LOS AMORES TRANSGRESORES ENTRE RUBÉN DARÍO Y AMADO NERVO

“NUESTROS MAS PROFUNDO Y SUBLIME SECRETO”: LOS AMORES TRANSGRESORES ENTRE RUBÉN DARÍO Y AMADO NERVO

Alberto Acereda

Arizona State University

En un reciente artículo sobre los testimonios de la injuria homofóbica en el Modernismo, he intentado fijar la importancia de actuar con prevención
respecto a la cuestión de la sexualidad no heteronormativa en el fin de siglo, así como la pertinencia de considerar algunas de las opiniones de los propios modernistas y sus internas contradicciones vitales.1 El nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) y el mexicano Amado Nervo (1870-1919) son, en este sentido, casos relevantes no sólo como figuras señeras en la nómina autorial modernista sino sobre todo por sus conflictos personales, sus dudas e indecisiones vitales, que aparecen reflejadas en ciertas ambigüedades textuales. Darío y Nervo ocuparán el interés de este artículo bajo el prisma de unos insólitos manuscritos hallados y consultados. Dichos manuscritos, de los que aquí daremos cuenta, arrojan nuevas y controvertidas luces sobre la relación personal y privada entre Darío y Nervo. Su análisis confirma lo apasionante que resulta seguir indagando sobre el Modernismo, así como la dificultad que entraña abarcar la totalidad de ángulos interpretativos en el fin de siglo hispánico. Si buena parte de la crítica había venido hasta ahora presentando a Darío como una suerte de “supermacho”, apoyándose en su conocido gusto por el erotismo femenino, el presente estudio documenta y expone los amores secretos y transgresores, hasta ahora desconocidos o nunca probados, entre Darío y Nervo, así como sus implicaciones respecto a la relectura de ciertos textos, en particular los darianos.

La colección de manuscritos y las cartas a Nervo

El estudio de los manuscritos de Darío resulta una aventura investigadora
apasionante, y conforme pasan los años van apareciendo manuscritos
desconocidos hasta ahora e incluso colecciones más amplias de cartas y transcripciones autógrafas como las que aquí nos ocupa. La mayor parte de los manuscritos darianos conocidos hasta ahora se hallan en el Archivo Rubén Darío en la Universidad Complutense de Madrid, que consta de más
de cinco mil documentos custodiados en su día por la compañera del poeta,
Francisca Sánchez, y que ahora forman ya parte de los fondos de la Biblioteca Histórica “Marqués de Valdecilla” de la misma Universidad Complutense. Existen también manuscritos y piezas conservadas en el Museo y Archivo Rubén Darío de León (Nicaragua), así como en la colección de manuscritos darianos donados por Juan Ramón Jiménez y conservados en la Biblioteca del Congreso de Washington, D. C. Además, hay constancia de algunos otros manuscritos en la Biblioteca de la Universidad Nacional de Chile, en la Universidad de Texas-Austin o en la British Library de Londres, entre otras, así como autógrafos darianos que han ido apareciendo sorprendentemente en diversos lugares: en la Houghton Library de la Universidad de Harvard, en la sede de la Sociedad Argentina de Escritores en Buenos Aires o en la reciente e importante colección que nos ocupa, que acaba de ser adquirida por la Arizona State University.2

Esta última colección incluye en torno a mil páginas manuscritas de Darío que resultan importantes pues ayudan a reconstruir algunos de los tramos de su vida y su obra, así como sus relaciones con diferentes figuras de momento. Esta insólita colección de manuscritos que hemos consultado con detalle fue reunida en vida de Darío por su propio secretario personal: Alejandro Bermúdez Núñez, figura importante en los últimos años de la vida del poeta. Bermúdez fue quien convenció a Darío a realizar su famosa gira por Estados Unidos en defensa de la paz en los difíciles años iniciales de la Primera Guerra Mundial. Conservada por la familia de los Bermúdez, en 1936 pasó a su hijo, Raúl Bermúdez Baca, abogado e historiador también nicaragüense, que decidió custodiar los manuscritos durante sesenta años hasta su muerte en 1995. En la década de los sesenta, y al hilo del centenario del nacimiento dariano en 1967, Bermúdez donó seis de aquellas cartas a la Biblioteca Nacional de Nicaragua como exploración para donar la totalidad de su colección. Sin embargo, el terremoto de Managua en 1972 y los posteriores acontecimientos de la historia de Nicaragua en los años ochenta llevaron a la pérdida de esos documentos donados, lo que hizo que el resto de la colección fuera sacada del país por temor a nuevas pérdidas. La colección acabó guardada en una casa privada de California durante años hasta la actualidad. Los manuscritos están en buen estado en su práctica totalidad, gracias al uso de papel grueso y de calidad, perfectamente legibles y con una notable ausencia de tachaduras, correcciones y enmiendas, lo que prueba que estamos fundamentalmente ante transcripciones y copias en limpio del propio Darío. Es posible que esta labor fuera el resultado de la recomendación del propio secretario del poeta y con el fin de crear un archivo definitivo y manuscrito de su propia obra. La colección completa se divide en varios lotes delimitados por geografía, ocupación y otras tipologías.3


De la etapa del escritor como diplomático aquí nos interesa la breve
correspondencia sostenida con Amado Nervo, con cartas incluidas en un lote compuesto por veintitrés cartas firmadas todas por Darío en el año 1908 y dirigidas a varios cónsules y ministros. Así, a Emilio de Arriaga “cónsul de Nicaragua en Bilbao”, Crisanto Medina “ministro de Nicaragua en París”, Ernesto Bermúdez “cónsul de Nicaragua en Manchester”, Benigno Díaz “ministro de Nicaragua en México”, entre otros. Es ahí donde aparecen
varios documentos dirigidos a Nervo, la mayoría de carácter privado: ocho
cartas personales de contenido sentimental y de circunstancias personales
dirigidas al autor mexicano, fechadas en Madrid entre el 2 de septiembre de
1908 y el 15 de octubre de ese mismo año; una carta también desconocida
hasta ahora y en la que Darío cita un poema escrito a Nervo en Barcelona (el inédito poema “¡Ah! Recuerda”, dedicado al autor mexicano) y en la que habla de ser amantes en secreto. Esa carta, documento único en su tipo, lleva en colección ligado a Amado Nervo es el poema “La tortuga de oro . . .”, dedicado al poeta y amigo mexicano. Las cartas de la colección que aquí estamos estudiando tienen importancia por lo controvertido de su contenido y porque, hasta lo que sabemos, no constan en ninguno de los archivos y colecciones darianas que hemos podido consultar, ni tampoco en las compilaciones epistolares preparadas tras la muerte de Darío por Alberto Ghiraldo, Dictino Álvarez y José Jirón Terán. En el caso de Nervo conocemos algunas cartas particulares que compilaron Ermilo Abreu Gómez, Alfonso Reyes y F. J. Tort, pero tampoco hay constancia de estas cartas que aquí estudiamos.4 Si las cartas fueron escritas por Darío y destinadas a Nervo, la pregunta lógica es por qué aparecen en una colección dariana y no en el legado de cartas en propiedad de Nervo, que sería lo normal. La respuesta a esto ofrece tres posibles situaciones. En primer lugar, como hemos apuntado, estas cartas y manuscritos son copias y transcripciones, puesto que Darío acostumbraba a realizar copias en muchos casos y la original la enviaba a su destinatario. En segundo lugar, era común en Darío enviar también una carta mecanografiada y guardar la manuscrita. En cualquier caso, y a la luz de estos manuscritos, sabemos con seguridad que Darío conservó estas copias y desconocemos lo que Nervo y sus herederos hicieron con la carta originalmente enviada. Una tercera situación es que Darío nunca mandase estas cartas a su destinatario, en especial la número 9 que es la más reveladora, aunque esto parece improbable, puesto que el propio Darío indica en esa misma carta haber enviado ya a Nervo el poema “¡Ah! Recuerda”. En las cartas privadas de esta colección, especialmente en la importante misiva neoyorquina (la número 9), Darío deja entrever una pasada relación sentimental con Nervo que, según el propio Darío, no puede ser conocida por nadie y refiere a otro escrito anterior que él mismo tituló “¡Ah! Recuerda”, en el cual también se expone más de esa situación anterior entre el nicaragüense y Nervo.


De esta colección, transcribimos a continuación las nueve cartas de Darío
escritas a Nervo por orden cronológico, acompañadas al final por el poema
“¡Ah! Recuerda”, mencionado en la novena carta. Al final de este artículo
hemos incluido como Apéndice las imágenes de todas estas misivas y el
poema aquí transcrito. Las primeras cartas de Darío a Nervo constan de una hoja cada una y se trata de comunicaciones breves a modo de mensajes casi informales y muy coloquiales (menos las cartas 1 y 8 que son más líricas e intensas y tienen forma de poema-epístolas) que Darío envió a Nervo al hilo de situaciones particulares de su vida social y personal y donde el tono va constatando la intimidad de esa relación, todo lo que explica mejor la carta final y el poema “¡Ah! Recuerda”.

Carta 1
Serrano 27 Madrid.
Septiembre 2, 1908.
Privada

Sr.: Amado Nervo:
¡Mi caro amigo . . . y más!
poeta y trovador,
a ti dedico con ardor
mis [¿minutos?] de solaz,
sólo te pido . . . no olvides
a este que siempre te espera
por que quiera el mundo
o no quiera, yo, jamás
a ti olvidaré!
Rubén Darío
[Tiene la forma de un poema-epístola.]

Carta 2
Serrano 27 Madrid.
Septiembre 8, 1908.

Amado mío de las letras, siempre pendiente de ti . . . ojalá pluguiera a
Dios el poder estar contigo de nuevo . . . ¿Lo sabes verdad? Si es así . . .
contéstame, por favor, te envío con esta tu pañuelo.
Suyo:
Rubén Darío

Carta 3
Serrano, 27. Madrid.
Septiembre 10 de 1908.

Sr. Amado Nervo,
tu respuesta me lastima, mas comprendo tu actitud . . . Pero ¿por qué debo
ser yo quien debe disculparse? siendo tú el ofensor a mi corazón . . . que
siempre está abierto a ti! Contéstame, pero no me lastimes.
afectísimo
Rubén Darío

Carta 4
Serrano 27 Madrid
Septiembre 15 1908

Sr: Amado Nervo.
Gracias al cielo doy por ser tu amigo fiel . . . e íntimo. tu invitación sería lo
último que yo olvidara . . . por supuesto que iré! Algo sí te pido . . . no soy
del agrado de tu primo, así que no me dejes a solas con él. gracias mil:
Rubén Darío

Carta 5
Serrano 27 Madrid.
Octubre 1 de 1908.

Amado . . . caro mío:
Jamás fue mi intención molestar [-]te, créeme. D’Arcy es muy amiga de
confrontar a las amistades que ella no puede conservar, no la culpo, así es
su carácter . . . pero, eso, no reza contigo ni conmigo . . . todo mi afecto . . . y
todo . . . es para ti . . .
Rubén Darío

Carta 6
Carafal 32 Madrid.
Octubre 6 1908

Sr. Amado Nervo.
Gracias, amigo mío, tu corazón late al unísono con el mío, yo sabía que eso
era un malentendido y me alegra lo comprendas. de mí . . . jamás esperes
ni daño o ni ofensa . . . Siempre recuérdame en tus momentos de gozo o
tristeza.
afectísimo
Rubén Darío

Carta 7
Calle Pamplona 18 Madrid.
Octubre 12 1908.

Amado . . . mío, carísimo:
¡Claro que iré, pido arreglar mis papeles, no conozco ese lugar, pero a tu
lado . . . cualquier ciudad es maravillosa! dejo todo en manos de mi
secretario . . .
tuyo
Rubén Darío

Carta 8
Plaza Vizcaya. Madrid.
Octubre 15 1908.

Poco expresan estas líneas
que tú de mí no sepas . . .
que te quiero más allá
de toda humana emoción.
La correspondencia . . . queda
en tu conciencia . . . sólo te
pido: no olvides a este tu
fiel amante y servidor.
tuyo Amado:
Rubén Darío.
P.d: Contéstame con Marianne.
[Tiene la forma de un poema-epístola]

Carta 9
HOTEL ASTOR
Times Square
New York
New York, 12 enero 1915

Mi bien amado y querido Amado Nervo:
Te escribo estas cuantas líneas, seguro de que al recibo de estas mías
te encuentres lleno de alegría y felicidad, de salud y buen humor
[¿bienestar?]: confiado en que hayas recibido el poema que
recientemente, con fecha de Barcelona, septiembre de año pasado te lo
hice y dedicado como muestra de mi gran amor hacia ti, el cual titulé “¡Ah! Recuerda” como tributo al sentimiento y gran amor y pasión que nos une.
Aunque todo esto sea secreto por aquello del qué dirán, pues tú tienes a tu esposa e hijos al igual yo, [¿por?] nuestras preferencias y [¿gustos?] secretos que [¿ricamente?] hemos compartido hasta la saciedad.
Y es que así debe quedar para ambos, pues si se sabe lo antes referido-dejaría de ser secreto y perdería . . . [cambia de página] todo el encanto y lo especial que nos une como amantes silenciosos y por aquello de aclaración particular. Te recuerdo nuestro juramento y lo que siempre hemos compartido, como nuestro más profundo y sublime secreto! todos los hombres somos mujeres porque hemos sido mujeres en el cuerpo de nuestra madre y hasta feto de mujer, los primeros cuatro meses del embarazo. O en plan más simbólico: que todo deseo apunta a lo que no somos. Ya para despedirme, te envío un beso y un hasta pronto.
Rubén Darío
Ps: Salúdame con cariño al amigo especial en común Vargas Vila.

Las primeras cartas pueden entenderse como una amistad íntima, con
mensajes de amistad y desentendimientos, a veces lindante con cierto
sentimentalismo de raíz romántica (mención del pañuelo y otros detalles).
Esta última carta, sin embargo, escrita en el corazón del Times Square, en el
Manhattan neoyorquino, prueba que Darío echa una mirada a su vida apenas un año antes de su muerte, evocando su relación íntima y secreta con Nervo. El poema al que se refiere esa carta es el titulado ‘¡Ah! Recuerda’, y llevaría por tanto la fecha de septiembre de 1914 aunque al contrastar el manuscrito de dicho poema, también hallado en esta misma colección de manuscritos, hemos podido comprobar que lleva la firma al final de Rubén Darío y seguidamente “Barcelona, noviembre de 1914”. El poema lleva el título “¡Ah! Recuerda”, seguido del nombre del autor y entre corchetes la dedicatoria [A: Amado Nervo]. El poema, a modo de romance, dice textualmente:

De tus ardientes pupilas aún siento el vago poder
aún me incendian tus miradas
de infinita languidez
aún escucho tus palabras
y tus promesas de ayer
aún de tus besos dulcísimos
siento en mis labios la miel
aún el roce de tus manos
todo me hace estremecer
aún me [¿seduce?] tu contacto
como la primera vez
aún tu aliento me impresiona
sube la sangre a mi sien
y aún el corazón mi vida
me late, no sé por qué.

aún te amo por tus ardores
tu ternura, tu doblez
tus caricias, tus engaños
tus locuras y tu hiel
niña hermosa, bien se paga
la pasión con el desdén
uno aprende muchas cosas
¿no es verdad? con la mujer
lo primero, que es un ángel que domina cuanto ve
lo segundo, que hay un áspid
en sus labios de clavel
lo tercero, que sus gracias
son raudales de placer
y que es su pecho un abismo
siniestro y hondo . . . ¡muy bien!
Rubén Darío
Barcelona noviembre de 1914.

El poema va dirigido claramente a Amado Nervo y parece confirmar una
relación amorosa íntima entre ambos autores, delatando en el destinatario-
Nervo- la condición femenina de la relación. El tono popular y desenfadado,
típico de un poema personal y confidencial, se refuerza por el uso del romance octosílabo. La mención a lo femenino entronca con lo que también plantea la carta 8 sobre la cuestión de la mujer y la idea que Darío reconoce compartircon Nervo al respecto.
El último manuscrito de esta colección ligado a Darío es el ya conocido
poema “La tortuga de oro . . .”, dedicado a Amado Nervo y en cuartilla escrita por dos caras. Aunque no lleva fecha en el manuscrito, sabemos que es de la época parisina de Darío y Nervo, en julio de 1900, y así lo recogió ya Alfonso Méndez Plancarte en las Poesías completas de Darío. De hecho, Ermilo Abréu Gómez incluye una carta de Nervo a Luis Quintanilla fechada en París en julio de 1900 donde precisamente refiere cómo en el bar “Calisaya”, la noche anterior, “a Rubén se le ocurrió improvisarnos con estos versos . . . Por ahí verás cómo andaba la cosa . . .”.5

Darío, Nervo y la disidencia sexual modernista


Estas cartas deben entenderse en el contexto vital de ambos autores y
también en el esfuerzo que la crítica literaria del Modernismo hispánico ha
venido realizando en los últimos años en cuanto a estudiar y conocer mejor
la disidencia sexual modernista. Un sector de la crítica ha venido ahondando desde distintas perspectivas en determinadas cuestiones de la ambigüedad sexual del fin de siglo. Sin pretender recoger aquí la ya extensa bibliografía dedicada a este particular, baste apuntar la labor realizada respecto a la articulación del Modernismo en términos de sexualidad y/o género por estudiosos como Sylvia Molloy, Oscar Montero, Francisco Morán, las teorizaciones de David W. Foster y la revisión histórica para el caso de
España durante el siglo XX dado por Alberto Mira, así como los trabajos de Luis Antonio de Villena, entre otros.6

En el caso particular de la disidencia sexual en Darío, debe señalarse la
labor crítica iniciada por Sylvia Molloy y continuada por Oscar Montero y
Francisco Morán.7 Debe traerse a colación también el ensayo de Blas
Matamoro sobre Darío, particularmente el capítulo “Parsifal y Ganimedes”,
donde el crítico argentino plantea una interesante dimensión en torno a la
cuestión del mito del andrógino en términos ligados al orden filosófico y
espiritual modernista.8 El planteamiento de Matamoro ayuda a entender
mejor estas cartas darianas a Nervo. En su análisis sobre la crítica y los
estudios gay en el hispanismo, David W. Foster menciona precisamente el
trabajo de Matamoro sobre Darío y su acierto al analizar varias imágenes de masculinidades queer y homoeróticas en los principales textos darianos,
incluyendo asimismo imágenes de androginia grecorromana. Para Foster, la lectura que hace Matamoro de Darío se distancia de la práctica crítica común que buscaba hasta ahora interpretar la sexualidad oculta del escritor sobre la apoyatura de ciertos reflejos textuales. Foster destaca con acierto la naturalización de lo queer en algunos poemas del nicaragüense que realiza Matamoro. De esta manera, aunque la obra de Darío no es una obra queer, sí es verdad que, como argumenta Foster, “el propósito de Matamoro es comprender cómo ningún poeta serio puede escribir sobre el deseo erótico sin aludir a los primeros queer, como Parsifal (homosociabilidad) y Ganímedes (pederastia), entre otros”.9 Para el caso de Nervo, las ambigüedades en su obra fueron ya vistas por Sylvia Molloy, en cuanto a la “feminidad” sentimental del autor mexicano, así como un notorio conflicto de género. La contextualización de la homosexualidad en el México del Porfiriato ha sido un tema tratado por Robert McKee Irwin, quien a su vez ha visto a Amado Nervo como una de las vertientes autoriales de las masculinidades mexicanas.10

Es sintomático señalar que ambos autores, particularmente Darío,
huyeron siempre de estos temas, acaso como forma de evadir sus propias
contradicciones internas o como expresión de cierto temor generalizado en la época hacia la forma pública de la homosexualidad. En el particular de Darío, bastaría mencionar ciertos textos como “El reino interior”, poema que cerraba misteriosamente la primera edición de Prosas profanas y otros poemas (1896), y que se entienden mejor desde una lectura cercana a las propuestas de las teorías de género y los estudios queer. También en el poema “Agencia”. . ., de El canto errante (1907), Darío enumera varios signos negativos de la Actualidad-a modo de crónica periodística en verso-y cita la guerra, las bombas en Barcelona y otros eventos netamente apocalípticos entre los que se incluye la proliferación de las costumbres homosexuales: “Se cambian comunicaciones / entre lesbianas y gitones”.11 En algún momento, y tras la muerte de Oscar Wilde, sus opiniones sobre la vida del autor irlandés no fueron del todo positivas, como ya observó Molloy. Cuando Darío recuerda al francés Paul Verlaine, oculta también su condición bisexual, al igual que hace con el modernista cubano Julián del Casal. Estas mismas propuestas de lectura son aplicables al caso de Nervo si pensamos en poemas como “Andrógino” o novelas como El donador de almas (1899), con obvias referencias a las amistades masculinas, el erotismo fantástico, el hermafroditismo y otros aspectos colaterales. Lo mismo cabría mencionar en novelas cortas como El diamante de la inquietud (1917). Hasta ahora, por tanto, la crítica tenía ciertas sospechas sobre posibles homoerotismos en Darío y particularmente en Nervo, pero no había logrado probarlos documentalmente. Creemos que los manuscritos de la colección privada que hemos consultado y transcrito aquí prueban la veracidad de esa relación, especialmente sorprendente en el caso de Darío. El nicaragüense y Nervo coincidieron personalmente en vida y de manera especial en dos etapas de su trayectoria, la primera, en París, con motivo de la Exposición Universal de 1900. Darío fue allí como corresponsal del diario porteño La Nación y Nervo hizo lo propio para El Imparcial de México. Allí compartieron durante cierto tiempo un entresuelo en el número 29 de la rue du Faubourg Montmartre con Enrique Gómez Carrillo-quien ocupaba allí su cargo de cónsul general de Guatemala-y con Manuel Machado. Vivían allí juntos, aunque independientes, cada uno con su correspondiente gabinete con alcoba.12 La segunda etapa donde coincidieron más habitualmente fue en Madrid, desde 1905, y ambos en sendos cargos diplomáticos. No entraremos aquí en la disección de sus biografías, pues para ello el lector puede consultar lo hecho por Manuel Durán y Bernardo Ortiz de Montellano, para el caso de Nervo, y por Edelberto Torres para el particular de Darío.13 Las cartas darianas a Nervo, así como el poema privado al mexicano, ayudan a entender los muchos testimonios de época en que los modernistas fueron presentados como homosexuales, con mención más o menos expresa a Darío y su círculo, y en el que también estaba incluido Nervo. De manera mas clara, bastaría traer aquí a colación el ataque específico y homofóbico lanzado contra ambos autores desde el anonimato de una revista ilustrada como Madrid Cómico. Parte de un corpus más amplio de numerosas sátiras y parodias antimodernistas, con especial atención a la poesía de Darío, Francisco Villaespesa y otros modernistas como el propio Nervo, el 2 de julio de 1910, en la sección “Zoco literario” de Madrid Cómico se publicó un anónimo comentario sobre el “Canto a España” de Nervo donde se insinuaba abiertamente la homosexualidad de los modernistas y de paso se metía
cizaña contra la pareja Darío-Nervo.14

La importancia de estas cartas y poemas a Nervo

Las cartas y textos aquí comentados y hallados en esta colección resultan
importantes porque ayudan a contextualizar mejor algunos textos de Darío y Nervo. No olvidemos que, en los años parisinos de ambos autores, Darío tuvo en Francisca Sánchez más una compañera que una amante. Lo mismo ocurre con Nervo y Ana Cecilia Dailliez Larguillier, madre soltera. Los dos
guardaron a ambas mujeres casi en secreto, más como amigas fraternales.
Nervo incluso describió a Ana como hija y Darío siguió haciendo otra vida
literaria paralela al margen de Francisca Sánchez.
En el marco de un estudio de la poesía erótica dariana, justo es intentar
recalar en la pertinencia de una lectura de ciertos textos darianos en clave
homoerótica.15 Bastaría recordar los versos de “Divagación”: “¿Te gusta amar en griego? . . .’, “¿Los amores exóticos acaso . . .?” y otros versos que ofrecen un curso de geografía erótica seguida, en el mismo libro, por el símbolo de la androginia en los centauros, donde el sabio Quirón retoma leyendas ovidianas y donde las centauresas se hacen centauros (“Cenis será Ceneo”). Oscar Montero estudió la idea del Modernismo y la degeneración en Los raros de Darío.16 El crítico apunta que cuando Darío incluye en dicho libro el retrato de Paul Verlaine lo hace con una voluntad de vender mejor su obra y su persona autorial, y usando una útil duplicidad. Consistía ésta, por un lado, en el intento dariano de mostrarse conocedor de las últimas novedades literarias europeas, incluida la obra del autor francés y, por otro, en su alejamiento del lastre de la homosexualidad de Verlaine, a fin de no escandalizar tampoco a los valores burgueses del público al que Darío se dirigía. Montero cree que el retrato de Darío sobre Max Nordau, el enemigo de la “degeneración”, sirve de contrapeso al de Paul Verlaine en ese libro. Lo que Montero propone, a fin de cuentas, es que el prejuicio homofóbico y aun su misoginia son registros que hay que leer dentro de las contradicciones de su época, además del hecho de que en Darío y en muchos modernistas se percibe una especie de “terror implícito a la homosexualidad y las perversiones eróticas”.17
Más recientemente, y al hilo del asunto de Verlaine, Juan Manuel
González Martel se ha detenido en “La leyenda de Verlaine”, una desatendida crónica de Enrique Gómez Carillo, del 22 de octubre de 1907 aparecida en El Liberal de Madrid, que replica a un anterior artículo del mismo año de Darío publicado en La Nación de Buenos Aires (“La vida de Verlaine. Realidad y leyenda”). González Martel muestra con claridad cómo la crónica del guatemalteco hace una contundente crítica a la tesis de la biografía sobre Verlaine publicada en la época por Bernard Lepelletier, al tiempo que replica de forma tajante a Darío por su artículo en apoyo a dicho biógrafo, quien había disimulado la irregular vida familiar de Verlaine, su alcoholismo y su bisexualidad.18 El artículo de González Martel complementa de forma independiente las ideas que Oscar Montero y luego Francisco Morán habían planteado sobre un Darío útilmente dual y contradictorio. Fue precisamente Francisco Morán quien estudió también hace unos años lo que él califico´ como “peligrosos itinerarios del deseo en Rubén Darío”. El crítico cubano señaló en Darío un extraño compuesto de Hugo fuerte (lo masculino) y de Verlaine ambiguo (lo femenino), citando versos del propio Darío: “Con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo”, en uno de los poemas autobiográficos del nicaragüense. Morán asegura que Darío estuvo hondamente marcado por la ansiedad que le producía la homosexualidad de Verlaine y lo conectó con el mismo homoerotismo en otro modernista amigo, Julián del Casal. Especialmente iluminadora es su lectura de la parte final de las “Palabras liminares” de Prosas profanas y otros poemas (1896) y la mención de su debilidad y gusto interior por Verlaine, así como del poema “El reino interior” de Darío y sus juegos intertextuales en clave homoerótica. Estos textos, asegura Morán, legitiman la necesidad de leer a Darío como un yo poético que “no puede afirmar una identidad heterosexual sin figuras, sin fallas peligrosas”.19 Morán insiste así en la importancia de desmontar la imagen de un Darío absolutamente heterosexual fijada por la crítica. A la luz de las cartas aquí recogidas de Darío a Nervo, lo que cabe preguntarse ahora es si realmente la negación u ocultación dariana de esas penurias económicas de Verlaine, las ausencias familiares y, sobre todo, la sexualidad transgresora del simbolista galo, no eran en Darío rasgos que sintió comunes con el francés. De ahí pueda explicarse el que Darío quisiera silenciar todos estos avatares de Verlaine. Así se explica que en su poema “Responso” dedicado a Verlaine en la primera edición de Prosas profanas y otros poemas (1896), Darío pida el perdón divino al pecador Verlaine. De ahí, en último término, puede explicarse también que Darío no quisiera hacer pública esa condición homosexual de Verlaine, al igual que tampoco deseara hacer público ese “profundo y sublime secreto” que él mismo guardaba con Amado Nervo en forma de carta y poema hasta hoy desconocidos. Darío hace esa confesión en su poema a Nervo antes de partir del puerto de Barcelona para Nueva York, y ya en la metrópolis norteamericana, escribe esa postrera carta a Nervo unos meses antes de su peregrinaje final hasta el lecho de muerte en Nicaragua. Darío muere con el crucifijo de plata que le había regalado Nervo, el antiguo seminarista y cómplice de unos amores transgresores que hasta hoy la crítica desconocía. Casi un siglo después, al abrirse ahora este secreto encontramos explicaciones a muchas cosas en torno a Darío que lo hacen todavía más positivamente universal, más complejo y contradictorio. Justo es señalar, sin embargo, que estos amoríos parecen responder más al ambiente de la época y a situaciones más puntuales y episódicas que a una constante vital de signo homoerótico en la vida privada de ambos autores.
Las obras de uno y otro autor ofrecen textos abierta e irrefutablemente
heteroeróticos que no deben ser ahora desmerecidos o juzgados como
artificiales a la luz de este nuevo hallazgo. Importa incidir en el hecho de
que un diálogo serio entre los textos heterosexuales y los homoeróticos de
ambos autores constituyen el mejor modo de conocer la realidad autorial y
ahondar en la investigación de estos dos grandes modernistas.
Estas lecturas revisionistas de Darío y Nervo ayudan, en cualquier caso, a entender mejor la personalidad y la obra de ambos autores y del Modernismo en general. A su vez, confirman la tragedia existencial interior
de autores como Darío y Nervo y la búsqueda de diferentes escapes y
consuelos en sus propias vidas. El episodio epistolar de Darío con Nervo
constata lo mucho que queda aún por investigar en el fin de siglo, ejemplifica esas complejidades, zigzagueos y ambivalencias modernistas al tiempo que nos ofrecen un Darío y un Nervo todavía más humanos, más apasionantes de lo que pensábamos, más universales y más vigentes a casi cien años de sus respectivas muertes.