POR JOSÉ ANTONIO LUNA

Por fin el bicentenario de Baudelaire, un poeta que me libera de esa carga nefasta de los millones de muertos en estos meses de tedio y de sufrimiento; porque Baudelaire, ese eso mismo, liberación de tanta penuria, de tantos miedos y lamentos.
Charles Baudelaire, el patriarca de los poetas malditos, nació en Paris un 9 de abril de 1821 y murió en Paris, a los 46 años, el 31 de agosto de 1867.
“Baudelaire es con toda justicia el iniciador de la poesía moderna. En sus obras vertió la experiencia dolorosa de su vida, pero no directamente, como lo habría hecho un lirico puro. La traspuso en sus poemas, muchas veces simbólicos. Es un artista poderoso, impresionable, refinado e inquieto, de gusto decididamente moderno, que mezcló en su inspiración la obsesión de la muerte, la sensualidad y el misticismo”, escribió Francesc L. Cardona en la presentación de Las Flores del Mal.
Baudelaire está vigente porque su legado es el reflejo de la vida miserable con mucha frecuencia observamos en el metro de Paris, en el metro de New York, es los basureros de latinoamericana, en los gastos millonarios en unos pocos mientras miles de niños se infectan para morir prematuramente. Baudelaire está vigente porque tras él, Théophile Gautier, Paul Verlaine…que irremediablemente llegaron a Darío que “potente” se incrustó en la juventud Latinoamérica.
“Del malditismo como destino inevitable para todo artista que quiera salirse de las pautas al hastío como condición intrínseca a la vida, del paseo por la ciudad como práctica filosófica a la crítica de arte como ejercicio poético, todo estaba ya en la obra del poeta francés. Dos siglos después de su nacimiento, la sombra de Baudelaire, el primer poeta moderno, se alarga hasta nuestro tiempo. Artista demasiado joven en un siglo viejo, en el que todo parecía ya dicho, dejó una huella imborrable en la cultura europea.” (El País-27 de marzo 2021)
Baudelaire es el autor de obras como: “El Salón de 1845”, “El Salón de 1846” o la póstuma “El Arte Romántico (L’art romantique)” (1868). Como ensayista destaca con “Los Paraísos Artificiales (Les paradis artificiels)” (1860), libro centrado en el universo sensorial en base a experiencias con alcohol, opio y hachís.
Pequeños poemas en prosa conocidos como El Spleen de París (1862). Pero su obra cumbre es “Las Flores Del Mal (Les fleurs du mal)” (1857).
Para disfrutar de la vigencia de Baudelaire, dos de los seis poemas prohibidos de “Las Flores del Mal” y una trilogía a los gatos.

LESBOS

Madre de los juegos latinos y los deleites griegas,
Lesbos, donde los besos, lánguidos o gozosos,
calientes como el sol, frescos como los melones,
son el adorno de noches y los días gloriosos;
madre de los juegos latinos y de los deleites griegas.

Lesbos donde los besos son como cascadas
que sin temor se arrojan en los abismos sin fondo,
y corren, entrecortados de sollozos y risas,
tormentosas y secretos, hormigueantes y hondos;
!Lesbos donde los besos son como las cascadas!

Lesbos, donde las Frinés se atraen una a la otra
donde nunca un suspiro se queda sin un eco,
de igual que Pafos las estrellas te admiran,
!y Venus con razón puede sentir celos de Safo!
Lesbos donde las Frinés se atraen una a la otra,

Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas,
que hacen que, en sus espejos, ¡estéril deleite!
las niñas de ojos hundidos, enamoradas de sus cuerpos,
acarician los frutos maduros de su virginidad,
Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas.

deja fruncir el ceño del austero Platón;
obtienes tu perdón del exceso de besos,
reina del dulce imperio, tierra noble y amable,
y de refinamientos por siempre inagotables,
Deja fruncir el ceño del austero Platón.

Obtienes tu perdón del eterno martirio,
infligido sin tregua, a los corazones ambiciosos,
que aleja de nosotros la radiante sonrisa,
!vagamente entrevista al borde de otros cielos!
¡Obtienes tu perdón del eterno martirio!

¿Cuál de los Dioses osará ser tu juez, oh, Lesbos?,
y condenar tu frente pálida por los trabajos,
si sus balanzas áureas no han pesado el diluvio
de lágrimas que en el mar vertieron tus arroyos?
¿Cuál de los dioses osara ser tu juez, oh Lesbos?

¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo e injusto?
Vírgenes de corazón sublime, honor del archipiélago,
vuestra religión es augusta como cualquiera,
!y el amor se reirá del Infierno y del Cielo!
¿Qué quieren de nosotros las leyes de los justo e injusto?

Pues Lesbos de entre todos me ha elegido en la tierra,
para cantar el secreto de sus floridas vírgenes,
y desde la infancia me inicié en el negro misterio,
de las desenfrenadas risas mezcladas con los llantos sombríos,
pues Lesbos de entre todos me ha elegido en la tierra.

y velos desde entonces en la cumbre del Léucate,
igual que un centinela de ojo seguro y penetrante,
que acecha noche y día brick, tartanas o fragatas,
cuyas formas lejanas se agitan en el azul;
y velo desde entonces en la cumbre del Léucate,

para saber si el mar es indulgente o bueno,
y si entre los sollozos que en la roca resuenan,
una noche conducirá hacia Lesbos, que perdona
el cadáver adorado de Safo, que partió
! para saber si el mar es indulgente o bueno!

De Safo la viril, la amante y la poetisa,
!por su palidez triste más hermosa que Venus!
– ¡Al ojo azul, derrota el negro que mancha
el tenebroso cerco que trazan los dolores
de Safo la viril, la amante y la poetisa!

-Alzándose más hermosa que Venus sobre la tierra
y vertiendo el tesoro de su serenidad,
y el brillo de su rubia juventud
sobre el viejo Océano prendado de su hija,
!alzándose más hermosa que Venus sobre la tierra!

-De Safo que murió el día de la blasfemia,
cuando, insultando el rito y al inventado culto,
convirtió su hermoso cuerpo en el pasto supremo
de un bruto cuyo orgullo castigó la impiedad
de aquella que murió el día de su blasfemia.

Y Lesbos se lamenta desde entonces,
y, a pesar a los honores que le da el universo,
cada noche le embriagaba la voz de la tormenta
!que lanzan hacia el cielo sus orillas desiertas!
! y Lesbos se lamenta desde entonces!

MUJERES CONDENADAS
Delfina e Hipólita

A la pálida claridad de las lámparas mortecinas,
Sobre profundos cojines impregnados de perfume,
Hipólita evocaba las caricias intensas
Que levantaran la cortina de su juvenil candor.

Ella buscaba, con mirada aún turbada por la tempestad,
De su ingenuidad el cielo ya lejano,
Así como un viajero que vuelve la cabeza
Hacia los horizontes azules transpuestos en la mañana.

Sus ojos apagados, las perezosas lágrimas,
El aire quebrantado, el estupor, la mohína voluptuosidad,
Sus brazos vencidos, abandonados cual vanas armas,
Todo contribuía, todo mostraba su frágil beldad.

Tendida a sus pies, tranquila y llena de gozo,
Delfina la cobijaba con ardientes miradas,
Como una bestia fuerte vigilando su presa,
Luego de haberla, desde luego, marcado con sus dientes.

Beldad fuerte prosternada ante la belleza frágil,
Soberbia, ella trasuntaba voluptuosamente
El vino de su triunfo, y se alargaba hacia ella,
Como para recoger un dulce agradecimiento.

Buscaba en la mirada de su pálida víctima
La canción muda que entona el placer,
Y esa gratitud infinita y sublime
Que brota de los párpados cual prolongado suspiro.

—”Hipólita, corazón amado, ¿qué dices de estas cosas?
Comprendes ahora que no hay que ofrendar
El holocausto sagrado de tus primeras rosas
A los soplos violentos que pudieran marchitarlas?

Mis besos son leves como esas efímeras
Que acarician en la noche los lagos transparentes,
Y los de tu amante enterrarían sus huellas
Como los carretones o los arados desgarrantes;

Pasarán sobre ti como una pesada yunta
De caballos y de bueyes con cascos sin piedad…
Hipólita, ¡oh, hermana mía! vuelve, pues, tu rostro,
Tú, mi alma y mi corazón, mi todo y mi mitad,

¡Vuelve hacia mí tus ojos llenos de azur y de estrellas!
Por una sola de esas miradas encantadoras, bálsamo divino,
De placeres más oscuros yo levantaré los velos
¡Y te adormeceré en un sueño sin fin!”

Mas Hipólita, entonces, levantando su juvenil cabeza:
—”Yo no soy nada ingrata y no me arrepiento,
Mi Delfina, sufro y me siento inquieta,
Como después de una nocturna y terrible comida.

Siento fundirse sobre mí pesados terrores
Y negros batallones de fantasmas esparcidos,
Que quieren conducirme por caminos movedizos
Que un horizonte sangriento cierra por doquier

¿Hemos perpetrado, entonces, un acto extraño?
Explica, si tú puedes, mi turbación y mi espanto:
Tiemblo de miedo cuando me dices: “¡Mi ángel!”
Y, empero, yo siento mi boca acudir hacia ti.

¡No me mires así, tú, mi pensamiento!
¡Tú a la que yo amo eternamente, mi hermana dilecta,
Aunque tú fueras una acechanza predispuesta
Y el comienzo de mi perdición!”

Delfina, sacudiendo su melena trágica,
Y como pisoteando sobre el trípode de hierro,
La mirada fatal, respondió con voz despótica:
—”Entonces, ¿quién, ante el amor, osa hablar del infierno?

¡Maldito sea para siempre el soñador inútil
Que quiso, el primero, en su estupidez,
Apasionándose por un problema insoluble y estéril,
A las cosas del amor mezclar la honestidad!

¡Aquel que quiera unir en un acuerdo místico
La sombra con el ardor, la noche con el día,
Jamás caldeará su cuerpo paralítico
Bajo este rojo sol que llamamos amor!

Ve tú, si quieres, en busca de un navío estúpido;
Corre a ofrendar un corazón virgen a sus crueles besos;
Y, llena de remordimientos y de horror, y lívida,
Volverás a mí con tus pechos estigmatizados…

¡No se puede aquí abajo contentar más que a un solo amo!”
Pero, la criatura, desahogándose en inmenso dolor,
Exclamó de súbito: —Yo siento ensancharse en mi ser
Un abismo abierto; ¡este abismo es mi corazón!

¡Ardiente cual un volcán, profundo como el vacío!
Nada saciará este monstruo gimiente
Y no refrescará la sed de la Euménide
Que, antorcha en la mano, le quema hasta la sangre.

¡Que nuestras cortinas corridas nos separen del mundo,
Y que la laxitud conduzca al reposo!
Yo anhelo aniquilarme en tu garganta profunda
Y encontrar sobre tu seno el frescor de las tumbas!”

—¡Descended, descended, lamentables víctimas,
Descended el camino del infierno eterno!
Hundíos hasta lo más profundo del abismo, allí donde todos los crímenes,
Flagelados por un viento que no llega del cielo,
Barbotean entremezclados con un ruido de huracán.
Sombras locas, acudid al cabo de vuestros deseos;
Jamás lograréis saciar vuestra furia,
Y vuestro castigo nacerá de vuestros placeres.

Jamás un rayo fugaz iluminará vuestras cavernas;
Por las grietas de los muros las miasmas febricentes
Fíltranse inflamándose cual linternas
Y saturan vuestros cuerpos con sus perfumes horrendos.

La áspera esterilidad de vuestro gozo
Altera vuestra sed y enerva vuestra piel,
y el viento furibundo de la concupiscencia
Hace claquear vuestras carnes como una vieja bandera.

¡Lejos de los pueblos vivientes, errantes, condenadas,
A través de los desiertos, acudid como los lobos;
Cumplid vuestro destino, almas desordenadas,
Y huid del infinito que lleváis en vosotras!

TRILOGIA A LOS GATOS

LOS GATOS
soneto
Los amantes fervientes y los sabios austeros
también aman, en su madura estación,
a los poderosos y mansos gatos, orgullo de la casa,
que como ellos son frívolos y sedentarios.

Amigos de la ciencia y la voluptuosidad
buscan el silencio y el horror de la oscuridad;
Érebo los hubiera admitido como sus fúnebres mensajeros,
si pudieran con servidumbre doblegar su orgullo.

Tienen ellos en cuenta las nobles actitudes
de las grandes esfinges recostadas al fondo de las soledades,
que parecen dormir un sueño sin fin;

Sus riñones fecundos están llenos de chispas mágicas,
y polvo de oro, incluyendo arena fina,
llénense vagamente de estrellas sus pupilas místicas.

El Gato
Ven, mi hermoso gato, cabe mi corazón amoroso;
retén las garras de tu pata
y déjame sumergir en tus bellos ojos,
mezclados de metal y de ágata

Cuando mis dedos acarician complacidos
tu cabeza y tu lomo elástico,
y mi mano se embriaga con el placer
de palpar tu cuerpo eléctrico

veo a mi mujer en espíritu. Su mirada,
como la tuya, amable bestia,
profunda y fría, corta y hiende como un dardo

y, de los pies hasta la cabeza,
un aire sutil, un peligroso perfume,
flotan alrededor de su cuerpo moreno.

EL GATO
I
Por mi cerebro se pasea,
lo mismo que por su aposento,
un bello gato, fuerte, dulce y encantador.
que apenas se oye si maúlla,

tan tierno y tan discreto en su timbre;
pero su voz ya se apacigüe o gruña,
siempre es rica y profunda.
Este es su encanto y su secreto.

Esa voz, que brota y que se filtra
en mi interior mas tenebroso,
me llena como un largo verso
y me regocija como un brebaje.

Mis males deja adormecidos
y contiene todos los éxtasis;
para decir las más largas frases,
No necesita palabras.

No, no hay arco de violín que muerda
mi corazón, buen instrumento,
y que haga con mayor majestad
cantar su cuerda más vibrante,

que tu voz, gato misterioso,
gato seráfico, gato extraño
en el que todo es, como en un ángel,
tan sutil como armonioso.

II
De su piel rubia y morena
sale un suave aroma, que una tarde
quedé perfumado, por haberlo
acariciado una vez, nada más que una.

Es el espíritu familiar del lugar;
juzga, preside, inspira
todas las cosas en su imperio;
tal vez sea un hada, tal vez un dios.

Cuando mis ojos, hacia ese gato al que amo
atridos por un imán,
se vuelven dócilmente,
y me miro dentro de mí.

contemplo con admiración
el fuego de sus pálidas pupilas,
claros fanales, ópalos vivos,
que fijamente me contemplan.

JALC-abril 2021