LAS DIFERENTES FACES DEL AMOR DE ANA ILCE Y DE SU INNATA TRISTEZA Y SOLEDAD

Por Guillermo Menocal G.
(1978)
 En 1978 el poeta y escritor nicaragüense, Guillermo Menocal G, escribió un comentario sobre el libro “Las Ceremonias del Silencio” de la poetisa y Miembro de número de La Academia Nicaragüense de la Lengua, Ana Ilce Gómez (1945-2017). Hoy, como un homenaje a su memoria, lo publicamos, acompañado de una foto tomada en casa del escritor Juan Aburto, el día de San Juan, en 1974. En ella aparecen de izquierda a derecha: Yolanda Blanco, Guillermo Menocal y Ana Ilce Gómez.
Ana Ilce Gómez nació en Masaya, Nicaragua, en 1945. Hasta ahora su único libro publicado es LAS CEREMONIAS DEL SILENCIO: COLECCIÓN AHORA No.2, Ediciones EL PEZ Y LA SERPIENTE, Managua, Nicaragua, 1975. 47 poema reúne este libro, dividido en 5 secciones: LA HILANDERA DEL VIENTO, MALVA Y ORO, A LO MEJOR SOY OTRA ANDANDO AL ALBA, LOS ARCOS DE ASOMBRO, y VIDA VIVA.
Dentro de las voces femeninas nicaragüense, Ana Ilce es sin lugar a duda, una de las mejores, o tal vez la mejor poetisa que ha tenido Nicaragua, no sólo por su contenido humano, profundidad y drama, sino también por su forma y su estilística poética. Es auténticamente dueña de una voz muy original, de una voz que nace y se desarrolla a través de su experiencia íntima, arcana, sufrida, llena de soledad, de desengaño y de amor. Es una poesía para recordarla siempre porque nos conmueve su condición humana. Ana Ilce es una hilandera de versos. En sus poemas no hay balbuceos ni experimentos, por el contrario, vemos en ellos una gran madurez y seriedad que están presentes a lo largo de toda su obra poética.
¿Ana Ilce nació con ese dolor, con esa soledad y esa tristeza o, acaso fueron los golpes del amor, de la vida misma, que la convirtieron en esa alma sensitiva y sufrida que denotan sus poemas? Tarea complicada ésta tratar de explicar cuál fue lo primero, cuál lo segundo. Es posible que ella haya nacido con ese algo de soledad y tristeza y que la vida misma y el amor hayan desarrollado en su corazón ese mundo poco común y extraño. En su poema CALLE DE VERANO nos describe a una tarde donde hay “Una sombra como de anciana que pasa/dejando un viento de tristeza/El tiempo que transcurre/El alma que se pone del color de la tierra/… La lluvia que no cae./Sólo la vida como un animal muerto/tendido bajo el cielo”. Pero no es la tarde en sí lo que le causa esa tristeza; es su estado de ánimo que tiene casi siempre un estilo de soledad, amargura y tristeza. Hay un dolor interno en su corazón que la mueve para conservar esa tristeza, ese sufrimiento. Así mismo, “esta mujer que poseyó a pleno sol/la sombra” dice que “el tiempo hizo de mí lo que quiso:/Una dicha fluyendo como el agua,/Un manantial de sangre solitaria. (EL TIEMPO Y SUS HECHURAS). Aquí su soledad es muy explícita y ella nunca la esquivará porque ese es el mundo que le pertenece y se aferrará a él con todas sus fuerzas.
En el poema EL VERANO ES DE FUEGO, su corazón está representado par un pájaro de alas apagadas, un pájaro que aunque canta está atrapado por el tiempo o el verano donde no hay lluvia (marzos, abriles, mayos) y su canto se deshace en viento y ni siquiera el recuerdo de la lluvia, que alimentará a su alma de tristeza, alienta su vida, apenas mece su corazón porque la lluvia es una de las causas que deleita y purifica a su tristeza, trayéndole dicha y satisfacción. Veamos:
 
 El pájaro canta entre Marzos.
Entre desolados Abriles canta..
Bate las alas apagadas
Llama a la lluvia lejana,
pero el viento se lleva sus palabras.
El tierno canto de norte a sur
atraviesa el verano.
El verano es de piedra, no se conmueve.
El verano es de fuego, nunca se apaga.
Pero el pájaro canta,
piensa en Mayo
mientras un íngrimo recuerdo de lluvia
mece su corazón.
ESTA TARDE, es un poema con ese mismo sabor lúgubre. Casi en todos sus poemas, la tristeza y el desasosiego está presente. El amor lleva de la mano a la tristeza o viceversa. “Mi carne espesa” (mojada por la lluvia)/”ciega de alegría”. Pareciera que en el sufrimiento, en el dolor, en la tristeza, en la lluvia, está el placer y la dicha, su gran amor:
Esta tarde en que la lluvia cae
mis huesos crujen.
Mi carne espesa,
ciega de alegría
husmea sobre pálidas hierbas
la cercanía del amor.
Escucha su llamado
rompiendo con violencia el aire,
mientras en la agotada tarde
mi húmedo corazón espera.
Nótese en todos sus poemas antes mencionados los vocablos: Tiempo y Lluvia, cómo éstos van unidos a un estado de ánimo lúgubre y solitario.
“El tiempo que transcurre”. “La lluvia que no cae”. “El tiempo hizo de mi lo que quiso: “Una dicha fluyendo como el agua. Un manantial de sangre solitaria”. (Marzos, Abriles, Mayo=tiempo). “Llama a la lluvia lejana”, “un íngrimo recuerdo de lluvia”. Todos estos versos son la clave del nacimiento o el advenimiento de la tristeza y de la soledad que le causa una honda inspiración llena de dicha y de felicidad.
LAS FACES DEL AMOR.
“Ahora frente a este dolor supremo” y a esta buena tristeza, nos encontramos ante las diferentes faces y fases de su amor parado en seco. El amor intenso y extenso de Ana Ilce (ya este nombre en sí nos resuena en el oído como una invención poética), golpea nuestra mente y nuestros sentimientos se abren para escuchar a una mujer que ama, sufre y no claudica. Ella se sostiene en el centro del amor y está consciente del nacimiento de éste; ella sabe que le arrancará la sangre y su honra fúnebre. Ella misma nos dice que:
EL AMOR VIENE CONMIGO
Desde lejanos tiempos el amor viene conmigo.
Como un gato silencioso
me viene persiguiendo a través
de tardes hueras y cenagosos días.
Alguna que otra noche
he escuchado su ronroneo suave
y mi tacto ha sentido la uña fiera
haciendo averiguaciones;
preguntando a mi piel
qué sed padece mi sangre,
el dónde de mis sueños,
el por qué de mis huesos.
Desde lejanos tiempos el amor viene conmigo.
Irá conmigo.
Arrasará mi sangre
y un buen día
escribirá en las arcadas de mi vientre
mi canto de gloria,
mi honra fúnebre.
y ese amor que viene con ella unas veces sale triunfante, entonces los versos surgen severos y aplastantes, con aires irónicos, amparados por el difícil oficio de la poesía (su arte no fue inútil): “Yo he militado no sin gloria/en las lides del amor/y mi obra no podrán destruirla/ni las lluvias persistentes,/ni la perenne marcha del tiempo./Porque mi arte no fue inútil/ni siquiera contigo,/contigo que jurabas no conocerme/pero que un día llenaste/la ciudad entera con mi nombre”.
En el poema ESTOY SOLA AHORA, podemos ver que hubo una entrega sincera, sin condiciones, por parte de ella, pero al no ser comprendida ni apreciada, abandona al amado quien tardíamente se da cuenta lo que ha perdido y, al querer éste rectificar su error, ella implacable, rechaza las ofertas del desgraciado que, ahora humillado persigue un amor imposible. Leamos:
Estoy sola ahora, pero él ronda mi vida afuera.
Das vuelta alrededor de mi cuerpo.
Sé que estás ahí.
Sé que siempre has estado en tu pequeño estrado
bajo el sol, esperando a que yo salga
-contra viento y marea, rabioso y terco
aguardando la hora de mi amor-
Pero sé que estás ahí donde no estoy,
donde nunca – mi vida – he estado
donde jamás me buscaste ni te hallaste
para trocar tu victoria en mi derrota y mi muerte
en tu vida.
Ahora das vuelta alrededor de mi cuerpo.
Ahora estoy sola.
Muy lejos de donde tú, en mi eterna búsqueda
golpeas irrefrenablemente la puerta gritando con
toda tu alma: “¡Sé que estás ahí!”.
Donde no hay ya claridad
ni huella alguna que te salve.
Otras veces su poesía está llena de desesperación y dolor. Ella es la víctima del amor y su dolor nace en medio de su infelicidad. Así en su poema ENCUENRO, ella le muestra “sus rodillas laceradas, su sombra coja y su vestido de novia ya vestido” a la muerte, quien le dice sonriendo y amenazante “que ese era el aguinaldo de su tuerce,/que el de ella ya vendría”. O en el poema TEATRO, por ejemplo, donde se encuentra muy sola debido a que sus amados se han marchado y se siente “una mujer ahogada en agonías”. Esta forma de teatro de la vida (“donde ha tenido felicidad en una que otra escena”), la conduce a la miseria. En el poema, PIEDRA DE SACRIFICIO, cuando se refiere a el ”canto” (a quien ella dio vida), quiere decir Amor, y nuevamente este amor le causa pena, dolor, y sufrimiento que tendrá que soportar como un Sísifo condenado:
Yo di vida a este canto.
y heme aquí reducida a polvo.
Desvencijada,
rota,
hambrienta.
Yo lo tuve dolorosamente,
le di vida y me mata,
como cuervo me saca los ojos.
Al final me llevará
a la piedra,
al sacrificio
donde he de soportar el hierro
que merezco.
y cuando ella se siente dominada por el amante, aunque quiera no puede escapar, no puede liberarse de su ardiente amor, porque “la voz de él es como un canto de sirenas” (el que oyó el osado Ulises) que le dice “que después de él/ya no he de tocar/ningún otro/paraíso”. (CUANDO SE OYE LA VOZ DEL AMOR).
En la Sección LA HILANDERA DEL VIENTO, hay una serie de poemas amorosos que se mueven en el tiempo: Pasado-Presente. EL OTRO DÍA ESTÁ AQUÍ, es ejemplo de un poema magnífico donde la poetisa recuerda a su gran amor, la juventud en otra edad y en otro tiempo. Cuando jóvenes los dos se entregaron apasionados y ahora en esta otra edad de madurez y reflexión no queda más que recordar con mucha añoranza y melancolía, un pasado precioso, la satisfacción implícita en el poema de conservarse unidos a través del tiempo y los años que por sus vidas han pasado; así mismo, ese percatarse de perder poco a poco el brío de la juventud y de la belleza:
Nadie diría que hemos envejecido. Nadie sabe
cuanto tiempo ha pasado.
El, todavía tiene cabellos oscuros
en las sienes, aquellos cabellos largos café negro
que como cortinas le caían en la frente.
Es joven. No parece un hombre de 50 años,
ni yo una mujer de 45. Ayer
por la calle alguien me preguntó
por nuestros hijos. No los tenemos.
Sólo tuvimos un precioso jardín con la estatua
de Dalai-Lama en el centro
y una fuente en la que él y yo nos
asomábamos con el agua clara formando pequeños
remolinos que giraban
hasta hacernos perder la cabeza. Por allí
pasaba el verano y el invierno. El polvo que
venía del norte diciendo cosas tristes
y luego los charcos que se secaban, recordándome
sus años y los míos.
Hoy quizás un trofeo de caza vale más para él
que un beso mío. Yo me he retirado de aquel
dulce paisaje de la vida. He olvidado la
suave cortina de sus cabellos cayéndole en la frente,
y por el antiguo jardín miro pasar las densas
polvaredas, es el oro me digo-
Y luego los charcos que se secan -es la edad-.
¡Ah! pero yo fui una chica de 20 años que
plácidamente soportaba el amor y el tiempo!
Finalmente, cito 2 poemas breves que aparecen en la sección: A LO MEJOR SOY OTRA ANDANDO AL ALBA. Ambos poemas parecieran epitafios. El primero, EL BLANCO SIGLO, es un epitafio (digamos así) de un amor compartido toda una vida por dos amantes. “El pequeño fuego que prendimos/el lugar en que caímos/y el inmenso mundo que construimos”, son caminos por donde transcurrió una pareja enamorada, hogareña, feliz y reposada y que ahora descansa en una paz amorosa:
Nada sobrevivirá a nuestras vidas,
sino el pequeño fuego que prendimos.
Nada marcará el lugar en que caímos,
sino la lágrima sola del amado.
Nada destruirá al inmenso mundo
que construimos,
sino el soplo del viento.
El segundo, INSCRIPCIÓN A LA ORILLA DEL CAMINO, es un epitafio de un amor más profundo y en carne viva. Un amor que ni la muerte misma puede exterminar. Un amor nacido y cosechado por la memoria de un brutal triunfo definitivo y perenne. Un amor, en fin, que ni el mismo olvido se atreve a incomodar; es decir, esa conquista amorosa es capaz de detener a cualquier viajante y confesarle que aún bajo su tumba donde
yace dormida, su amor sobrevive, renaciéndose; renovándose en fuego purificado de amor:
Oh pálido viajante,
tú que haces alto a mitad del camino
acércate a mi tumba.
Mira, toca la desmoronada corona
de mi júbilo. Y recuerda
que aquí duermo yo.
Yo que un hermoso día triunfé
en el amor y que esta triste tarde
no puedo sobrevivir al olvido.