Todo buen escritor es haragán

Susana Iglesias 

Escritora mexicana. Becaria en 2011 del Programa de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, fonca. Ha colaborado en Milenio y en las revistas Domus, Revés, El puro cuento, entre otras. En 2009, ganó el Premio Aura Estrada, el cual le permitió realizar estancias artísticas en Estados Unidos e Italia. Actualmente, imparte talleres de Escritura Creativa en la Universidad del Claustro de Sor Juana, UCSJ y en la Universidad Iberoamericana, UIA.

 La joven escritora Susana Iglesias irreverente, espontanea inquisidora, concedió una entrevista a Raúl Campos donde dice algunas verdades que ventilan entre bastidores escritores y periodistas, usualmente, por eso del prestigio y la imagen. En la entrevista Iglesias no deja títere con cabeza en ese peculiar y agitada diálogo digno de revisarse por su excelente contenido.  Iglesias dio la entrevista con motivo de los preparativos del taller de crónica “La ciudad y sus personajes” que impartió en la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Al respecto, cuenta sus opiniones sobre la amplísima oferta de talleres de escritura que recientemente ha proliferado en distintos lugares — ¿quizá una moda? —, el nivel de preparación de quienes los imparten y sobre lo que realmente se necesita para escribir.
 — ¿Se ha vuelto una moda impartir talleres de escritura de cualquier tipo?
Más que moda, creo que la necesidad, que va desde la torcida necesidad de reconocimiento, hasta la económica, es lo que empuja al escritor a representar una farsa en la que no cree, con la que no está de acuerdo. El hambre aprieta. Es curioso, escritores y escritoras que despreciaban el oficio de profesores o talleristas por considerarlo como “poca cosa” para las “grandes obras” que escriben o para sus filosofías outsider, ahora dan talleres o charlas, en sus declaraciones públicas arremeten contra la enseñanza, todos esos charlatanes y charlatanas jamás pierden la oportunidad de pago. Los mediocres libros que escriben no les dan para sostener estilos de vida que añoran. El escritor está más preocupado por lograr un estilo de vida lo más parecido al rockstar que por comas mal puestas o mal uso de los tiempos, las atmósferas superficiales, artificiosas, son tan predecibles. ¿No te gustaría devolver a la librería las novelas de las mesas de novedades? Algunos escritores deberían indemnizar a sus lectores por la ofensa causada, puedes encontrar en sus libros aspiraciones ridículas, vidas aburridas que llevan a los libros, no se conforman con vivirlas, las escriben, carajo. Un libro no es una chingadera empastada, conozco muchos bodrios empastados en los que gastaron papel de forma obscena. Todo estilo de vida falso es la derrota prematura del escritor, todo ese mito de bohemia que rodea a los escritores es una construcción social asquerosa.
Los escritores sufren, se quejan indignamente porque no tienen trabajo, no el que desean: Jefe del Departamento de Haraganes. No voy a engañarte, creo que todo buen escritor es haragán, pasé más de la mitad de mi vida alternando entre pereza, alcohol y trabajo, levantándome al medio día, ocultándome en empleos nocturnos, miserables. No ambicionaba demasiado, sigo en la misma línea. Me gustan los apartamentos mugrosos, austeros, antes ni siquiera tenía refrigerador, creo que el sillón que compré es una adquisición inservible. Vivo silenciosamente en un apartamento cerca de Garibaldi, lleno de humedad, de muros altos, un sitio en que la hierba no crece, no hay luz tampoco, no escribo desde un estudio amplio con luz, los vecinos tienen perros: eso ayuda. Los perros y gatos convierten la existencia en algo más agradable. Me gusta tumbarme en la obscuridad para releer o leer. En la obscuridad de mi departamento escribo apuntes sobre autores que me interesan, desde ahí se me ocurren todas las clases, necesito tumbarme durante algunas horas para entender qué haré.
 — ¿Quiénes los dan realmente están preparados o sólo tienen ese chance por compadrazgos en las instituciones?
En un país tan corrupto, no me extrañaría que una plaza o una oportunidad la otorguen por contactos, no es mi caso. La decisión de ser profesora no proviene de alguien externo, no tiene qué ver ni siquiera con el dinero, pude regresar a lavar baños o vender gardenias. Siempre puedo regresar, esa es la espina. No doy clases, ni escribo para entretener a nadie, en esa línea escribo apuntes sobre autores desde 1987, era una niña, mis obsesiones estaban cerca de la escritura desde una edad temprana. Revisando unos apuntes de Dostoievski, Shakespeare, Lorca, Bukowski, Crane, Hamsun, London, Artaud, Thompson, Hemingway y Carson McCullers, decidí algo que no imaginé: hablar sobre esos apuntes en clases.
Algunos están más preparados para afrontar un grupo, otros simplemente están perdidos y confunden más a los grupos que tienen a cargo, siguen enseñando bajo métodos tradicionales, pretenden que los alumnos funcionen con historias lineales, insufribles, los incitan para que “vendan” historias, hablan de escribir “para impresionar” al lector, creo que están equivocados, el escritor es muy parecido a un bailarín de danza butoh, no lo sabe, lo descubre muy viejo, cuando es tarde. ¿Cómo demonios vas a explicar qué es una atmósfera o a los formalistas rusos si tú no sabes nada sobre esos temas?, no podría decirte cómo son esos talleres de profesores zafios, sólo tengo la referencia de mis alumnos, son valiosas, sinceras, muchos han escapado despavoridos de algunos maestros y maestras. Entre algunas anécdotas, me contaron sobre dos profesores alcohólicos que no preparaban clase, a los que no respetaban, la pregunta insistente en clase era saber cómo demonios alguien aficionada al vodka y ginebra, lograba llegar sobria a clase o sin rastros de cruda o desvelo, sin ningún olor extraño.
— ¿Qué tipo de personas crees que van a ellos? ¿Realmente salen con conocimiento?
Diversos, en todas las sesiones encuentro buenos lectores, personas que les interesa el oficio, los que están para rellenar tiempo: desertan, en general, no tengo mala fortuna en los grupos: no existe decepción, no espero nada, esperar algo te conduce a decepciones. Conozco al menos cinco casos extraordinarios, uno fuera de serie, tengo un autor muy joven en mis clases, esa arrogancia desmedida que te da la edad le permite vivir a su forma, le gustan los límites, creo que eso se refleja en lo que escribe, con el tiempo podría mejorar o perder esa fuerza, es una decisión que él debe tomar. Todos salen con algo de mis sesiones, rencor o agradecimiento. Tuve una alumna santera que me lanzó un “trabajo”, eso demuestra el grado de obsesión que puede despertar una sesión de escritura en la que todos muestran sus lados torcidos y luminosos. Es curioso, no existen puntos medios conmigo. El conocimiento es un concepto sobrevalorado, igual el talento, no creo en esa basura; creo que todas esas personas al menos salen con algunas lecturas. Trabajo ritmos endemoniados de lecturas y escritura, no todos soportan.
—Algunos de estos talleres dicen también enseñar periodismo, ¿lo logran?
Qué va, lo que logran en enseñar una retahíla de prejuicios como: “si no estás en redes sociales, no existes como periodista”, ¿habías escuchado algo más ridículo?, ¿crees que alguien como Thompson se preocuparía por algo así?, supongamos que vive en esta época, se horrorizaría al escuchar una declaración tan ingenua y hueca.
El periodismo no es para cualquiera, la escritura tampoco, aunque se empeñen en decirnos que cualquiera puede hacerlo, me trago mis palabras, con riesgo de parecer ofensiva: no cualquiera puede escribir, antes pensaba distinto. No es cierto. Sólo los perros con más temple logran algo en la escritura, el temple es algo que puedes aprender con disciplina.
—Algunos talleres también se venden como “literatura contracultural” y similares, ¿qué opinas de eso?
Me dan asco. No tengo opinión acerca de pobres diablos y diablas.
— ¿Realmente existe una oferta buena en los talleres? ¿son pocos los que valen la pena?
Creo que tendría que asistir, es tarde para eso. Muchas sesiones de escritura creativa son aburridos discursos literarios que los profesores aprendieron en la Facultad de Letras. Los talleres que “componen” textos, son como los talleres de bicicletas, sirven de forma artificial, no sirven para nada. Ese es el error más grave, ningún texto está mal o bien, tampoco está enfermo o descompuesto, si un texto necesita “compostura”, busquen un técnico, no un escritor.
Tengo dos grupos de escritura desde hace casi dos años, con personas que escriben honestamente, abriré dos lugares en uno de esos grupos. En el Programa de Escritura Creativa del Claustro de Sor Juana tengo cuatro años, cada módulo es distinto, ya perdí la cuenta de los módulos que he dado, es un buen espacio; el martes próximo comienza uno acerca de la ciudad y sus personajes. En la Universidad Iberoamericana también tengo un espacio en el que imparto Crónica y Escritura Creativa. La Escritura Creativa y la Literatura, son procesos distintos, un estudiante de Literatura no necesariamente tiene bases para escribir textos creativos, están contaminados por la academia rancia. Tengo el privilegio y oportunidad de mezclar las clases con un poco de Literatura Norteamericana, rusa, algunos fieros autores alemanes, polacos, asiáticos como Mishima. Narrativa de Combate es una técnica no-convencional, similar a un ring de pelea en la que los perros con más temple se levantan a pesar de las heridas. No pelean contra otros, pelean contra ellos mismos, abrazando sus obsesiones.
— ¿Qué necesita saber realmente alguien para poder dar un taller chingón?
Conversar. Escuchar. No confundir clases de Literatura con clases de Escritura Creativa. Necesita saber que el escritor no es sólo el tipo rodeado de libros. Eso no es un escritor, sólo un pobre cretino pretencioso lee, compra compulsivamente libros o vive entre libros para “convertirse” en escritor. 
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