LA PROMESA, CUENTO ONÍRICO

Por Gina Sacasa-Ross
Era una tarde perezosa de esas peculiares a abril en Lake Arrowhead, una comunidad al norte de Atlanta, Georgia, anidada entre las cordilleras Apalaches y Blue Ridge: desde mi casa diviso el punto exacto donde las dos se unen.
La luz del sol, suficientemente fuerte a esa hora para iluminar las montañas con un estallido de colores y resaltar el azul de sus contornos contra los diferentes tonos de verde de las nuevas hojas de los árboles, no alcanzaba, sin embargo, a calentar el aire, produciendo tan solo una brisa tibia que invitaba a cerrar suavemente los ojos.
Aparentemente yo había caído en esa tentación y dormitaba en la poltrona del porche de mi casa cuando el ruido de la puerta de un vehículo al cerrarse me sacó de mi letargo.
Fue entonces cuando la vi. Al principio me desconcerté porque aunque hacía algunos meses habíamos hablado por teléfono y ella había prometido visitarme, no recordaba haberle dado mi dirección ni haber confirmado con ella fecha alguna para reunirnos.
Pero allí estaba al pie de nuestro sendero de entrada con su sombrerito de paja medio ladeado, sandalias de tiritas a la última moda y una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Mujer! —grité— ¡qué sorpresón!
—¡Te lo prometí! —gritó ella a su vez.
—¿Con quién viniste? —seguí diciendo, repuesta un tanto del asombro—. El carro puede llegar hasta acá arriba.  A pie te va a costar subir, es una rampa muy inclinada.
—No importa —contestó— puedo hacerlo. Pero te advierto, sólo vengo de paso, ¡si supieras cuanto más alto que esto tengo que subir!
Me enternecí. Era un esfuerzo grande, mucho más a nuestra edad. ¡Qué cariño el de ella!
Y mientras la veía dispuesta a escalar la empinada cuesta a mi casa, mi mente abrió la película de esa maravillosa infancia de nosotras en nuestra antigua ciudad León de Nicaragua… aquellas sus calles coloniales, que recorríamos a diario inundándolas con risas y conversaciones… nuestros juegos infantiles: el ‘pegue-pegue’, que nos obligaba a corretear los amplios corredores del colegio; el ‘retrato’, para el cual saltábamos desde el pequeño muro del parque de la Iglesia de la Recolección, procurando caer en la pose más graciosa… Nuestros sueños juveniles sobre el futuro… Luego, los diferentes caminos por los que la vida nos había empujado: estudios, amores, bodas, hijos, nietos, alegrías, enfermedades… Separadas físicamente pero siempre en contacto, conservándonos una a otra dentro del corazón.
El timbre de mi celular trajo mi mente a la realidad.
—¿Qué, qué? ¿cuándo? —pregunté acongojada— ¡imposible, no puede ser!
Me restregué los ojos buscando retomar la visión de verla allá abajo, sonriendo dispuesta a acortar la distancia que nos separaba, pero no la vi. Ya no estaban ni ella ni el automóvil.
—Es que… casualmente estaba soñando con ella —logré balbucir en el teléfono.
—Sí, tenés razón, vino a despedirse. Ella me lo dijo. Me dijo que iba camino a un lugar mucho más alto… al cielo, sin lugar a dudas, pero antes quiso hacer una parada en mi casa.
¡Me lo había prometido!
Lake Arrowhead,Georgia
Abril, 2014