HORACIO PEÑA PERIODISTA

Foto: Pablo Antonio Cuadra en La Prensa

Hace 21 años, el poeta Horacio Peña (Managua 1936-), narró para la revista Decenio edición Noviembre y Diciembre de 1999, su experiencia como reportero de el periódico LA Prensa de Managua. Texto- “Para cerrar la edición”- que ahora rescatamos como una prueba fehaciente de esa etapa desconocida del laureado poeta, premio Internacional Rubén Darío, 1967 por su obra: Ars Moriendi y otros poemas.
JALuna/ Editor de www.escritoreslibres.org
Por Horacio Peña
Poeta, ensayista, catedrático
“Soy un hombre que habita la nostalgia y la tristeza”

PARA CERRAR LA EDICIÓN*

– ¿No te gusta el trabajo?
-me pregunta.
Era un viernes por la tarde y el poeta Pablo Antonio Cuadra, PAC, armaba LA PRENSA LITERARIA. Vestía de pantalón blanco y guayabera del mismo color. Por muchos años la guayabera blanca, mangas largas, y el pantalón blanco formaron parte de la personalidad del poeta. Todavía hoy, con sus ochenta y seis años, a sus ochenta y seis años, no es raro verlo llevando la guayabera blanca y el pantalón del mismo color, aunque no con esa frecuencia de antes, un antes de más de treinta y cinco años, que es el tiempo que tengo de conocerlo.
Estábamos en los talleres de LA PRENSA, en la planta baja y él se movía de donde estaban los clichés y los titulares de lo que iba a ser LA PRENSA LITERARIA del sábado, a una mesita en donde se iban armando, tomando forma, las páginas.
– ¿No te gusta el trabajo? – repite.
-Me gusta, contesto, pero sólo traigo noticias de una columna, “pinochos”, digo, y no me gusta que me paguen sin hacer nada.
El poeta sigue tomando lenta y cuidadosamente los clichés y los lingotes de color plomo que son los titulares de los poemas, cuentos, ensayos, que van a publicarse. De vez en cuando pregunta por una foto que dio y cuyo cliché no aparece o se ha extraviado. LA PRENSA LITERARIA era entonces del mismo tamaño del periódico, esto es, de ocho columnas, y no tabloide, como se convirtió después del terremoto de 1972. Había más oportunidad de jugar con las fotos y los titulares en el espacio, en los espacios, eso pienso yo, aunque algunos prefieren LA PRENSA LITERARIA, o LA LITERARIA, así, a secas, como es hoy, tipo tabloide, porque es más fácil de manejar de plegar y desplegar, de coleccionar. De todos modos, siempre fue y sigue siendo una universidad de bolsillo al alcance de todos. Primero bajo la dirección de Pablo Antonio, y ahora con su nieto, el poeta Pedro Xavier Solís, que publica y anima a los nuevos escritores y pintores que llegan, como antes, como siempre, con toda clase de colaboraciones.
Tenía casi un mes de trabajar en LA PRENSA, como reportero de calle, según dicen o decían en la jerga periodística. Yo era malo para encontrar las grandes noticias, no tenía esos contactos, no tenía ningún contacto, ni esa agresividad del reportero que sabe dar con la información y recibir todo el largo de la página. Iba a la policía, a los hospitales, y las más de las veces llevaba una nota roja; crímenes, violaciones, la clase de sucesos que se producen en la policía y los hospitales. Otros traían los reportajes importantes, en lo económico, lo social, como Oscar Leonardo Montalbán acucioso, activo, con un buen olfato periodístico.
Me gustaba ir por la calle, en la calle, y ver gente. La profesión de reportero, la vida del reportero, como la vida misma, como toda la vida, está llena de sorpresas, uno sale a reportear y uno nunca sabe con qué se va a encontrar.
-Calero Orozco deja LA PRENSA y vos te vas a encargar de su sección-me dice. La sección de Adolfo Calero Orozco se llamaba “Vitrina de periódicos” y era seleccionar lo más importante que se publicaba en La Noticia, Novedades, El Gran Diario, Flecha, El Centroamericano, este último de León.
Era, es, como dije, un viernes por la tarde y PAC, como lo llamábamos todos, como lo llamaban todos, armaba LA PRENSA LITERARIA, o LA LITERARIA, así a secas, para que estuviera lista el sábado por la mañana.
Le contesté que si, que el lunes comenzaría con la “Vitrina”. pero en el fondo no pensaba regresar. Me molestaba recibir un sueldo por lo poco que hacía, por las escasas noticias que llevaba. Dejé al poeta aproximadamente a las cinco de la tarde. Salí a la calle de El Triunfo, donde estaba LA PRENSA, mientras el poeta continuaba colocando clichés, titulares. Subía a la avenida Roosevelt. A esa hora las mujeres salían de su trabajo y bajaban y subían la Roosevelt para dejarse ver o hacerse ver y los hombres se reunían en la esquila de la tienda Carlos Cardenal para mirarlas y piropearlas. Admirarlas y admirarlas en el juego y en el fuego de ver y no ver, o pretender no ver y no oír. Todo el fin de semana estuve pensando entre el regresar y el no regresar. Había una promesa de por medio: estar en LA PRENSA el lunes. El poeta, al darme la sección de Calero Orozco, quería estimularme, animarme. Por fin decidí volver.
El lunes por la mañana escribía o preparaba por primera vez la “Vitrina de periódicos”, o sencillamente “Vitrina de periódicos”, sin artículo, que era el verdadero nombre de la sección.
Se llegaba antes de la ocho de la mañana para leer los otros diarios y ver lo que pasaba, y después de una reunión informal con Horacio Ruiz, que era el jefe de redacción y de escuchar sus sugerencias, se salía a la calle para buscar o confirmar una noticia.
Yo salía de mi casa a las siete de la mañana, entraba a la iglesia de Santo Domingo, cogía toda la Quince de Septiembre hasta llegar al Banco de Londres, y luego empezaba a bajar la Roosevelt. Algunas de las tiendas estaban abiertas o comenzaban a abrir, seguía bajando hasta llegar al Parque Central, luego la Calle del Triunfo, y LA PRENSA.
El trabajo de la “Vitrina” me tomaba unas dos horas. A eso de las 10 de la mañana ya se habían ido todos los reporteros y yo era el único que quedaba. Entonces principiaba a llegar la gente a LA PRENSA con una trágica historia: un campesino desposeído de su tierra por un insaciable terrateniente, una mujer golpeada por el marido o el hombre con quién vivía, gente pobre a quien accidentalmente se la había quemado la choza. Llegaban no tan sólo de Managua, sino de Masaya, León, Granada, la Costa Atlántica, venían de todos los rincones de eso que todavía se llama Nicaragua, llegaban a contar su triste historia, dolorosa historia.
Edgar Castillo, conocido como “Koriko” o “korico”, no recuerdo como escribía su seudónimo, uno de los encargados de los deportes, entre otras cosas, estaba cerca de la puerta de entrada y cuando se presentaban los denunciantes, era el que los recibía y, luego iba donde el poeta: -Ahí están unas personas con una queja-le decía.
Pablo me llamaba: -Horacio tómale los datos-.
Y yo recogía unas cuartillas y anotaba la denuncia. Las mas de las veces se tomaban fotos y yo escribía la noticia y el pie de foto.
Me enriquecía espiritual y dolorosamente con la miseria y la angustia de esa pobre gente que venía al Diario a contar su desgracia. Así entre en contacto más íntimo con la miseria del nicaragüense, los tugurios de Managua, los barrios miserables, sin luz, ni agua, ni comida, ni nada: gente con su queja y su lamento de todos los días, de cada día, contra un político, los abusos y la violencia de la guardia, después sería el abuso y la violencia de otra guardia, con otro nombre y otro uniforme, la denuncia de los pobres y marginados contra el poder, toda clase de poder, contra los poderosos. Para mí, esta experiencia de reportero, como reportero, me hizo ahondar más y más en el corazón y la miseria del hombre y la mujer nicaragüense que sigue en espera de algo, alguien que los ayude a tener trabajo y pan y paz para comer el pan de su trabajo en paz.
Después de las tres de la tarde la redacción quedaba un poco mas tranquila. Las noticias se habían escrito y los reporteros descansaban o se habían ido. Uno que casi siempre se quedaba era León Cabrales. Todos los días andaba de sombrero y corbata. León Cabrales cubría el Congreso y se aparecía con la información política: los pleitos y disputas entre liberales y conservadores, las vociferaciones, amenazas, insultos que se escenificaban en el Congreso. Todo eso lo traía Cabrales. Una vez le dije:
-Ese Congreso es un circo-.
-Así es en todas partes, me contestó, con una media sonrisa-.
Cabrales caminaba pausadamente. Subía las escaleras que conducían a la redacción, pero no entraba inmediatamente al aire acondicionado. Venía a eso de la una o las dos de la tarde, dependiendo de la hora en que cerraban las sesiones en el Congreso, pero no entraba, se quedaba unos diez minutos en una especie de sala de espera.
-Me puedo resfriar -me explicó una vez.
Después entraba y comenzaba a escribir su crónica de la asamblea.
El poeta y Horacio Ruíz titulaban las noticias. PAC las encuadraba con su marcador rojo e indicaba el tipo de letra y el columnaje según la importancia. A veces Pablo le preguntaba a Horacio Ruíz o éste preguntaba: – ¿Tenés el “headline”? -.
Comentaban, comparaban las noticias y luego se decidía cuál recibiría las ocho columnas, si es que había una información muy importante. A veces se contestaban:
-Ya lo di-.
El material se enviaba por medio de un alambre que comunicaba a la redacción con los talleres, o si se quiere, un alambre que comunicaba los talleres con la redacción. A las cuartillas se les ponía o se las sujetaba con un gancho y se las mandaba abajo, Al final de este alambre esperaba Panchito Bravo, que esperaba el material y lo distribuía entre los linotipistas.
Un día comencé a escribir las noticias en forma de cuentos o como cuentos, con descripción, diálogo. Había un linotipista, Oscar Guevara, que siempre me hacía chistes cuando me veía llegar a LA PRENSA, o bajaba yo a los talleres.
-Ahí viene el poeta Peña-decía Guevara y se ponía a contar algo de mis cuentos-noticias o noticias-cuentos, algo así como: -Entonces el hombre habló con la sombra de su yegua. Era una sombra vieja, pero todavía con energía…
Y entonces Guevara se soltaba en risa, o en risas, que llenaban todo el taller y las oficinas de LA PRENSA, y la Calle de El Triunfo, y sospecho que toda Managua.
Era un humor sano el de Guevara, no ese humor, mal humor del nicaragüense que se burla de los defectos físicos de las personas con esos hirientes apodos. Los chistes de Guevara eran a costa mía, pero su humor era saludable, contagioso, sin dañar a nadie. Hasta yo me reía, todavía hoy me río de sus ocurrencias.
Recuerdo una de esas tardes. León se había quedado escribiendo noticias para la edición del día siguiente y llegó alguien con unas fotografías de mujeres desnudas. Primero se las enseñó al poeta, Pablo se bajó los anteojos sobre su nariz aguileña y no comentó nada. Siguió tecleando sobre su Remington. Entonces el otro dijo:
-Se las voy a enseñar a Cabrales-
ahora el poeta habló:
-Lo vas a hacer perder su dominus tecum al maestro León-
Y yo miraba con la avidez de mi juventud, ¿fue juventud la mía?, aquellas fotos que se tomaban en los centros nocturnos, en el Managua de noche.
-Hay unos inversionistas en el Gran Hotel. Quieren empezar algo en la Costa Atlántica- me dijo una vez PAC. Anda y tomarles la información.
Eran cuatro personas, uno nicaragüense, los otros americanos que hablaban bien el español. Cuando terminé de entrevistarlos, uno de ellos me pregunto: – ¿Cuándo sale la noticia? –
-La voy a escribir-contesté, pero no sé cuando la van a publicar. –
El hombre me dio las gracias y me tendió la mano. Sentí una especie de papel, algo así como un billete. Al salir del hotel, al dar la vuelta, vi que eran cincuenta córdobas. Era un “venado”, según el decir periodístico, “un venado” sin querer, pero venado, al fin y al cabo. También se hablaba a veces de “tirarse un elefante”. A buen entendedor, pocas palabras le bastan. Gajes del oficio.
Pablo era el último o uno de los últimos en irse. Siempre esperaba que lo llamaran de los talleres para armar la primera y la última página, las otras se armaban durante el día. Armadas esas páginas, la primera y la última, las rotativas comenzaban a funcionar, mientras afuera, en las aceras de LA PRENSA, en la Calle de El Triunfo, los voceadores, los agentes, los microbuses que llevarían el periódico a los departamentos y a los centros de distribución, aguardaban impacientes. Algunas veces Panchito Bravo llamaba desde el comunicador de los talleres:
-Poeta, necesitamos mas material para cerrar la edición-
O bien Panchito subía a la redacción y Pablo buscaba entre las informaciones la más importante para darla y cerrar la edición.
Era en esas tardes, cuando la labor terminaba o casi terminaba, que se podía hablar sobre lo que se iba a publicar en la Literaria. PAC comenzaba a dar ese material el miércoles por la tarde, pero la selección se principiaba desde el martes. El martes o el miércoles, por la tarde llegábamos los poetas, en realidad venían a cualquier hora del día y en cualquier día para dar a PAC: poemas, ensayos, cuentos. Entraban los pintores con sus pinturas y dibujos, o con los bosquejos de sus pinturas, y Pablo comentaba, sugería, aconsejaba, y no tan sólo hablaba el poeta sobre la literatura que se iba a publicar o la pintura que se iba a reproducir, sino que desde ahí, desde LA PRENSA LITERARIA, o LA LITERARIA, así a secas, se preparaban ediciones de libros, presentaciones de obras de teatro, exhibiciones. Venían no tan sólo los poetas y los pintores, sino que todos aquellos que en una u otra forma participaban y ponían en marcha la vida cultural bajo los consejos, el entusiasmo, la iniciativa, y la generosidad de PAC.
Se puede decir que la vida cultural, en todas sus formas, giraba alrededor de LA PRENSA LITERARIA, del poeta Pablo Antonio Cuadra, sin él la vida cultural hubiera dejado de existir o hubiera sido muy pobre, porque desde ahí, desde las páginas de LA LITERARIA, así a secas, se animaba, se publicaba, se creaba la vida cultural.
Una vez, mientras yo estaba sentado en un sofá, cerca de su escritorio, me preguntó: – ¿Te gusta el cine? – le contesté que sí.
-Antes yo escribía comentarios de películas, pero ahora no tengo tiempo. Tal vez podamos empezar de nuevo la página de cine-me dijo.
Ese jueves fui al Salazar que presentaba “Un rey y cuatro reinas”, una película de vaqueros con C.
Clark Gable, si mal no recuerdo, y escribí mi primer comentario cinematográfico. Después se fue haciendo la página con dos o tres artículos que yo escribía, avance de estrenos, biografías de artistas, material que enviaban las casas peliculeras.
El cine fue durante muchos años una de mis pasiones. Cuando niño, iba casi todos los días a ver películas, al Trébol. Al Tropical, al Colón con una tía, la tía Piedad, que también le gustaba el cine. Guardo mucha memoria de las matinés, sobre todo los del Luciérnaga, los sábados por la tarde o los domingos, adonde iban todos los muchachos y vendíamos revistas para conseguir la entrada. Una vez dentro del cine, al menos en el Luciérnaga, la gran aventura era pasarse de luneta a palco, había palco alto y palco bajo, y la hazaña era saltar la baranda que separaba la luneta del palco bajo y burlar al vigilante. Luego uno corría hacia arriba donde era más difícil ser encontrado por el policía, mientras uno no se moviera y se pretendiera ser otro más de ese público privilegiado que ocupaba las butacas de palco.
Así fue como mi pasión por el cine, que tuve de niño, me sirvió para tener esa página de LA PRENSA LITERARIA.
Había una sección, “Ayudar al necesitado”, a cargo de José Francisco Borgen, “Chepe Chico”. Aquí llegaban los enfermos con sus recetas en busca de medicina; los que necesitaban un empleo, personas solicitando, pidiendo una máquina de coser, cualquier cosa para trabajar y ganarse la vida. “Chepe Chico” anotaba y publicaba la necesidad, y siempre había gente generosa que contestaba el llamado. Más tarde, “Chepe Chico” y LA PRENSA recibieron el prestigioso premio Mergenthaler por esta sección humanitaria.
La sala de redacción, los muchachos que trabajaban en el cuarto oscuro revelando los rollos de películas, la señora que preparaba los almuerzos enfrente de LA PRENSA, don Francisco Arroliga, uno de los que armaban las páginas, los linotipistas. Un gran ausente: Pedro Joaquín Chamorro, en el exilio político.
Uno de los momentos que más recuerdo de mi vida de reportero es mi visita al poeta Alfonso Cortés, (en el manicomio de Managua donde lo tenían recluido). El veía el resplandor del flash: otra luz iluminaba su rostro. Escuchaba el ruido de mis palabras: era el vuelo de las alas de los ángeles lo que Alfonso oía y lo volvía al éxtasis. Cortés visto a través de las rejas de la ventana de su celda, siempre agudizando el oído y los ojos penetrantes, penetrando ese todo que no cesaba de revelarse y desvelarse a los ojos de Alfonso. El reportaje salió con numerosas, extraordinarias, excelentes fotos de Manuel Salazar que me acompaño en la visita.
Una vez expresé a PAC mi interés en conseguir una beca para ir a España. En una de las reuniones del Instituto de Cultura Hispánica y después de hablar él brevemente con el embajador se me acercó y me dijo: -poeta, ya tiene su beca-.
Así comencé mi otra experiencia europea 1963-1966: La dama de Elche, Las Meninas.
Tiempo después, en Madrid, Altamirano 8, 5. exterior izquierdo, recibí un telegrama del embajador de Francia: “su beca está lista. Comuníquese con el ministerio en París”, y fue esta vez: Montparnasse, la iglesia del Sagrado Corazón, en la colina, Nuestra Señora.
Así, gracias a la generosidad y a la influencia de PAC, como lo llaman todos, como lo llamamos todos, viví en España y en Francia, vivencia europea que no puedo olvidar, como tampoco puedo olvidar la otra experiencia, la nicaragüense, que me hicieron como soy, lo que soy; un hombre que habita la nostalgia y la tristeza, habitado por la nostalgia y la tristeza, que ha veces entra, por una gracia nunca merecida, a ese mundo de la alegría y del gozo inefable, mundo que la lengua no puede describir, ni el corazón pensar.
HP-Decenio 1999.