el parnasianismo, el modernismo, el simbolismo y la escuela romana de Moreas. Y supo de todas las escuelas, de todos los poetas, de pintores y músicos, de Grecia, de Roma, de la ciencia moderna y antigua.
Asi también Walt Whitman es un mundo de bibliotecas. Lewis Munford nos describe el largo camino que Whitman tuvo que recorrer para encontrarse a sí mismo:
Whitman absorbed so much of the America about him that he is more than a single writer: he is almost a literature. Pushing his way like some larval creature through on husk after another, through the hard shell of Puritanism, in which he wrote Temperance Tracts, through the shell of republicanism in which he glorified all the new political institutions, through the flimsy casement of romantic poetry, iridescent with cheap colors and empty rhymes, Whitman finally achieved his own metamorphosis and emerged with dripping winds, into the untempered mid-day of the American scene.
Para comprender mejor la revolución llevada a cabo por Whitman en la literatura norteamericana mencionaremos brevemente la poesía de William Cullen Bryant, y la escrita por los poetas llamados de Nueva Inglaterra: John Greenleaf Whittier, Henry Wadsworth Longfellow, Oliver Wendell Holmes, y James Russell Lowell, sin pretender en ningún momento agotar todo lo que sobre esta poesía se pueda decir.
El lector notará que no hablamos de Edgar Allan Poeni de Emily Dickinson, porque aquí nos interesan aquellos poetas preocupados por expresar el espacio y el tiempo norteamericano, y Poe y la Dickinson estan preocupados por otro espacio y tiempo: la eternidad, el infinito, en la Dickinson, el reino del misterio y lo que no se puede nombrar en Poe.
Cuando aparece “Thanatopsis” de William Cullen Bryant, el poema es recibido con gran entusiasmo porque recordaba la musicalidad de Wordsworth y de Keats. Bryant quiere alzar un himno norteamericano en medio de una floresta cuyos árboles son tan altos que no dejan ver el bosque, y no lo consigue. Aunque se pueden oír ecos de Pope en “The Embargo”, y la influencia de otros poetas ingleses, Kirke White y Blair, aparecen en la obra de Bryant, su verdadero maestro fue Wordsworth, de quien aprendió el amor a la naturaleza, y una actitud moralizante que era compartida por muchos de los contemporáneos de Bryant, como Longfellow.
De Wordsworth le viene a Bryant ese sentido religioso y meditativo ante la naturaleza, manifiesto en poemas como “The Yellow Violet”, en donde la visión de la flor le enseña una lección de humildad, y le recuerda cómo la riqueza abre un abismo entre los amigos: “Thanatopsis” es una meditación sobre la igualdad de todos los hombres, ante la inevitabilidad de la muerte.
Si el sentido moral de la poesía de Bryant halla una amplia acogida en su tiempo, el patriotismo de John Greenleaf Whittier deleitaba a sus lectores. Sin embargo, lo que ayer daba fuerza al sentimiento nacional, hoy nos parece débil, una debilidad escondida detrás del tono retórico y declamatorio. El mismo reconocía no tener la fuerza del profeta ni de visionario que lo hiciera descubrir la profundidad del alma. La superficialidad ahoga su poesía, y la emoción, falta de equilibrio, impide la creación del poema lleno de fuerza y de pasión.
Robert Burns fue su principal influencia, pero de la imitación del poeta inglés resulta una rima descuidada y una facilidad que Whittier no logró superar. Si el puritanismo influye en Bryant, el quakerismo deja su marca en Whittier en poemas como “Barclay of Ury”. “Snow Bound” es con toda seguridad su mejor poema, por la vigorosa pintura de la naturaleza y por la sincera descripción de los personajes.
El didactismo moral marca la poesía de Henry Wadsworth Longfellow. Sencilla en sus ideas, no inquieta ni perturba. Los estribillos de Longfellow no son los preceptos de un filósofo epicúreo, sino los consejos de un hombre que ha encontrado la serenidad y nos alienta a la perseverancia y el optimismo. Sus sentencias reflejan una sabiduría popular sin grandes complicaciones, pero profunda. Sabiduría popular que respira tranquilidad y resignación.
Ejemplo de ese didactismo moral es “The Village Blacksmith”, canto a la resignación ante la tragedia de la vida cotidiana, y Excelsior”, canto a la perseverancia. El paisaje nocturno en Longfellow no es portador de terribles presagios, sino que trae calma y descanso. “Hymn to the Night”, “The Day is Done”, The Cross of Snow”, describen un escenario nocturno en donde el poeta encuentra la paz de su espíritu. “Evangeline”, aunque lleno de frescura, padece de cierta monotonía y artificialidad. Fe sencilla, musicalidad y una amable tristeza, distinguen los mejores poemas de Longfellow, como “The Cross of Snow”.
La facilidad y lo circunstancial, no desprovisto de cierto ingenio y humorismo, son características de Oliver Wendell Holmes. Su obra es una poesía de sociedad para ser leída en una reunión de amigos, aniversarios o recepciones. Poesía del momento, estaba destinada a desaparecer. Para brindar la ocasión escribía: “A song for the centennial Centennial Celebration of Harvard College, 1836”, “Song written for the Dinner given to Charles Dickens, by the Young Men of Boston, feb. 1, 1842”, “Verses for After-Dinner”, “For the Meeting of the National Sanitary Association”, y el catálogo no termina. Una poesía escrita por obligación, para celebrar determinado acontecimiento, si bien es cierto que se escribía dentro de un modelo que Holmes conocía muy bien, no pudo ser profunda ni permanente y sus ecos se han perdido.
Dentro del verbalismo de James Russell Lowell se encuentra escondido un pensamiento profundo, una idea filosófica. Lowell es uno de esos poetas que se pierde, y pierde aliento poético, en medio de una floresta de palabras. Sin embargo, la emoción halla su cauce en “She Came and Went”, “The First Snow-Fall”, “After the Burial”, lamento por el ser querido, dolor que enlaza la vida y la muerte.
Poeta de gran cultura, como Longfellow, la erudición de Russell se manifiesta en “The Cathedral”, la catedral de Chartres, en donde se cruzan el idealismo y el materialismo. Si la naturaleza es un templo en donde se penetra para encontrarse uno mismo, está también el otro templo de piedra, con bóvedas, columnas, capiteles, arcos, en donde entra Russell y medita sobre Dios el arte. Esta erudición impide muchas veces que la poesía circule libremente, buen ejemplo es “The Cathedral”, llena de referencia culturales que impiden el vuelo poético. El ingenio y el humorismo corren en “The Biglow Papers”, y la sátira palpita en “Fables for the Critics”.
Tanto Bryant como los poetas de Nueva Inglaterra, todos ellos contemporáneos de Whitman, ofrecen en su obra ciertas características comunes que en mayor o menor grado son propias de los poetas de la época. Algunas de estas características son:
- 1-más preocupación por la musicalidad del poema que por expresar una vida interior o psicológica,
- 2-dominio de lo ético sobre lo estético,
- 3-preponderancia de la prédica o sermón, sobre el canto,
- 4-lenguaje artificioso y fácil,
- 5-no practican el arte por el arte, sino que éste se pone al servicio de Dios, el hombre, la verdad,
- 6-es, sobre todo, una poesía erudita, a bese de libros, no de la experiencia,
- 7-es una poesía llena de delicadeza, a veces demasiado afectada, no de fuerza.
Imitadores de Pope, Wordsworth, Coleridge, Keats, Tennyson, los poetas norteamericanos aspiran al refinamiento, ironía y musicalidad representada por los ingleses, para ser llamados poetas ingleses, que era el mayor elogio que se les podía hacer.
Whitman enseñará que la rusticidad posee su propia belleza y aconseja que para ser, para llegar a ser, uno mismo tiene que realizar la búsqueda y olvidar la imitación. Las respuestas deben ser encontradas por uno mismo en uno mismo: “You are also asking me questions and I hear you, / I answer that I cannot answer, you must find out for yourself”. (LG 84)
En ese preguntar y buscar estarán también los poetas hispanoamericanos, que en ese ir al encuentro del “yo”, terminarán imitando a Quintana, Núñez de Arce, Zorrilla, Espronceda:
Hasta mediados del siglo XIX la literatura hispanoamericana había buscado sus modelos en la literatura española o en los modelos de ésta. Era lógico que así ocurriese, dada la dependencia total de las posesiones respecto de la metrópoli en las décadas inmediatamente subsiguientes a la emancipación política.
Rubén aconseja, enseña. El encuentro con uno mismo traerá la deseada identidad. “Ama tu ritmo y ritma tus acciones/ bajo su ley, así como tus versos. (PC 617)
En parecida circunstancia de pregunta y de búsqueda se hallaban los poetas norteamericanos. Ellos querían dar con la palabra exacta, que era en cierto modo empezar a ser ellos mismos, pero no lograban apartar sus ojos de Inglaterra. La metrópoli ejercía un fatal encantamiento y ninguno de ellos fue lo suficientemente cauto para ponerse cera en los oídos y ser sordo a eso llamado que los condenaba a no ser ellos mismos.
Era Inglaterra-Saturno devorando a sus propios hijos. Fueron incapaces de navegar a mar abierto y la rosa de los vientos los llevaba irremisiblemente al altar del gusto y la moda inglesa para recibir el reconocimiento y la alabanza, pero también para ser llevados a la piedra de sacrificio.
El llamado de libertad seguía oyéndose y los ojos de Emerson oteaban entre las multitudes a ese poeta nombrador y hacedor de palabras que diera un alma al gigante país americano, que lo desligara de esa obsesión de un pasado que lo obligaba a no ver los perfiles con claridad, sino como en una sombra, como en un espejo.
La espera llegaría a su fin con Whitman que aparece bautizando el mundo, disponiendo el espacio, precipitando el tiempo. Whitman transforma en realidad el sueño luminoso de Emerson. Sin el poeta que canta el alma y el cuerpo las palabras de Emerson no hubieran encontrado su plenitud, pero sin Emerson ese hombre-cosmos no hubiera tenido su eje de rotación: “I was simmering, simmering”, diría luego, “Emerson brought me to a boil”. Muy bien lo resume Leisy:
It remained for Whitman, disciple of Emerson, but obedient to both the romantic and realistic impulses to give the impulse which made the new literature possible. His romantic individualism, together with his keen sense of perception, welcoming the aid o science, and revolting against conventional modes of versification, filled him to be the spokesman a new movement.
Como en el caso de Darío, Whitman es el renovador e inaugurador de palabras que se pronuncian por primera vez en un mundo que nace. Los dos poseen ese espíritu de búsqueda y capacidad de asombro que los impulsa a descubrir, bajo el sol de cada día, lo original y lo desconocido. Los dos rompen las amarras de un colonialismo cultural nos señalan la tierra de promisión. Por diferentes medios los dos establecen la identidad del ser: Whitman parte de lo norteamericano para llegar a lo universal. Darío viene de lo universal para finalizar fundando lo hispanoamericano.
Leaves of Grass es el libro que nos muestra a esos hombres febriles, incansables, cantando mientras cada uno realiza su oficio o va a sus ocupaciones. Leaves of Grass es el acta de independencia cultural de los Estados Unidos. Prosas profanas, nos lleva al surgimiento de esos pueblos que Darío ansiaba ver unidos en espíritu y ansias y lengua. Leaves of Grass es un solo, inmenso libro que se escribe sin cesar. En la obra de Darío, desde Azul y con Azul se sella el acta de independencia que sigue afirmándose después de cada libro. La obra de Darío es un inmenso mural en donde vive todo lo americano. De este parecer es Enrique Anderson Imbert:
Hoy nadie se atrevería a decir que Darío no fue el poeta de América. En primer lugar porque “Prosas Profanas” fue solo un momento. La obra total tiene una dimensión americana, patenta de temas, paisajes, hombres, costumbres, preocupaciones, ideales políticos, preferencias, palabras. “Corinto” no era siempre palabra griega: a veces era el nombre de una isla de su país natal. Pero aún el esteticismo de “Prosas Profanas” era americano. Tanto que él documenta la evolución social de nuestros pueblos.
Chaucer y Shakespeare son dos momentos en la lengua inglesa como el anónimo del Mio Cid y Góngora lo son en la lengua española. Whitman y Darío marcan a la palabra: antes y después de Whitman, antes y después de Darío.
Humberto de Castro traza un breve paralelo entre los cambios que sufren los temas y la lengua bajo la influencia del poeta nicaragüense y del norteamericano. Escribe de Castro:
El famoso autor de “Hojas de Hierba” no se peleó con la tradición, en cuanto ésta tiene de sustantivo y de dinámico: renovaba en la forma y templaba el hijo melódico de la clásica poesía anglosajona, en la cual el ritmo dependía más de la acentuación que del numero de silabas medido con el cartabón de los autores consagrados. El inglés sencillo, casi coloquial de Whitman, sus temas universales, el creciente amor por su país, su fe en el porvenir hicieron de él un modelo insuperable y querido para los cultores de la poesía moderna que buscan mas el ritmo interior y el cauce lógico que las constantes melódicas que calzaban botas de hierro en épocas determinadas. Darío, fervoroso de la tradición, fue también un renovador, como lo destaca Pedro Salinas, respecto, por ejemplo, del romance. De otro lado, en poemas como “Epístola a la Señora de Lugones”, por el tono conversacional que les da a los versos y mediante la incorporación de motivos de la vida cotidiana, se anticipó al estilo llano y directo que campea en la obra de algunos contemporáneos.
La posición de “the Good Gray poet” como llamaba William O Connor a Whitman, tal vez sea más compleja y ambigua dentro de la literatura norteamericana, que la posición de Darío o “El bardo Rei”, como lo llamaba Arturo Capdevilla, dentro de la literatura hispanoamericana, sobre todo en las relaciones de Darío con sus predecesores, o con el romanticismo.
Aunque Whitman es asociado con el romanticismo y con el trascendentalismo, y en cierto modo estos movimientos lo explican y lo forman, de la misma manera que el parnasianismo y el simbolismo explican y configuran a Darío, también es cierto que resulta difícil dar a Whitman una posición definida y delimitarlo. En los dos poetas convergen una multitud de culturas y los dos abren innumerables caminos por donde entran y transitan todos los poetas.
Para comprender el problema de cómo considerar a Whitman, de lo difícil que resulta encerrarlo dentro de una escuela: “No hay escuelas; hay poetas”, dirá Darío (PC 700), y Whitman: “Do I contradict myself?/ Very well then I contradict myself, (I am large, I contain multitudes) (LG 88), veamos cómo se lo ha clasificado en algunos libros que tratan sobre la historia de la literatura norteamericana.
En American Poetry and Prose, después de la sección consagrada al “Romanticismo on Puritan Soil”, que comprende a Emerson, Thoreau, Hawthorne. Melville, Whittier, Longfellow, Russell Lowell y Holmes, Whitman aparece como un “Romantic and Realist”.
Por su parte Richard Fogle en The Romantic Movement (New York, 1966), lo considera como el paradigma del romanticismo y al mismo tiempo el último de los románticos: “Whitman brough the American Romantic Movement to its logical consumation” (p. 22)
Harry Hayden Clark en Transitions in American Literary History (New York, 1967), ofrece un panorama del desenvolvimiento de la literatura norteamericana a través de estudios escritos por varios autores. El ensayo de G. Garrision Onions, “The Rise of Romanticism, 1805-1855”, resulta revelador, ya que 1855 es la fecha en que aparece Leaves of Grass. También es importante, dentro del mismo libro, en ensayo de Floyd Stovall “The Decline of Romantic Idealism”, que señala precisamente el mismo año, 1855, como el inicio del declinar romántico, para tener su extinción en 1871, en que comienza el surgir del realismo. Es decir, que las nueve diferentes ediciones de Leaves of Grass, están comprendidas entre los años de 1855 y 1892, año de la muerte de Whitman, y el poeta queda entre dos grandes movimientos que en cierto modo son antagónicos, el romanticismo y el realismo, uno que agoniza y otro que inicia su rápido ascenso. Whitman participa de los dos movimientos, del romanticismo con la exaltación del “yo”, y del realismo, sobre todo con los poemas sobre los hospitales, la muerte, la guerra civil.
Los casi veinte años que encuadran la agonía del idealismo romántico, están marcados por la presencia de otro movimiento que avanza ya ávido de sustituirlo: el realismo. Los escritores que sobresalen en este tiempo oscilan entre dos mundos, uno que amanece y otro que anochece. Como vienen del ocaso del romanticismo, su lealtad al realismo es más de tipo cerebral que emotivo.
Whitman es ya lo moderno, pero los modernos poetas norteamericanos, como Darío y los modernistas, conservarán algo del romanticismo, que forma después de todo y a pesar de todo, parte de esa nueva sensibilidad poética. Walter Sutton en American Free Verse; The Modern Revolution in Poetry (New York, 1973), nos dice que los modernos tenían sus raíces, más profundas de lo que ellos admitían, en la romántica revolución americana e inglesa, de finales de principios del siglo diecinueve (p.3).
Y es lo que sucede con los poetas hispanoamericanos y con el mismo Rubén; son modernos, pero habrá en ellos un elemento, un aliento romántico que se manifiesta de manera abierta o de un modo sutil, un romanticismo que se transforma y aparece bajo diversos aspectos.
Se ha observado que siguen habiendo elementos románticos en Rubén, pero hay diferencias importantes. Ricardo Gullón señala que el influjo del modernismo no es tanto sobre el modo de sentir, como en el pensar:
El modernismo se caracteriza por los cambios operados en el modo de pensar (no tanto en el de sentir pues en lo esencial siguen fiel a los arquetipos emocionales románticos), a consecuencias de las transformaciones ocurridas en la sociedad occidental del siglo XIX desde el Volga al Cabo de Hornos.
Rubén traerá un estremecimiento nuevo a la poesía, como Whitman, pero ese movimiento que le toca realizar a cada uno de ellos se verá cruzado por las ráfagas del romanticismo que no se resigna a perecer.
HP
*Ensayo publicado originalmente en
LA REVISTA DEL PENSAMIENTO CENTROAMERICANO # 194 Enero-Marzo 1987