¿DE QUÉ MURIÓ RUBÉN DARÍO?

Por José Antonio Luna
¿Fue Rubén Darío víctima de mala práctica médica?
¿Murió Rubén Darío de cáncer en el estómago?
¿Murió Rubén Darío de cáncer en el colon?

Las últimas horas de Rubén Darío (Metapa, 1867-León, 1916) fueron un verdadero martirio. El panida tuvo una agonía prolongada y dolorosa. El poeta sufrió terribles dolores horas antes de exhalar el último suspiro mientras dos doctores perforaban su abdomen y punzaban su hígado en busca de la supuesta cirrosis. Pero: ¿DE QUÉ MURIÓ REALMENTE RUBÉN DARÍO?
A la luz de la medicina moderna, cuando el rayo láser hace maravillas en la zona más recónditas del cuerpo humano y cuando un simple examen de sangre revela mágicamente enfermedades; el caso inconcluso acerca de la muerte del poeta nicaragüense debe ser analizado concienzudamente por un panel de expertos para comprobar: ¿qué posibles enfermedades le causaron la muerte? a los 49 años.
También habrá que investigar a fondo con los recursos técnicos actuales si, en los procedimientos que le practicaron en el hígado para extraerle liquido acuoso, hubo quizás mala práctica médica.
No se puede seguir creyendo a ciegas y repitiendo “como loro”, que Darío murió de cirrosis hepática por el uso y abuso del alcohol como se acepta; porque así lo diagnosticaron doctores que fueron juez y parte. Estos doctores que dictaminaron cirrosis fueron los mismos que le practicaron laceraciones en el hígado.
La vida y la muerte de Darío fue de novela, una historia de una vida trágica que interpretó magistralmente Edelberto Torres al titular su libro: La dramática vida de Rubén Darío. En esos días del romanticismo en decadencia, del existencialismo y hedonismo de Parnasianos y Simbolistas la bohemia era considerada inherente al artista; todavía la adicción al alcohol no era llamada alcoholismo. Morir de alcoholismo u otro adicción- como sucedió con Edgar Allan Poe, Verlaine y otros famosos “malditos” que morían suicidándose, en accidentes o de una sobredosis era la regla para un bohemio. Morir prematuramente de un padecimiento “vulgar” como el paludismo, la tifoidea, parasitismo o de tuberculosis, era una muerte poco digna de un bohemio.
Por lo tanto, fue más lógico inventarle a Darío un alcoholismo que era enfermedad de bohemios que aceptar que pudo haber padecido de infección de hemorroides, tuberculosis o algún cáncer de estómago causado en ese entonces por el desconocido Helicobacter pylori (H. pylori) la bacteria que inicialmente origina gastritis y finalmente el cáncer del estómago.
A finales de 1915 a Darío, le diagnosticaron tuberculosis en Guatemala y desde joven era aquejado de problemas de los nervios y depresión además de serios trastornos digestivos.
Existen versiones encontradas sobre las causas de la muerte de Darío. El poeta pudo haber sido erróneamente diagnosticado con cirrosis en 1916. Y hasta pudo sufrir algún envenenamiento alimentario porque en sus últimas semanas de vida en Nicaragua-Managua y León- estuvo en un ambiente insalubre y fue sometido a rigurosos ayunos que lo debilitaron y quedó predispuesto a sufrir septicemia.
La versión del supuesto padecimiento de cirrosis se ha venido repitiendo desde la muerte del bardo, pero este dictamen no estuvo respaldado por diagnósticos médicos de una autopsia independiente.
Los órganos extraídos a Darío después de su muerte en lugar de ser preservados para futuros exámenes fueron trofeos por lo que hubo peleas entre las partes que querían quedarse con el corazón y el cerebro del genio.
¿Dónde quedaron el corazón y el cerebro de Rubén Darío?
¿Y su hígado fue enterrado con el resto de su cuerpo?

RUBÉN DARÍO HIZO LARGOS VIAJES EN BARCO EN PRECARIAS CONDICIONES
Según investigaciones del dariista Gustavo Adolfo Montalván Ramírez, Darío cruzó el Océano Atlántico catorce veces. Otros historiadores darianos hablan de doce viajes de Darío por el Atlántico. Con estos datos sobre los viajes de Rubén Darío en barcos desde un lado al otro del atlántico, sin incluir su viaje a Chile en el Océano pacifico definitivamente que parte de su vida la pasó a bordo de barcos, sin que se conozca detalladamente los días que estuvo en los buques de pasajeros y carga construidos a finales del siglo XIX.
Los registros de esos años antes de 1900 de naves mercantes, porque no viajaba en barcos exclusivamente de pasajeros, son escasos desconociéndose el estado de sanidad de los camarotes y los alimentos que se servían a los viajeros o pasajeros.
¿Qué comía Darío en esos barcos mal olientes e incomodos?
¿Qué licor bebía en esos viajes a veces con turbulencias de la mar?
¿Era salubre el agua que se tomaba en los barcos?
Darío visitó muchas ciudades durante su corta vida y estos viajes fueron constantes en sus últimos diez años de vida. En sus estadías en diferentes ciudades, ingirió variedad de alimentos, era un gourmet además de ser un consumidor de whisky, vino, ron y cerveza. Era un adicto a las pastas y las salchichas, los aderezos; alimentos que ocasionaban intoxicaciones frecuentemente porque no eran bien manejados-higiénicamente-y eran causantes de muertes prematuras por disentería y trastornos digestivos-colitis-y otras afecciones del sistema digestivo y respiratorio.
LA AUTOPSIA
En el libro “Homenaje de Nicaragua a Rubén Darío”, Darío Zúñiga Pallais, insertó una crónica del periódico El Imparcial donde hay detalles de cómo fue descuartizado el cuerpo de Rubén Darío y quienes fueron los doctores que intervinieron en la autopsia. Autopsia que no fue ratificada por otros médicos.
¿Es creíble totalmente esta versión de El Imparcial acerca de la autopsia? Claro que no. No, a todas luces es parcializada, porque se asegura como causa del deceso la cirrosis, cuando Darío pudo morir de cáncer en el estómago, infección en la vesícula, un paro cardíaco posterior al procedimiento o de paro respiratorio.

Dice la Autopsia:
8 de febrero de 1916.
La autopsia del cadáver revistió un carácter puramente privado, asistiendo a ella únicamente, como ejecutantes de la operación, los doctores Luis H. Debayle y Escolástico Lara; como testigos, los señores Andrés Murillo y Joaquín Macias; y como notario que autorizó el acta, el doctor Enoc Aguado.
La operación comenzó a la una y media de la mañana y terminó a las seis, cuando los resplandores del sol cantado en una prosa juvenil por el mismo penetraban por las ventanas entreabiertas.
Espanta la operación al que no la haya presenciado. La cuchilla del médico, cebándose en el cuerpo desnudo, recorría ágilmente las partes vulnerables. Tendido cuando largo era, blanquísimo, Rubén ya no sintió la punzada en la carótida; se desangró en varios minutos.
Luego fueron destrozadas las clavículas y siguiendo la línea para abajo, hasta el costado, se desprendió la parte anterior de la caja del pecho. Como una tapa fue levantado el esternón, junto con la piel doblándose y descansado en el rostro…Quedo al descubierto la parte interior del estómago, con sus vísceras. Las manos enguantadas de los médicos, hundidas en el agua que lavaba el estómago, comenzaron la tarea con agilidad. Y fueron desprendiendo intestinos, pulmones, hígado, venas, filamentos, riñones…
Los pulmones estaban intactos, lo que vino a desbaratar el diagnóstico de los médicos de Guatemala, que declararon tuberculoso a Rubén.
El corazón apareció con una ligera capa grasosa, lo que más tarde hubiera originado complicaciones serias. La aorta estaba ensanchada. Los riñones buenos. El hígado adolecía de cirrosis atrófica, con principio de degeneración. Hubo derrame peritoneal.
El hígado estaba reducido a las dos terceras partes de su volumen. Apareció algo sólido, sin pus y sin lesión alguna. La punción que practicó el doctor Debayle no dañó la importante víscera, pues no se notó lesión visible.
En el acta suscrita por los médicos, se comprobó el diagnóstico del doctor Debayle, quien desde un principio declaró que el paciente padecía de cirrosis, y atacó rudamente la declaración de que padecía de tuberculosis.
El color del hígado era blanco amarillento.
El eminente medico metropolitano no quiso destrozar el cerebro de Rubén, porque no padecía ni de dolor de cabeza.
El corazón lo conservará Debayle. Un riñón fue donado a la Universidad.
Después de la autopsia, se embalsamó el cadáver. La piel quedó marmórea después de los masajes, el rostro de una belleza que causó admiración en todos.
Presentaba una sonrisa suave y extraña, como de indiferencia ante el dolor de la muerte. En el reloj de bolsillo que conservaba Rubén durante su enfermedad, las manecillas apuntaban a las diez y 15 minutos, cuando el dueño lanzó el postrer suspiro.
Uno de los que estaban en la estancia, inmediatamente rompió la cuerda de la máquina que fue entregada a la familia.
Allí quedará el reloj de Rubén, indicando la hora trágica hasta que el tiempo lo destruya. Señalará con X y las tres ies para que la historia recoja su gesto hierático y solemne.
El imparcial
Tomado del libro:
Homenaje de Nicaragua a Rubén Darío
De Darío Zúñiga Pallais
León, Nicaragua C.A. 1916
Tip. G. Alanís, León. Edición Facsimilar
Ediciones del Museo Archivo Rubén Darío, 2008.
Posterior a esta descripción de la autopsia entregada a los medios de ese tiempo para la publicación, el doctor Debayle le practicó otra cirugía a Darío. esta vez en la cabeza para extraerle el cerebro. Órgano que causó una disputa entre el galeno y familiares del poeta que reclamaban para ellos ese órgano.

HEMORRAGIAS Y AGUDOS DOLORES DEL ESTÓMAGO E INTESTINOS
Después de leer esta macabra historia sobre la autopsia del cuerpo de Rubén Darío vale la pena introducir algunos detalles del libro
Los últimos días de Rubén Darío, del periodista Francisco Huezo amigo del poeta y con quien compartió en Managua semanas antes de su muerte.
En el capítulo III de su libro, habla Huezo de su tercera visita a Rubén Darío que estaba hospedado en la casa de su cuñado Andrés Murillo en la ciudad de Managua a la que había llegado procedente de León en tren después de desembarcar en el puerto de Corinto, Chinandega.
El texto fechado el día 18 de diciembre de 1915, dice en la parte referente a la salud del poeta:
“6 de la tarde. El poeta tiene gran fiebre y fatiga. Una sábana blanquísima cubre su cuerpo. El estómago hinchado. Sus manos queman”.
Darío cuenta algunos detalles sobre el diálogo con su amigo el poeta Manuel Maldonado quien lo visitó ese día…El cansancio en fuerte y no puede continuar”.
En el capítulo IV con fecha 19 de diciembre escribió Huezo: “Darío ha pasado mala noche. Ansiedad, retortijones, náuseas, hemorragia intestinal. Su estado es delicado. Tiene 38 grados de temperatura. Tres médicos de la calidad están en consulta: los doctores Emilio y Enrique Pallais y Jerónimo Ramírez.
“Los médicos después de examinar a Darío aconsejaron inyecciones de Emetina”.
Según manuales médicos esta sustancia derivada de la ipecacuana es un alcaloide que fue utilizada para la amibiasis: “La emetina se usó como amebicida sistémico de acción directa. Al igual que la deshidroemetina alguna vez utilizó ampliamente para combatir la amibiasis intestinal invasora y grave y la amibiasis extraintestinal, pero ha sido sustituida por el metronidazol que tiene la misma eficacia y es más inocuo”.
De aquí surge la primera pregunta:
¿Qué enfermedad padecía realmente Rubén Darío? ¿Una amebiasis? Enfermedad muy común en la época por la insalubridad de los alimentos.
En otra parte del mismo capítulo escribió Huezo:
“El estómago le ha crecido un centímetro más. Los médicos le aconsejan también que tome cholagogue. Darío le dijo: He pasado mala noche. Creo que ha sido víctima de las drogas”.
En el capítulo V con fecha 21 de diciembre Huezo da detalles bien importantes para deducir la gravedad de la enfermedad de Darío y su sufrimiento.
“Esa mañana el poeta había sido visitado por “el sabio” Miguel Ramírez Goyena. Cuando se fue Ramírez Goyena recibió a Huezo.
“Tiene fiebre de 39 grados. Con frecuencia lo atacan nauseas. Sé le ve mucha fatiga. Habla con trabajo”.
Le dice Darío:
-Me siento fatal. Fatal ya lo ves. La noche ha sido pésima. Tengo fatiga una desesperante fatiga. Por otra parte, estas náuseas y este dolor en el estómago. Mucho tormento. Además, lo agrio del paladar, estos gases ácidos me desesperan-. Se apresura a comer un pan de magnesia que está sobre el velador, al alcance de su mano”.
En este mismo capítulo Huezo hace referencia a un comentario que le hizo Rubén Darío sobre su vida: “Las cosas que me suceden son consecuencias naturales del alcohol y sus abusos. También de los placeres sin medida. He sido un atormentado, un amargado de las horas. He conocido los alcoholes todos: desde los de la India y los de Europa hasta los americanos, y los rudos y ásperos de nicaragua, todo dolor, todo veneno, toda muerte. Mi fantasía, a veces, hace crisis, sufre la epilepsia que produce ese veneno del cual estoy saturado. Me siento entonces agresivo, feroz, con instinto de destruir, de matar. Así me explico los grandes asesinatos cometidos por el licor”.
En el capítulo VI fechado el 25 de diciembre de 1915 -Navidad- Narra Huezo que visitó a Darío para saludarlo y ver su estado de salud.
“El enfermo pasó buena noche con una poción de cholagogue que se tomó y durmió algo pese al ruido de las bombas y cohetes de la nochebuena”. Pero “el abdomen le ha crecido un centímetro”. ¡Felices Pascuas! le digo. Y le doy un abrazo.
Le dijo Darío: “Acabo de leer a Enrique Ibsen el viejito portentoso. Son interesantes sus dramas “Cuando resucitemos y Juan Gabriel. Tiene frases que condensan mi doloroso destino y que quiera fueras escritas a los pies de mi lecho en momentos de morir. Porque te digo con sinceridad, yo creo que he venido a Nicaragua solo a morir. No le tengo miedo a la muerte. ¡Que me importa que venga!”.
En el capítulo VII fechado 26 de diciembre de 1915. Escribió Francisco Huezo: “Enfermo e imposibilitado como está, pide, no obstante, platos fuertes. Pollo, arroz, tallarines, queso, pan”. _ “quiero un buen plato, buena sopa, quiero comer bien” dice Darío.
También reclama a su esposa Rosario Murillo que lo atiende, que le haga pastelillos y que se los sirva con una copilla de Champagne. “Estoy desesperado de tomar solo líquidos”.
Esta afirmación del poeta es vital para entender porque pensaba que iba a morir y como se iba debilitando por falta de nutrientes. Actualmente uno de los métodos para la recuperación de los enfermos son los alimentos, para la energía que necesita el cuerpo.

El 6 de enero de 1916, exactamente a un mes antes de la muerte de Darío, el periodista Huezo en el capítulo XI de su libro, escribió sobre su amigo y compañero de juventud: “El poeta se resuelve al fin a que le hagan una operación…va a ponerse en manos de la cirugía que él ha combatido tanto”.
En la casa hay mucha gente porque llegan a despedirse las amistades porque el poeta se va a León, reina la agitación.
Huezo narra aquí una conversación que tuvo con la suegra de Darío. Huezo: “Hablo con la madre política de Darío”.
-ha resuelto, me dice ella, marcharse a León. Va a aquel lugar para que los vean los médicos y tal vez para operarse. Yo no estoy de acuerdo con ese pensamiento. De igual manera opina mi hija Rosario. Pero él así lo desea, y no hay que contrariarlo. Parece que lo han sugestionado influencias que desconozco.
¿Que quiso decir la madre de Rosario Murillo con esta afirmación de que “lo han sugestionado influencias que desconozco”?
¿Por qué había el interés de llevarse a Darío de Managua hacia León?
Sigue narrando Huezo; “Me lleva al cuarto del enfermo…Al verme este, me habla de la necesidad de un nuevo examen médico.
-Te repito lo que te he dicho más de una vez. No creo en los médicos. Me sucede lo de Quevedo: desconfió de ellos. Veremos lo que dicen aquellos doctores. Me acompañará Luis Debayle que ha venido expresamente a llevarme.
Huezo: “Rubén Darío viajó el 7 de enero a la ciudad de León, acompañado de su esposa Rosario Murillo, el doctor Luis H. Debayle, un amigo y dos sirvientes”. Inmediatamente que llega a León se hacen los preparativos para operarlo.

LA OPERACIÓN MORTAL, HEMORRAGIAS HEMORROIDALES
8 de enero. “Hoy sábado fue operado en León, Rubén Darío. Llevó la cuchilla el doctor Luis H. Debayle, auxiliado de su colega el doctor Escolástico Lara. Lo operaron para extraerle el agua del estómago. Aplicó el trócar el primero de los facultativos y le extrajo catorce litros de suero. Incontinenti practicaron la autoserapia.”.
Cuenta Huezo, que durante varias semanas Darío seguía grave con intervalos de claridad mental, accesos de furor, fiebre alta…delirios. “Habla poco. El alimento que se le da es líquido. Se le ha recrudecido su afectación hemorroidal. Hace cámaras de sangre abundantes, sangre negra. Los médicos hacen al parecer caso omiso de este detalle. Siguen en su diagnóstico firme: el hígado”.
En uno de esos días, narra Huezo que Darío tuvo un fuerte altercado con el doctor Debayle y hasta quiso agredirlo con un vaso. Estaba verdaderamente furioso. –“Yo no quiero que ustedes me asesinen no he venido a eso, y me defenderé…al oír la novedad, ocurrió gente de las casas vecinas, principalmente artesanos que tienen idolatría por el poeta…” colérico dice este a Debayle: “Lo que tú quieres hacer conmigo es aumentar el número de tus víctimas”.
Francisco Huezo da detalles valiosos para creer con bastante certeza de que fueron problemas gastrointestinales los que afectaban al poeta. El líquido en el abdomen o ascitis es causado generalmente por cáncer de colon o de páncreas. También por cáncer en el tracto gastrointestinal, como el cáncer de estómago y de intestinos. Y todos los síntomas de la ascitis los padecía Darío desde que se agravó. Aunque es seguro que estos problemas comenzaron años antes debido al exceso de comidas grasosas y la ingestión excesiva de licores, especialmente el vino.

Capitulo XXI. LA OTRA OPERACIÓN.
Aquí habría que preguntarse:
¿Por qué el doctor Luis H. Debayle sometió a Rubén Darío a una nueva operación? si sabía que éste padecía de cirrosis y dicha enfermedad era incurable. ¿Por qué no valoró la opinión de los otros doctores que no estaban de acuerdo con este nuevo procedimiento “salvaje” que aceleraría la muerte del paciente como ocurrió? ¿Por qué insistió Debayle en operar a Darío sabiendo que estaba débil y viviendo en condiciones favorables para infectarse?
Narra Huezo:
“Darío ha mejorado. Su enfermedad sube y baja como las olas. Reacciona brevemente su naturaleza hasta quedar la temperatura en dos quintos. El poeta hace proyectos. Ya no sufre delirios. Los médicos Debayle y Lara resuelven efectuar una nueva operación. Siempre han creído que la enfermedad radica en el hígado. Suponen que tiene pus. Oyen el parecer de otros dos médicos: los doctores Juan Bautista Sacasa y José Godoy. Después de un examen minucioso, estos últimos opinan que no hay pus. A pesar de esa opinión, Debayle determina operarlo con Lara”.
Se niega el poeta; pero le hacen reflexiones. Se opone también la esposa, pero le dicen, que eso va a mejorarlo y que si no le hacen esa operación no responden por su vida.
“MI ENFERMEDAD NO ESTÁ EN EL HIGADO”
Por su parte Darío dijo: “Mi enfermedad no está en el hígado. Mi enfermedad es mi antigua colitis. Siento en el bajo vientre como una placa de fuego. Ataquen ustedes el desorden hemorroidal y estaré bueno: no lo descuiden. En la sangre que arrojo se va la vida. Mi hígado está sano. No me duele. Nada tengo en él”.
¿Tenía la razón Darío? Nunca se sabrá si no se reabre el caso de la muerte del poeta.
Dejemos por ahora los relatos interesantísimos de Francisco Huezo para introducir otros detalles que aportan otros autores sobre la salud mental y física de Darío antes de agravarse y morir en León de Nicaragua.

SUCULENTAS COMIDAS Y CHAMPAÑA DESDE JOVEN
En su autobiografía, siendo apenas un joven de 17 años, Darío cuenta un episodio ocurrido en El Salvador, después de una entrevista con el presidente Rafael Zaldívar, acciones que marcarían su vida para siempre porque todos sus biógrafos recogen este suceso como ejemplo inicial de la bohemia permanente del poeta: “Me despedí-del presidente Zaldívar- Cuando llegué al hotel, al poco rato me dijeron que el director de policía quería verme. Noté en él y el dueño del hotel un desusado cariño. Se me entregaron quinientos pesos plata, obsequio del presidente. ¡Quinientos pesos plata! “Macarroni, moscato espumante, artistas bellas…Era aquello, en la imaginación del ardiente muchacho flaco y de cabellos largos, ensoñador y lleno de deseos, un buen comienzo parte tener una buena posición social …Al día siguiente por la mañana estaba rodeado de improbables poetas adolescentes, escritos en ciernes y aficionados a las musas.”.
Valentín de Pedro en su obra “Vida de Rubén Darío” se refiere a un episodio similar al narrado por el poeta, pero acaecido en Nicaragua cuando el presidente Zavala ordenó hospedar al “poeta niño” en un hotel con gastos pagados por del gobierno. Dice de Pedro: Las cuentas presentadas por el Hotel Nacional, donde se alojaba el poeta como huésped oficial, debieron suscitar comentarios y murmuraciones; eran la prueba de que el joven Rubén no solo se regalaba con los platos más suculentos, sino que, hacia un excesivo consumo de bebidas, entre las que se contaba con preferencia, el champaña.
Darío, con estas acciones, marcaba el derrotero de su imagen del futuro.

BRONQUITIS ALCOHÓLICA
En “Tierras Solares”, (Edición de la Asamblea Nacional de Nicaragua, 2015) el profesor de la Universidad de Sevilla, Noel Rivas Bravo, en la presentación de esa edición; de entrada, nos habla de un viaje de Rubén Darío de Paris a las costas de España en busca de salud.
“Por las cartas de Juan Ramón Jiménez sabemos que Darío salió de Paris el 30 de noviembre-finales del otoño- de 1903 con destino a Málaga pasando por Marsella, Barcelona y Madrid. Esta es la tercera vez que el poeta visita España y la primera que recorre Andalucía. El motivo de su viaje es una bronquitis aguda de origen alcohólico, imposible de curar en el clima frio y húmedo de París, por lo que los médicos le han aconsejado trasladarse al sur en busca de sol y de temperaturas más cálidas”.
Esto demuestra que ya para 1903, cuando el poeta solamente tiene 35 años cumplidos ya tiene problemas bronquiales.
Se sabe ahora que la bronquitis llamada antes alcohólica, es una afección que es provocada mayormente por problemas estomacales y que son los gases del estómago que suben al esófago y la tráquea debido a la gastritis, los que causan inflamación en muchos casos de los bronquios. Ya en esos días Darío presenta crisis nerviosas, más directamente crisis depresivas agudas. Después de visitar varias ciudades andaluzas y Tánger en África, Darío no se recupera de su tristeza. Está en Málaga “pero el ánimo del poeta apenas mejora, incluso llegó a pensar que no soportaría permanecer en la ciudad mucho tiempo” (Presentación de Tierras solares página 12).
Y entre los intelectuales se habla de un Rubén Darío neurótico y con problemas estomacales producto de su adicción a los manjares, carnes y las bebidas espirituosas.
¿Qué estomago resiste tanta comida y alcohol? le diría a Darío algún médico ahora. Podemos agregar ¿Qué nervios resisten tanto desvelo?

DARIO INCANSABLE CREADOR
Ahora, quiero introducir datos que me parecen esclarecedores para desmentir el mito de un Darío entregado a la bohemia.
Luis Alberto Cabrales, uno de los vanguardistas nicaragüenses, en su obra “Breve Biografía de Rubén Darío” publicada en 1964 dice en un párrafo muy valioso: “Y mientras pasan los años y van cayendo en dorada cosecha los versos que formaran sus dos poemarios de la madurez: Cantos de Vida y Esperanza y el Canto Errante, vive de sus colaboraciones a La Nación: Crónicas de viajes, criticas literarias, ardua y sostenida labor de numerosos volúmenes que desmiente la leyenda de su perenne ebriedad y negligencia”.
Los detractores, los oponentes literarios de Darío, destacados escritores españoles y americanos crearon como dice Cabrales la leyenda de un Diario en perenne ebriedad, de allí que lo más fácil era endilgarle la cirrosis como motivo de su muerte.
Y para reforzar su formidable defensa del poeta, Cabrales, transcribe declaraciones de Vargas Villa quien fue compañero de vida de Darío por un buen tiempo: “Vivía de su correspondencia a La Nación, con decoro, con dignidad, con seriedad. Darío no fue nunca-al menos cuando yo lo conocí-el bohemio profesional que muchos se gozan en pintar. Era atento, ceremonioso, hospitalario; tuvo siempre su casa abierta, y su mesa servida para sus amigos; si hubiera sido adinerado, habría sido el más esplendido de los anfitriones”.
En algunas fotos Rubén Darío a los cuarenta años, ya se puede apreciar a un poeta obeso, con vientre abultado. Son fotos que revelan a un Darío que va de banquete en banquete, a un bardo comelón además de adicto a los alcoholes.
LA DEPRESIÓN
Es 1896, diez años antes de su muerte, a los 39 años, ya Darío siente el efecto de las fiestas en su físico y en su ánimo. En una carta fechada en Buenos Aires, Argentina y dirigida a su amigo Luis Barisso, el poeta se queja de sentirse enfermo-está en su plenitud literaria, pero los excesos ya minan su salud- y filosóficamente acepta su realidad: Ya era tiempo de que vinieran desgracias. El lado color de rosa de la vida se había repetido demasiado. Comenzó el lado gris, o negro, con estas fiestas seguida que me han causado un sinnúmero de males físicos y un sinnúmero de penas morales. Desde que no nos vemos hasta hoy, mi cerebro ha estado a punto de estallar, mi sangre a punto de paralizarse, dolores, desmayos, una calamidad. Luego, el inmenso hastió que ve hasta la misma muerte como un refugio. (Cartas desconocidas de Rubén Darío, pág. 151.Edicion de la Academia Nicaragüense de la Lengua, año 2000)
A partir de esa fecha Darío, cae y se levanta, ya sus problemas físicos van minándole seriamente su salud.
Habría que preguntarse: ¿Esa sensación de sentir el cerebro estallar, no son subidas de la presión sanguínea? ¿? ¿Y los desmayos, bajones repentinos de la glucosa? Lógicamente esos cuadros de tristeza no eran más que crisis de ansiedad y depresión, que se agudizaban con el desvelo y las preocupaciones existenciales. Ese miedo de Darío a lo desconocido que lo atormentó desde joven con el paso del tiempo se volvió más frecuentes y perturbadores.
LA INTOXICACION ALIMENTARIA DEL POETA
Aunque ahora algunos biógrafos quieren hacer aparecer a Rubén Darío como un amante del gallo pinto nicaragüense, la realidad es que el poeta en su autobiografía habla de afición por la carne y la pasta. También nos habla de su interés en los mariscos y los dulces.
Veamos entonces que comía Darío en Europa y Argentina, donde vivió la mayor parte de su vida, aunque el gran vacío de su dieta está en la falta de información.
¿Qué consumía durante sus largos viajes de América a Europa y viceversa? Según parece Darío fue poco a poco refinando su gusto hasta convertirse en un verdadero Gourmet, aunque no siempre podía comer muy bien debido a sus crisis económicas frecuentes.
Ya como poeta el joven Rubén Darío destaca en su autobiografía que en su etapa chilena todo era novedoso porque fue su primer contacto fuera del círculo de amigos centroamericanos: “La impresión que guardo de Santiago, en aquel tiempo, se reducía a lo siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa para poder vestirme elegantemente como correspondía a mis amistades aristocráticas”.
En otras palabras, el poeta comía mal, sacrificando su alimentación por la vestimenta.
Ya famoso, en su etapa gloriosa, en sus días en Buenos Aires, trabajando como periodista de La Nación-Darío siempre trabajo pese a sus recaídas de salud por sus problemas estomacales, sus excesos báquicos-el poeta nos habla de su adicción a la comida en el capítulo XLI de su autobiografía: “Otra hospitalidad del buen humor que me acogiera por esos días fue la del excelente amigo Ronquad. Allí rendiamos tributo a la gula, con platos suculentos que solía dirigir el dueño de la casa”. En esos días Darío se rodeaba jóvenes que aspiraban convertirse en escritores o poetas, muchos de ellos bohemios que morirían prematuramente como Darío, pero sin la fama y la gloria del vate nicaragüense.
Darío abusa de la comida como de las bebidas espirituosas-nepentes-para fortalecer su espíritu temeroso y su neurastenia que le pasa a los pocos años factura cuando vive intensamente en su etapa parisina…
En “Historia de mis libros” Darío, hace referencia a ese miedo que desde niño lo acoso…al hablar del poema “La página blanca”: ¡Ah, nada ha amargado mas las horas de meditación de mi vida que la certeza tenebrosa del fin; y cuantas veces me he refugiado en algún paraíso artificial, poseído del horror fatídico la muerte! Y es julio de 1913 cuando el poeta publica estos textos ha estrado ya a su recta final y no tiene reserva para autocriticarse y hablar de los secretos de sus inspiraciones.
En “Rubén Darío Un bardo Rei”, Arturo Capdevilla, da detalles de unas de las crisis -síndrome de abstinencia-de Darío, donde para recuperarse ingería grandes cantidades de whisky con soda. “Muchos calificados testigos hay de su lucha heroica y vana, así como de sus terribles caídas. Lo mas lúgubre, como lo refiere don Mario Santa Cruz, eran las crisis de miedo. Entonces “se lanzaba del lecho gritando y señalando por los rincones, donde, según él, había fantasmas que lo perseguían con sus extraños guiños”.
A Lugones le dijo una vez, erizado de espanto: – ¡Lugones! ¡He visto la rata!
Para esos casos “era indispensable-sigue diciendo el nombrado autor-la botella de whisky con el sifón de agua de Seltz”.
Pocos autores se han atrevido a revelar las oscuras y mezquinas intenciones de los promotores de Darío en su etapa final en Francia. Aunque son detalles dolorosos, voy a reproducir parte del capítulo XVI del libro “Rubén Darío” del novelista y amigo del poeta José María Vargas Villa quien irónico pero real dice:
Era en 1913
“El barnumismo insaciable no cesaba de explotar la gloria del poeta…con el objetivo de dar vida a varias empresas literarias, a las cuales el daba su nombre después de su regreso de América se hacia el reclamo-pago-en forma de banquetes, a tanto el cubierto…Y, se le banqueteaba, a todas horas, en todas partes, con todos los motivos. Y él se dejaba llevar mansamente, de Café en Café, de restaurante en restaurante, de mesa en mesa, como resignado a morir en manos de sus exhibidores sobre los manteles de un banquete, rodeado de camareros y coronado de menús; estos banquetes por suscripción y precios económicos, satisfacían mas el apetito, la vanidad de la califa ultraoceanica , de aquellos que se llamaban sus discípulos, los cuales, por el modesto precio de cinco francos, hallaban la ocasión de poder contar en periódicos de sus terruños, que habían comido con el Poeta, y casi todos añadían a eso, la crueldad de dispararle sin provocación ninguna, de su parte, un brindis en prosa o verso-casi siempre era esta ultima el arma elegida-que hacía enrojecer de vergüenza las cercanas aguas del Sena, y hacia reventarse las bombillas del alumbrado, como protesta de la electricidad con la innoble maculación de la palabra”.

Dice Vargas Villa que los verdaderos amigos de Darío no asistían a esos banquetes que utilizaban el “nombre del Aeda, como una marca comercial, para la literatura de exportación…”.
A mí solamente me queda la reflexión de que a Darío lo siguen banqueteando los exhibidores de su genio.
Finalmente: La pregunta sin respuesta es:
¿De qué murió realmente Rubén Darío?

Tampa, Florida, Diciembre 2020