LA ESTÉTICA APOCALÍPTICA DE “ARS MORIENDI” DE HORACIO PEÑA*

La Vigencia de Ars Moriendi y otros poemas

Por Nydia Palacios Vivas
Ponencia presentada en el Simposio Internacional
“Rubén Darío”, León, Nicaragua, 2018.
¡La Muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia
ni ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia.
Es semejante a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella
y lleva una guirnalda de rosas siderales.
En su siniestra tiene verdes palmas triunfales,
y en su diestra una copa con agua del olvido.
A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.
                                               (Darío, Rubén “Coloquio de los Centauros”
                                                Prosas profanas. Los Cisnes y otros poemas
                                                Gómez Plancarte, p. 219)
La vida es una muerte que viene
(Jorge Luis Borges)
La muerte ha sido un tema recurrente en la poesía de todos los tiempos, su insondable misterio conduce al hombre a la angustia cuando ha perdido
toda esperanza de resolver sus preguntas existenciales. Dice Darío:
Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra.
El existir es un presente fugitivo, nosotros dejamos de ser, somos parte de la muerte: ¡Oh cómo te deslizas, edad mía!, dijo Francisco de Quevedo.
La verdad será cualquiera,
lo preciso es el instante
que se va.
                  (Manuel Machado)
Estos poemas sintieron dentro de sí mismos la inexorable fugacidad de la mundana existencia. Se ha considerado a la vida como un camino, como el viaje o peregrinación hacia la muerte. La angustia ante la nada se agudiza cuando sabemos que debemos partir. El gran problema existencial: la vida como un sueño, como lo afirma Calderón de la Barca en boca del príncipe Segismundo en el monólogo de La vida en sueño.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
En Ars Moriendi de Horacio Peña, premio de Poesía Internacional Rubén Darío en 1967, al conmemorarse el primer centenario del nacimiento del poeta nicaragüense, nos presenta una visión apocalíptica de la muerte que tiene como pivote central “La danza de la muerte” de la Edad Media. Este macabro poema surgió a raíz de la peste negra que asoló a Europa dejando miles y miles de cadáveres.
El pesimismo vital recorre todo el poema. Palpamos el sabor amargo del que no espera, el estado emocional que permite captar la auténtica situación del hombre, condenado a nunca superar el tránsito definitivo de la muerte. Se transparenta en los versos una angustia existencial.
Muchos poetas han visto la muerte como una liberación piadosa. Charles Baudelaire estuvo dominado por un disgusto hacia la vida y siente que solo Dios puede liberarlo, pues ya nada espera ante el implacable Cronos. Horacio Peña, con notable acuidad, se revela como un gran humanista, angustiado por la vida, las preguntas sin respuestas, el desamparo y soledad del hombre, el dilema existencial, el ser humano acosado por la incertidumbre de una mañana sin esperanzas, ante el avance vertiginoso de una época donde la tecnología sofoca y destruye los valores humanos.
En este mundo alucinante, el hombre como muñeco de feria transita y deambula un camino con los ojos secos, sin luz, sin esperanzas, absorbido por la sempiterna lucha entre el bien y el mal.
Siempre buscando a Dios entre la niebla, diría Antonio Machado:
Yo voy soñando cominos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero…
-La tarde cayendo está-.
La idea del camino y la del viaje no es exclusiva de Machado, varios poetas
consideran que estamos aquí de paso y que cada día caminamos hacia el final de nuestros días. El poema de Machado es filosófico y, aunque trate de guerras y destrucción, la idea es la misma: la muerte inevitable. Ya lo dijo Jorge Manrique en las celebres “Coplas a la muerte de su padre” en estrofas de pie quebrado:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo después, de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros, medianos
y más chicos,
allegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
A la muerte como igualadora la concibe Horacio Peña en Ars Moriendi, quinientos años después de Manrique. El poeta proyecta una visión caótica de un mundo asolado por las dos guerras mundiales. Peña hurga en lo más recóndito de su ser y recurre a las páginas de la historia universal para mostrar la violencia que ha azotado a la humanidad desde el principio de los tiempos. El poema, a través de sus páginas, como si fuese una especie de prosa narrativa que se aparta de la estética, el yo lírico se dirige a un tú que vive enajenado, sobreviviente de la bomba atómica, perseguido por el fantasma de la muerte. No obstante, es un creyente, un ser religioso que no se resigna a ser exterminado, pero que no puede hacer nada:
No había cambiado en tantos años
era la misma,
era el mismo sexo de fruta seca
que habían conocido los hombres de todas las edades
el mismo gesto lúbrico y lascivo
que detuvo el movimiento del hombre en las cavernas
mientras dibujaba sus bisontes
y sus desnudas castas figuras danzantes,
la misma que está conociendo el hombre de los rascacielos
y de los refugios subterráneos contra los ataques nucleares. (29)
En este poema está presente la filosofía existencialista. Es preciso releer algunos conceptos de los notables filósofos existencialistas, que opuestos a la idea de que la elección moral implica un juicio objetivo sobre el bien y el mal, han afirmado que no se puede encontrar ninguna base objetiva y racional, para defender las decisiones morales y que la angustia lleva a la confrontación del individuo con la nada.
El filósofo Heidegger afirma que el hombre debe encontrar un camino propio, sin la ayuda de modelos universales y, ante la imposibilidad de encontrar una justificación por la elección que tiene que tomar, se produce la angustia como resultado. Asimismo, Albert Camus proclamó que Nietzsche no mató a Dios, sino que lo encontró muerto en el alma del pueblo y de su tiempo y más que un crimen, es una contestación. El hombre se haya sumergido en la más terrible orfandad, aterido y bajo un cielo vacío (Serrano p.6). El filósofo alemán sostenía que, en ciertos estados espirituales, místicos, poéticos y místicos, se puede tocar la verdad, aunque sea tangencialmente y no mediante la construcción de la razón. Afirmó que la moral es relativa, en oposición a Kierkegaard (cuyo ataque moral convencional lo llevó a defender un cristianismo radical e independiente) proclamó la muerte de Dios y rechazó toda la tradición moral judeocristiana a favor de los heroicos ideales paganos.
Somos más libres que nunca y podemos lanzar
la mirada en todas direcciones, no percibimos
el límite por ninguna parte. Tenemos esa
ventaja de sentir alrededor de nosotros el
espacio inmenso, pero también un vacío inmenso
(Urtecho, p.13).
Ahora bien, Kierkegaard resaltó la ambigüedad y lo absurdo de la condición humana. El individuo tiene que estar dispuesto a desafiar las normas de la sociedad, en nombre de la mayor autoridad de un tipo de vida auténtico en el orden personal. Abogó por un cambio de fe en el modo de vida cristiano que, aunque incomprensible y lleno de riesgos, era el único compromiso que según creía podía salvar al individuo de la desesperación.
Dice Álvaro Urtecho:
Estamos, pues, situados frente a las aberturas
del universo, pero somos finitos.
Terriblemente finitos…nuestra propia finitud
concreta, nuestra contingente naturaleza de hombres
de carne y hueso, nos lanza a la búsqueda del infinito. (p. 13).
El poema Ars Moriendi está dividido en:
1-La Danza de la Muerte.
2-El Triunfo de la Muerte.
Frisos con arqueros escondidos: Cordero, León Águila y Pez
y Retrato de un desconocido.
Me referiré a La Danza de la Muerte, la cual deriva exactamente de la terrible peste negra: se trata del final inevitable que nos cobijará a todos, que nos tomará por sorpresa. Según la creencia cristiana, tendremos una vida donde no reinará el miedo, como una especie de recompensa. Todos los seres humanos temen ese terrible momento y la muerte los envuelve en su danza macabra donde nadie se escapa.
Afirma A. Deyermont que tiene sus raíces en el siglo XIV europeo:
The European Dance of Death seen to begun in the fourteen century, and relate to the great pessimism of the late Middle Ages, which has a variety of causes including the economic and demographic collapses by the Black Death (…)
En la Danza de la Muerte de Horacio Peña, es el poeta quien contempla la escena escatológica en un escenario nuevo (p. 68)
Rubén Darío había afirmado en “Dilucidaciones” de El Canto Errante: “Solo el Arte vence el espacio y el tiempo”. Peña invierte el significado y le llama: Ahora sé que solo Ella
vence el espacio y el tiempo.
No hay luz al final del túnel, la máquina del tiempo nos demuestra que una nueva amenaza se cierne sobre la tierra, miles han muerto en Chernóbil, otros con el uso de los drones; así mismo, las guerras bacteriológicas se acrecientan día a día y los tiranos del momento rocían con ácido pueblos enteros, exterminando a todos los que se les oponen. Nada ha cambiado, nuevos tipos de armas en esta época del siglo XX y las primeras décadas del XXI; la tecnología del momento inventa cada día nuevas formas de matar.
Dice Horacio Peña:
Con instrumentos nunca vistos
inventados para tocar la nueva música
que es muy antigua y muy moderna
una mezcla de todas las danzas
pero con sabor a nuestro tiempo.
El intertexto dariano del poema “Yo soy aquel” expone la visión de un poeta lleno de pesadumbre ante el momento que estamos viviendo, porque somos finitos y cada instante que pasa nos acerca al fin inevitable del encuentro con la parca. En estos versos se transparentan los versos de “Canto de guerra de las cosas” de Joaquín Pasos cuando lleguéis a viejo, si es que llegáis a viejos o el Canto temporal de Pablo Antonio Cuadra. Ahora la “Danza de la Muerte” vibra con el bossa nova, el rock and roll y de una infinidad de ritmos que nos conmina a seguir bailando:
No somos una generación de sangre,
sino la generación de la máquina
la generación del lubricante y del carburador
de la tarjeta que se marca sobre otra máquina.
Se usan máquinas de exterminio como el uso de la bomba atómica para la destrucción masiva de todo lo que nos rodea:
las contracciones y dilataciones de la enorme vulva de la Muerte
siempre en constantes duros espasmos y orgasmos
abriéndose cerrándose
aprisionando
perdiéndolos en los amarillentos rojizos pliegues
de las membranas de su sexo
al Homo Erectus
al Homo Sapiens
y a todos los otros que están viviendo ya esta Muerte
-el Homo Atomicus-
y a todos los que serán descubiertos
bajo sus civilizaciones del hierro y del acero
y de la química y de la bioquímica.
Todos ellos llorando y gimiendo
escondiéndose detrás de las máscaras
olvidando que ahí donde esté el cadáver
se juntarán también las águilas.
Todos luchando contra Ella
y Ella sola contra todos
levantándose como un inmenso proyectil
en una llanura desierta, rocosa. (p. 30)
El horror expresado aquí escapa a toda imaginación tenebrosa, invento deleznable creado por la ciencia, experta en la aniquilación rápida y certera de los seres humanos, hecatombes provocadas por el afán del dominio del hombre sobre el mismo hombre. La palabra águila nos remonta al instante terrible de la bomba lanzada por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki del archipiélago de Japón, cuando millares de personas fueron aniquiladas por la bomba atómica que precipitó el fin de la Segunda Guerra Mundial. La muerte, siempre implacable sobre el hombre, nos hace recordar aquel poema de César Vallejo “Los heraldos negros”:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Esta escena escatológica podemos vincularla con las escenas espeluznantes que describió Dante en la Divina Comedia. El poeta italiano con una intuición asombrosa dejó un legado de indiscutible valor para la humanidad. No obstante, “Todavía hay salvación”. El nacimiento del cordero y su muerte revivida en el rito católico:
El sacrificio del cordero divino, quien nos dio su cuerpo para que los tuviéramos como su propia comida, con su sangre derramada en el altar del sacrificio, se ofreció al hombre para nacer de nuevo:
…ahora naces con tu cuerpo sin heridas.
Conservando solo una
para que todos sepan que eres el mismo león
cazando bajo los olivos (p. 43).
Estamos llamados a ese encuentro que es la esperanza de unirnos al cosmos, a ver el TODO, el que camina sobre las aguas que nos amó, quien dijo que venía a darnos vida y vida en abundancia.
Llamo sentido cósmico la afinidad, más o menos
confusa, que nos liga psicológicamente al TODO
que nos envuelve. La existencia de ese sentimiento
es indudablemente y tan antigua como el origen del
pensamiento. El sentido cósmico debió nacer tan
pronto como el hombre se encontró frente a la selva,
el mar, las estrellas y desde entonces se manifiesta
su huella en todo lo que experimentamos de grande
y de indefinible, el arte, la poesía, la religión (…).
Somos parte de la totalidad del Universo. Somos
Uno con la totalidad del universo y de que tenemos un destino
común que a todos nos aguarda. En el fondo de
nosotros mismos se nos presenta a través de una
especie de desgarro, un interior en el corazón
mismo de los seres. Ello es suficiente para que este
interior se imponga como existente en todas sus
partes y desde siempre en la naturaleza (Pierre
Teilhar de Chardin, en Bruno Candelier, p 33).
El destino común de que nos habla Teilhar de Chardin es la muerte, pero el hombre creyente espera un mundo nuevo, gracias a la bondad del supremo creador. Y esta convicción propicia seguridad y armonía.
…y el deseo de potencias la energía creadora
hacia la comprensión de lo viviente y la unión
con lo divino mismo como lo alcanza la creación
teopoética. La huella divina en el cosmos es una
intuición de la conciencia a la luz de lo divino,
una huella de lo divino o una creación de la
divinidad. (Candelier, ídem)
Según Heráclito de Efeso, todo proviene del TODO y todo vuelve al TODO.
Este planteamiento lo asumieron los estudiosos de la mística, la metafísica, y la espiritualidad en la cultura universal. Dijo Heráclito que el ser humano está dotado de una energía divina, interior y esencial, y esa condición era el atributo mas importante que podían tener los seres humanos, en atención a lo que esa energía implicaba, para el desarrollo de la inteligencia y sensibilidad; a esa energía divina, a esa potencia de la inteligencia la llamó Logos. El hombre ha abusado de ese Logos y en el altar de la ciencia, el ser humano, como el cordero sacrificado en los altares, ha roto la naturaleza con invenciones fatídicas que se encaminan al exterminio del hombre:
La naturaleza tiene sus leyes
Y no hay que ir contra ellas, decían:
si una cosa es posible en la teoría
y si ninguna ley científica se opone a ella,
La realizaremos tarde o temprano
La historia reciente en la segunda mitad del siglo XX nos ha dejado honda huella con la creación de los vuelos espaciales, la conquista de la Luna, el sacrificio de la perra Laika y la glorificación del Colón del espacio, el ruso Yuri Gagarin a un costo de millones de dólares, no para paliar el hambre de los pueblos, ni para el progreso, sino con vuelos millonarios como el de las naves Apolos que costaron millones y el Apolo 11 que costó bastante, como lo dijo el poeta Leonel Rugama. El peligro sigue latente. Asimismo,
nos dice el poeta Peña:
Aquí no queda nada
Ni piedra sobre piedra
Ni hueso sobre hueso (p. 40)
Ahora bien, el símbolo del pez renueva la fe en la vida pese a la amenaza inminente de
…la Muerte, propiciada por seres diabólicos y
ante esta amenaza buscar refugio en otros lados
porque la patria es pequeña, aunque uno grande
la sueña y te vas con tu familia, a otra parte
dejando para siempre el odiado y amado país.
El eterno drama del exiliado, del éxodo masivo que es una constante en la Nicaragua de ayer y de siempre:
Reirás acostado en el techo de tu cuarto,
pensando lo que harías en ese día,
a esa hora, en algún otro país (p. 48)
Se va pensando que en la pequeña patria
han agrandado
sus riquezas
y fortunas personales
en el nombre de la patria.
Y el exiliado sabe que nadie lo recordará. En su memoria estará siempre aquel árbol, el café donde se reunía con sus amigos para conversar sobre poesía, sobre teatro, sobre pintura, sobre cine y ahora está prisionero, en el cuarto del hotel viendo desde la ventana, repitiendo aquel verso de Alfonso Cortés Un trozo de azul tiene mayor intensidad que todo el cielo,
y el poeta sabe que no puede hacer nada y se sentirá más unido al Uno, porque somos uno con la totalidad del Universo y de que tenemos un destino común que a todos nos aguarda:
…y esa convicción propicia seguridad y armonía y el deseo de potenciar la energía hacia la comprensión de lo viviente y la unión de lo divino mismo como lo alcanza la creación poética. La huella divina en el cosmos es una institución de la conciencia a la luz de lo divino, una huella de lo divino una creación de la divinidad (…).
La esencialidad de las cosas no se capta con los sentidos corporales, sino con los sentidos interiores, y el número uno de los sentidos es la intuición (ídem).
Y agrega el estudioso dominicano:
Los grandes creadores han sido producto de la intuición y toda creación con valor y sentido se ha intuido y vivenciado tanto en el campo de la ciencia del arte y en el ámbito del mundo pragmático. Cuando Freud fue felicitado por su descubrimiento del inconsciente dijo que esa felicitación no debía ser para él, pues los primeros que descubrieron el inconsciente fueron los poetas. Y es verdad, desde ante de Freud, los creadores de poesía habían explotado el inconsciente a través de las imágenes del mundo interior de la conciencia o de las figuraciones metafóricas y simbólicas de los arquetipos de la memoria cósmica (ídem, p. 77).
Y ese es el gran mérito del poeta Horacio Peña que, gracias a ese don espiritual, a esa intuición cósmica, ha presentado su mundo interior, del cual emerge esa imaginaria escatológica que si bien tiene su precedente en el texto de Las danzas de la Muerte de época medieval, ese gran tema de la finitud del ser humano, se vincula a la lecturas del libro del Apocalipsis, para recordarnos como dijo Jorge Manrique, refiriéndose a la muerte del rey don Juan y de los infantes de Aragón así los trata la Muerte como a los pobres pastores de ganado. El temor a esa partida de la cual nadie se escapa, una constante en los grandes creadores, solo se supera con la fe en el paraíso que el Salvador del Mundo nos ha prometido.
Resumiendo, Ars Moriendi es una advertencia y una denuncia de la destrucción del hombre por el hombre “el hombre es el lobo del hombre”, que con sus máquinas infernales, aniquila a moros y cristianos en todas las épocas. Peña con el empleo de un lenguaje hiperbólico, con numerosas citas de Rubén Darío, de Alfonso Cortés, de los filósofos existencialistas Kierkegaard, Camus, Nietzsche, nos recuerda que “todavía hay salvación” a pesar del tono pesimista que impregna todo su poema.
Finalizo con este bello poema de Víctor Hugo:
Yo estaba frente al mar, una noche de estrellas.
Ni una nube en el cielo, ni en el mar una vela.
Mis ojos escrutaban fijos el mas allá.
Los montes y los bosques y toda la natura
eran interrogantes, confuso murmullo,
las estrellas del cielo, las olas del mar.
Las estrellas de oro, legiones infinitas
con sus voces distintas de miles de armonías
decían, inclinado su luciente esplendor
e igual mente las olas, que nadie ha domeñado,
decían encrespando la espuma de sus crestas.
-es el Señor, es Nuestro Señor Dios- (39).
REFERENCIAS
Arellano, Jorge Eduardo (1997). Literatura nicaragüense.
Managua: Distribuidora Cultural.
Darío, Rubén (1967). Poesías completas. Madrid: Aguilar.
Edición del Centenario del nacimiento de Rubén Darío.
Darío, Rubén (1967). Cantos de vida y esperanza. Los cisnes
y otros poemas. Madrid: Aguilar.
Candelier, Bruno Rosario (2016). La dolencia divina. Santo
Domingo, República Dominicana: Editorial Ateneo Insular.
Cuadra, Pablo Antonio (1992). El nicaragüense. Managua:
Editorial Hispamer.
Domínguez, José M. (1996). La danza de la Muerte. Estudio
E interpretación. La Prensa, “La Prensa Literaria”.
Palacios, Nydia (2002). Acotaciones al “Coloquio de los centauros”.
Managua: Nicaraguan Academic Journalist. 3.2. pp. 63-74.
Palacios, Nydia (2007). Nuevos asedios a Rubén Darío. Managua.
Editorial 400 elefantes.
Palacios, Nydia (2018). Las voces del viento de Horacio Peña. Lengua.
Edición de los noventa años de la fundación de la Academia
Nicaragüense de la Lengua. Managua: PAVSA.
Peña, Horacio (2016). Voces del Exilio-Antología de Escritores
Nicaragüenses. Tampa, Florida: Edición Cougar Connections Art.
Edición y Selección de José Antonio Luna
*De la obra: Letras centroamericanas: apuntes para su estudio.
De la doctora Nydia Palacios Vivas.
Primera edición, Managua.
Academia Nicaragüense de la Lengua, 2019.