EL POETA ITINERANTE Y ECOLÓGICO

Por: José Antonio Luna

Del libro inédito de la poesía a la novela 

Carlos Rigby (1945-2017) poeta, aventurero, indigenista, músico, trovador, iconoclasta, ecologista, fue el único negro que se paseó por las calles de Managua hecho todo un hippie. Fue cuando la cafetería La India y el diario La Prensa eran el lugar de encuentro de artistas y políticos. En La Prensa y La India, los lugares emblemáticos de los poetas de la década del 60s dejó su huella el joven poeta Rigby llegado desde la paradisiaca Laguna de Perlas de esa Costa Atlántica-caribe-nicaragüense.

De los pocos personajes que alguna vez me acompañó una madrugada al Mercado Oriental a tomar sopa de mondongo está Rigby el poeta juglar, el vagabundo e itinerante, quien siempre tenía algún poema nuevo para compartir en cualquier lugar y a cualquier hora.  

El poeta costeño fue pionero de los versos ecológicos en spanglish. Sus poemas, su tesoro, eran tema de conversación y análisis en cada encuentro que tuvimos sin planearlo. Eran encuentros casuales. Nos poníamos a hablar bajo el sol en una esquina, en una cantina, en la acera del Banco de América o en algún parque etc.

Carlos Rigby, se trajo a su costa Atlántica a Managua y a golpe de su presencia y su insistencia se abrió paso y consiguió un lugar entre la poetada de su época pre y post terremoto. Carlos fue un inmigrante dentro de la Nicaragua criolla monolingüe y españolizada. En sus largas caminatas por la vieja y la nueva Managua se nutría del sabor de la Managua acogedora y después del terremoto de 1972-caminaba a pie largas jornadas- frecuentaba la zona de ciudad Jardín. No fue siempre bienvenido en todos lados, pero eso no le importaba. El poeta con su mirada lánguida y serena transmitía seguridad y buena voluntad. Era un personaje que atraía a los curiosos-muchos managuas jamás han ido a la costa- que sabían solo de oídas de la Costa Atlántica, extensión todavia desconocida y que alberga a miles de negros, misquitos y zambos que hablaban creole como primer idioma y que conocían poco el español hasta hace pocas décadas.

Algunos curiosos identificaban a Rigby por su cabellera larga al estilo Bob Marley, -a quien admiraba el poeta- por sus chancletas y en algún tiempo por su trombón. Carlos quizás se sentía Louis Armstrong.

Con Carlos me unió una amistad especial porque yo conocía la costa. Estoy seguro que esta amistad nació de mi admiración genuina por la costa atlántica y su gente.

Ahora le rinden homenajes, pero durante muchos años Rigby luchó por vencer su aislamiento y hasta era rechazado por los racistas. Yo le levantaba el ánimo hablándole de su tierra cuando regresaba de algún viaje a Bluefields, Puerto Cabezas o Corn Island. Era la época cuando a la Costa Atlántica solo que llegaba por avión o en las lanchas que partían del puerto del Rama. A bordo de la lancha navegando el caudaloso y paradisiaco rio Escondido traía a mi mente Mark Twain y sus narraciones de sus viajes en el Mississippi. Con el tiempo pude recorrer el Mississippi desde St. Louis hasta New Orleans.

Viajar de El Rama a Bluefields es un recorrido fabuloso. Durante las largas horas navegando el gran rio Escondido hasta llegar al Bluefields me desconectaba de la llamada civilización. En esos viajes en las viejas lanchas de carga y pasajeros me nutria de la quietud y un silencio misterioso de la densa selva. El ruido de los peces al saltar para cazar un mosquito, las lluvias intensas y el saludo de algunos nativos de las riveras del rio y otros indígenas agitando su mano mientras remaban rio arriba, rio abajo. Los indígenas hombre, mujeres y niños saludando desde sus chozas en “zancos” hechas de palmas y bambú. Recuerdos imperecederos de mi Nicaragua natal.

Mis relatos de los caimanes, de los manglares de las garzas de las lluvias intensas eran un acicate a la soledad de poeta Rigby viviendo a regañadientes en la Managua caliente, semi desértica y trémula.

Ese conocimiento que desde joven tuve de la Costa Atlántica, fue el hilo mágico que me abrió la confianza del poeta costeño.

Cuando volvía de Bluefields hablamos del Bluff de Cold Point, del hotel de los Jackson donde me hospeda. De las langostas y los camarones accesibles a los bolsillos del pueblo en el mercado de Bluefields. Siempre rematábamos nuestra conversación con datos y uno que otro turista que conocía allá y que irremediablemente tendría que venir a Managua. Disfrutaba Carlos mis historias de esos viajes en lancha desde el Bluff hasta Corn Island, temas que el poeta además de complementar a fondo eran la oportunidad de volver a encontrarnos para seguir recordando a ese gran territorio maravilloso de mujeres de piel canela y pelo rizado a la luz de la luna en las noches de plenilunio. El verde eterno de la selva, la desnudez entre los cocoteros y la arena en las aguas turquesas eran obligadamente un tema de conversación efusiva.

Rigby siempre se mantuvo ligado a la izquierda y practicaba una rebeldía social que lo ubicó al lado de iconoclastas-hippies-que rompían esquemas y los tabúes sociales en la década de los 60 y 70s.

Carlos Ryby admiró siempre al poeta insurrecto Carlos Martínez Rivas y a otros escritores los rechazó. Era genuino, critico, caustico y jamás dejó la costa. Se la llevó a la tumba.

 

Tampa, Florida junio 29 de 2017