EL POETA SIEMPRE NIÑO / JOSÉ MARÍA VARGAS VILA

Capitulo XIX   /José María Vargas Vila                           

EL POETA SIEMPRE NIÑO

Era en 1916

Hoy se la muerte de Rubén Darío…A esta noticia, pasan ante mí, las dos únicas cosas verdaderamente augustas de la Vida: el Genio y la Muerte. ¡No es posible decir la muerte del Genio, porque el Genio es Inmortal; pobre poeta hermano que se va! no ha muerto…ha acabado de morir…últimamente, era ya un muerto que llevaba sobre sus hombros el cadáver de su Genio…fue por el mundo, ebrio de ensueños, y ebrio de azul; sitibundo del beso de las estrellas, cazador de astros y, de ritmos, su Vida, fue como una música lenta de esas que dijo su bello decir.

Edgar Poe, Musset, Baudelaire, Verlaine, Quincey, Wilde, Swinburne. Todos los poetas del Dolor, fueron sus hermanos, pero él, los superó, porque fue más rico que ellos, en la Fuente de la Inspiración, y en la fuente de las lágrimas…

El, conoció el Alma del Dolor, cuando los otros, no llegaron a conocer, sino el Dolor del Alma; las letras castellanas, no tienen, ni rememoran, otro Poeta de su talla; él fue, el único: No tuvo antecesores, ni tendrá sucesores…Colocado en la confluencia de dos siglos, los domina a ambos…fue de toda Tradición, fuera de toda Escuela; en un aislamiento sagrado, de Cima Solitaria…los ríos de la Armonía, bajan de esa Cima, hacia el desierto de las almas…generaciones de Artistas y de Soñadores, apagaron y apagarán su sed de Belleza, en esas fuentes…nadie remontará hasta la Cima; nadie…

Los lagos en que bogó el divino cisne, están en la nieve cándida, sobre la altura inaccesible, vecina al alto cielo, y solo las nubes lo vieron erguir el cuello lírico, y lo oyeron desgranar las notas de su canto sobre el azul límpido, que nenúfares boreales ornaban en un gesto de muda adoración. Las notas de ese canto, han llegado hasta nosotros, como la descongelación de algo muy alto y muy remoto, diluido en ondas de armonía. El oro fundido de una estrella, y las lágrimas de un dios, hechos música.

Darío, fue el alma inocente y sinfónica, que amó los cisnes, porque encontró en ellos, el Símbolo de su alba candidez…un perfume de niñez perpetua, impregna la Obra del Poeta, sobre cual, brilla el candor de una mañana homérica, que no se extingue jamás sobre los cielos serenos.

Darío, fue siempre el Poeta niño, que él mismo nos pinta en sus reminiscencias, despertando a la orilla de los lagos, con una flauta pánida en las manos; murió fronterizo a los cincuenta años, con el alma impúber de un catecúmeno cristiano, que bordara sus sueños, en las hojas trenzadas de una palma pascual; no se maduró nunca; no llegó a ser jamás, eso que se llama un Hombre, en el sentido doloroso y brutal de la palabra.

Hubiera vivido siglos, y habría muerto el mismo niño radioso y triste, que todos conocimos; la Vida, lo hirió y no lo manchó…su alma tenía la oleosidad de las alas de sus cisnes amados, sobre los cuales el lodo resbala, y no se adhiere…se durmió en el fango, y permaneció impoluto, blanco, como un ánade salvaje; nunca una alma más pura, se albergó en un cuerpo más de pecador, sin mancillarse; era, como un rayo de estrella, reflejado en el fondo de un pantano; la luz permanece pura, nada puede contra ella, el verdoso temblor del fango infecto, la Vida, lo entristeció, no lo envileció; no pudiendo mancillarlo, se conformó con hacerlo llorar…como a todos los Poetas…

¿Qué es un poeta, sino una copa de lágrimas, en la cual se refleja el corazón del Sol?…Ningún dios ha muerto sin llorar…como los hombres…

Del libro: Rubén Darío

José María Vargas Vila